CANDELA vs LEÓN, la pelea. NDLeón
CANDELA vs LEÓN, la pelea
Acatando la prisión domiciliaria por orden del espíritu santero de este cerebral gobierno, paso buenas horas corrigiendo borradores de mis poemas mundanos; leyendo un libro; cocinando un plato criollo o liberando mis demonios frente a la circunspecta computadora. Tengo en mente la broncota de aquella lejana tarde de junio en el Ugarte. Los protagonistas, dos jovencitos de segundo año de secundaria, sección C, diurna: Guillermo Candela y Nicolás León.
La Gran Unidad Escolar Alfonso
Ugarte era uno de los colegios más renombrados del país, con disciplina
militarizada al mando de un marcial oficial de Instrucción Pre Militar -IPM;
estrictos auxiliares que vigilaban la conducta y el buen comportamiento de los
alumnos en las aulas, además, teníamos un departamento de normas educativas
cuyo jefe, el regente, controlaba al milímetro el plantel como un eficaz «alcaide».
Para el alumnado sobre pesaba
el «Decálogo Ugartino» como los mandamientos de la Ley de Dios para los católicos.
Nuestro lema: «Voluntad, Disciplina y Acción», fuerza, cruz y fe. Nada de quejas,
ni de llantos. Para mí, cada inicio de año era peor la tortura por los nuevos
cursos, por los exigentes profesores y también por los nuevos alumnos que
marcábamos nuestro territorio dentro de la gran unidad.
Después de dos meses de clases
en el aula se habían formado las colleras: De peloteros, deportistas, chancones
y los de la chatoca. El año anterior caminé casi solo. No por engreído si no
porque en aprovechamiento estaba hasta las caiguas, una desgracia. No podía
darme el lujo de distraerme. Matemática, biología, geografía, por decir algunas
materias eran mis pesadillas de todos los días. Y en conducta estaba las huevas.
Me había salvado dos veces de firmar el Libro Negro de la Regencia. Mi
comportamiento de lobo estepario caía mal a grandes y chicos. En el aula escogí
mi asiento en la primera fila frente a la pizarra, mi compañero de carpeta Ricardo
Fuerman, hicimos una buena dupla en las pruebas escritas. Gracias a él me saqué
varios dieciochos. Arrancando junio me designaron Subrigadier. Al alumno
Guillermo Candela, Brigadier. Candela era el líder del grupito de
mataperros que se sentaban atrás para joder la paciencia a los profesores, venían
de la misma aula del año anterior y eran del mismo barrio. Con Candela y su
mancha no entablé amistad. Marcamos distancia.
En cada conato de bronca
Candela sacaba pecho e intimidaba con su frasecita trillada: «Soy de’l Porvenir».
A mi esa huevada no me impresionaba, sin alharaca, yo venía de un barrio bravo.
Todo sucedía dentro de una aparente normalidad. Hasta que empezaron los roces,
malentendidos, dimes y diretes, indirectas de Candela y ayayeros.
En primaria me despercudí,
perdí una y otra vez, pero así aprendí a meter golpe. En mis dos años de
primero de secundaria me trompeé con alumnos que paraban su pleito. Era un toma
y daca. Fui creciendo, afinando estilo en cada mechadera. Con los
pendejeretes incorregibles vecinos de Matute, Santo Domingo o Apolo aprendí mañas y sorpresas, eran avezados no
respetaban. Cada pichanga, terminaba con bronca.
Una mañana preparando el libro
de asistencia, la pizarra, ordenando los materiales didácticos recibí una orden de parte del Brigadier Candela.
—¡León,
trae tizas!
—¿Trae
tizas? Manda a tus cojudos.
Los
ánimos se caldearon, los dos estábamos hartos de tantas cojudeces, sin respirar
y apretando los dientes nos fuimos a las manos. Me sentí por los aires, Candela
me pesó, me agarré de él con las uñas para no caer como costal de papas. Caímos
juntos al piso. Le metí un puñete. Me devolvió otro igual, me hinchó el ojo
izquierdo. Recibió vuelto. Nos separaron. La bronca era el resultado de una
silenciosa rivalidad.
—¡Soy
de’l Porvenir, huevón!
—¡Yo
soy de Balconci’o conchtumare!
De
nuevo nos trenzamos, le propiné un recto en la cara. Sacó un cabezazo, amagué.
Patadas, respuestas. No nos dimos tregua. Respondí con zaña, lo arrinconé, el
flaco respondió como gladiador, era un jijuna, yo no me quedaba atrás. Le metí
goma como antes nadie se había atrevido. Fuerman, mi adjunto, quiso parar la
pelea, recibió sus quechis de parte de los compinches de Candela. Rischmöller,
Calonge, Castagnola, Velazco y secuaces. Todo ocurrió en medio del salón. Yo
era el antagonista de una leyenda. Se abrió la puerta. Un grito detuvo el
tiempo.
—¡El
auxiliar!
Nos
acomodamos en nuestros pupitres. Mi compañero de carpeta era mi único asistente.
Todo el resto del salón eran fanáticos del Brigadier Candela. La bronca en el
aula no se podía quedar así. La afición pedía continuación. Maracaná Park era
la solución. Para mí ya estaba bueno pero la hinchada pedía circo. Pensé en la
frase que pronunció Alfonso Ugarte cuando estalló la Guerra del Salitre: «Es
preciso cumplir con el honor y el deber». Acepté el reto. Como dos gallitos de
pelea la cortamos para la salida. En ese instante ya sabía con quién me
enfrentaba. El alumno Candela Guillermo era un excelente mechador, pendejo,
hábil. Se fajaba bien. Mi estilacho era burdo pero cumplidor. Llegamos al
Maracaná, medio colegio nos esperaba en las tribunas, el cuadrilátero tenía la
medida reglamentaria. Sonó la campana. De arranqué Candela repitió la pesada,
me agarré de los pelos, de la camisa kaki, terminados rodando en el pastito. Patadas,
trompadas, puñetes, cachetes morados. Todo valía. Empecé lento. Candela ganó
puntos en los primeros minutos. Recuperé distancia y embestí con fuerza. Nos
repartíamos a puño limpio, puñetes, ganchos, rectos, de todo, con furia, sin
bajar la guardia. Esquivé como profesional las arremetidas del contrincante, lo
mantuve a raya. El intercambio de golpes no había cuando acabar. En la
efervescencia del pleito me di cuenta que mi ortodoxo estilo era perfecto para
contrarrestar la habilidad de Candela. Empecé a contratacar, lastimé a mi
escurridizo rival en el cachete. Cansados, bajamos la guardia. Paramos. Nos
miramos como diablos. Sin hablar nos dijimos basta. Cada uno en su esquina. Me
costaba respirar, me sentía moribundo, maltrecho. El otro pugilista, igual. Estábamos
bien chancados, necesitábamos una “enyesada” de pies a cabeza. No hubo ni
vencedor, ni vencido. Acabó con un honroso empate. La pelea fue memorable, épica, brutal, aplaudida,
los pugilistas ganaron reputación. La rivalidad siguió un par de semanas más.
Esta acabó cuando un cuarteto de manganzones buscó la bronca a Candela, Calonge
y Rischmöller. Me uní a mis compañeros, cuatro contra cuatro era más bonito.
Los grandazos aflojaron. Con Candela nos dimos un abrazo y nos cagamos de risa.
Terminamos siendo grandes amigos, éramos victorianos y Ugartinos Valientes. Ni
vuelta que darle. Después de años de salir del colegio tuvimos reencuentros de
camaradería en el jirón García Naranjo, jirón América y en Parque Miguel Dasso.
El año pasado la promoción
cumplió Bodas de Oro 1969 – 2019, al inicio de la ceremonia central con un
minuto de silencio se rezó por los condiscípulos que se encuentran en la
diestra de Dios Padre Todopoderoso.
NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS
Lima, octubre, 2020.
2 comentarios:
Excelente NK estas mejorando la narración y nos emocionas con tus memorias ,gracias hermano ¡AU ¡
Muy buena NK, me has hecho recordar esas vivencias escolares inolvidables, que quedan grabados en nuestro corazón. Mis felicitaciones NK, tienes un estilo propio, sigue adelante como un Ugartino Valiente.
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