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GUIDO, HOMBRE COMBATE de NDLeón

GUIDO, HOMBRE COMBATE de NDLeón

En el curso de Instrucción Pre Militar IPM, obtuve el grado de Combatiente de Primera Línea o sea Soldado Raso. Servicio Militar Obligatorio SMO, escogí la primera arma de las Fuerzas Armadas de la República, el Ejército del Perú (EP). «Ser y no Parecer». El autor



GUIDO, HOMBRE COMBATE

En el barrio dentro de su tranquilidad espiritual, hubieron mechaderas que marcaron un antes y un después. Estas se ocasionaron por un «quítame esta paja», por un pan francés, un pitillo, una chica bonita, una ofensa o por una grave falta de respeto. La muchachada de antaño recuerda cuando el angelical (a) Ratita bajó de los caballos y de sus humos al traicionero, abusivo y cobarde (a) Mitrone PeraEl Rata le dio una tremenda paliza al Mitrón que hasta la actualidad todo el batallón Scouts Los Pavos de BalconCity lo recuerdan con alegría. Otra clásica bronca fue en el Boulevard Palermo, Nikito León cobró un sencillo, de vuelto le quisieron dar un estate quieto, Nikito hizo una finta, un amague, un quiebre de cintura, soltó un derechazo y se acabó la discusión, el contrincante cayó a la lona patas arriba; un solo golpe bastó y asunto arreglado. Pero la bronca que marcó un historial en el Inmaculado Parque Miguel Dasso fue la del vecino, ejemplo de civismo, el comandante E.P. Giuseppe Garibaldi, Don Guido, hombre respetuoso, buen vecino, notable entre los notables, buen padre y leal esposo.

En el ocaso de una tarde de verano ardiente, después de pichanguear en las soleadas pistas, la juventud divino tesoro se suele reunir en el negocio de Don Atilio Régulo, «La Chicharra del Paraíso», donde se ofrecen riquísimas viandas de anticuchos, choncholíes, hígado frito, choclitos, pancitas, chelas heladitas. Aquella tarde una parejita de tortolitos saboreaban Pisco Sour. Un par de nativos chamberos tomaban cerveza bien helada, cada uno con su botella y vaso. Afuera un par de automóviles bien cuadrados. En la barra, el comanche Guido, picando unos ajíes rellenos de nueces con curry, platillo exótico del barrio, con su agua mineral al tiempo. A una cuadra un auto derrapa, chirridos de los frenos, pique de aceleración, es un patrullero, cruza a velocidad el negocio. A los cinco minutos el mismo patrullero se detiene frente a la anticuchería. Dos policías bajan del auto, entran al negocio.

¡Documentos!

¿Por qué jefe? preguntó el joven tortolito.

¡Porque quiero carajo! ¿El dueño del auto negro?

El auto no se ha movido todo el día.

¡Vamos a la Comisaría!

¿Por qué?

¡Te haces el cojudo, tú sabes porqué!

Guido Garibaldi, con buenos modales y hablar pausado se dirige al policía.

Jefe, el chico no tiene licencia para conducir. Es mi vecino.

¡Cállate! ¡No obstruyas la diligencia! ¡Ahorita te saco tu mierda carajo!

Ja, ja, ja… modérate… respeta…

El policía girando sobre sus talones, levantó su vara de reglamento soltando un mortal golpe directo al rostro del justiciero vecino. Guido sujetó el brazo del uniformado, lo inhabilitó y de un encontronazo lo sacó del establecimiento. El otro policía con marroca en mano y palo, también llevó las de perder, salió despedido hasta el patrullero. El primer policía acobardado llamó por radio, pidió refuerzos. En cuestión se minutos llegaron dos patrulleros, bajaron cuatro mastodontes con cascos, grilletes, varas. Guido, el buen samaritano, pidió paz, cordura, paciencia.

Tranquilo señores, yo vivo al frente, entro a mi casa y se acabó todo. Buenas noches.

¡Entra al patrullero hijo’eputa! — Una voz gruñona ordenó. 

Je, je, je… no voy a subir…

El coracero jefe sin titubear se abalanzó a nuestro mártir defensor de la justicia. Guido al mejor estilo del señor Miyagui desarmó al jefe con diestra habilidad y sin propinar un golpe. Los otros tres tombos metieron palo a la criolla, no atinaron nada. Guido con arte y estilo victoriano nos hizo recordar al histórico actor, maestro de las artes marciales, Jackie Chan. Don Guido despojó a uno la vara y metió catana al cuarteto de gigantosaurios. Nuestro ángel vengador cruzó la pista, pero, a escasos metros de su casa fue rodeado con saña y prepotencia por un batallón de Sinchis especializados en la lucha contrainsurgente, lucían trajes antimotines, chalecos, cascos, varas, esposas, escudos, botas borceguíes de combate antisubversivos. Habían llegado en un caimán camuflado como sus rostros pintarrajeados de guerreros del siglo XX. El capitán jefe con lenguaje soez, crudo, grosero, procaz, malsonante; inapropiado para el culto vecindario dassiano; graznó.

¡Arrodíllate concha’etumadre! ¡Imbécil de mierda! . Gritó el irascible Guardia Civil con galones de mandamás.

Je, je, je… jefe, lleveme preso, no me voy a hincar. No soy delincuente.

Al instante un fortachón saltó como una pantera con la intención de darle un tacle en la cara al desarmado justiciero campeón. Guido con movimientos y principios físicos tácticos fundamentales de aikidō, lo precipitó al suelo. Se lanzaron, sobre él, varios al mismo instante. Guido los derribó. Entraron otros depredadores a la candela, los golpeó en puntos vitales, los  neutralizó. Lo acorralaron, se esquivó, luxó, estranguló, y por cansancio lo inmovilizaron.

Ya perdí. Vamos a la Comisaría.

¡Ahí vas a aprender a bailar!

Lo cargaron entre diez hombres, lo tiraron al caimán. Todo volvió a la calma. Los vecinos no podían creer que el hombre de paz era un hombre titán.

El caimán llegó a la Comisaría. Bajaron al reo. Cinco minutos más tarde una tanqueta del ejército peruano apuntó el portón de la cómica. Bajó un enérgico Sargento 1°. Con voz marcial reclamó a su comandante y jefe de armas.

—¡Venimos por nuestro comandante Giuseppe Garibaldi!

Soltaron a Guido. Sus subalternos se cuadraron. Guido sonrió, tomó un taxi y cuento acabado. Cuarenta años han pasado para saber la verdad y poderla plasmar.

NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS.

Lima, 2020.

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