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PAVO A LA OLLA. NDLeón


PAVO A LA OLLA. NDLeón

El Chef Nicolás León del Rico Dasso

PAVO A LA OLLA
Cuando dije que iba a preparar un pavo, la gente de mi entorno del taller polifuncional donde trabajo dio el grito al cielo. Me preguntaron ¿Por qué pavo en octubre? Octubre es Turrón de Doña Pepa. Respondí al toque Quiero celebrar los cumpleaños de mi nieta Mariajosé y de mi hijita Alejandra María; el 74° Aniversario del Sindicato de Artistas Intérpretes del Perú, el Día de Canción Criolla, y sobretodo… el impoluto día de mí nacimiento.
Como yo celebro todas las festividades paganas, católicas, dionisiacas, anárquicas, aproveché en sacrificar el pavo como los antiguos cristianos y meterle diente con mis allegados de los rincones mundanos.
En la mano tenía el billete para el canje de un pavo de seis kilos. Recogí el ave recontra congelado. Igual que en otras oportunidades cuando he tenido que recoger un pavo de ocho, nueve o diez kilos, nunca me entregaron uno con el peso acordado, siempre fue de mayor peso. Me movilicé por un pavo de seis kilos. Me entregaron uno de siete kilos. Cuando se descongeló el pavito pesó un kilo menos. Exactamente lo que marcaba el billete. La diferencia, un kilo de agua, cuesta al cliente Doce Soles. Joder. Un robo descarado aceptado por INDECOPI.
Para estar en paz y armonía con mí blanquiazul aureola compré por adelantado las dos cervecitas negras sin helar. Me serví un vaso profesional para alegrar el corazón y ahuyentar los espíritus malvados. Trocé el pavo apunte machete en presas medianas. Para templar los nervios y empezar mi labor de chef campeador me soplé un segundo vaso de cerveza. Acudieron a mí los duendes del arte culinario. En una olla mediana preparé una rica sopa con la menudencia, cebolla y fideos gruesos.
Con puño y letra anoté la relación franciscana de los comensales. No invité a mí gentita que se golpea el pecho y los buenos tragos lo consideran pecado mortal. En facebook publiqué un pensamiento tibetano. "Si alguien necesita de religión para ser bueno, entonces esa persona no es buena, es como un perro amaestrado". Varios contactos me eliminaron. Tampoco invité a mis colegas de juergas y jaranas porque la reunión fue de las doce horas meridiano a cuatro de la tarde. Tengo que respetar el sueño ajeno. No invité a mis vecinos del chilinge. Ni a mis íntimos porque de acá a una buena parte del camino estos muchachones de antaño están en constante chequeo médico o con un súper control conyugal. Los que llegaron fueron mis carretas, los viudos y divorciados, libres de control y sin horarios en el calendario. No tomé fotos porque varios de ellos tienen RQ de requisitoriados en el programa de recompensas por presuntos delitos prestados.
Para empezar con la maceración y la lluvia de buenas vibras, me serví el tercer vaso de la espumante cervecita, brindé por las almas en pena, el amor no correspondido y por los años recorridos. Comencé con el sagrado rito de la elevada gastronomía orgiástica palermitana. En una sartén freí el pavo trozado, en una olla sancoché la papa y en otra olla inicié la magia de los maestros de la cocina victoriana. Y colorín colorado… como prometí a mis allegados, les regalo mi receta para que pueda ser distribuida y copiada. Muchas gracias por la atención prestada. Nk

Chagdud Tulku Rinpochedud (1930–2002) fue un maestro tibetano de la escuela Nyingma del budismo tibetano Vajrayana.

Pavo a la olla victoriano. Nk

PAVO A LA OLLA VICTORIANO. INGREDIENTES:
Un pavo mediano // ½ kg ají panca molido // 02 cucharas ajo molido // ¼ taza orégano // 02 cucharas ají no moto // 02 tazas (500 ml) chicha de jora // 02 botellas cerveza negra 620 ml c/u // 2 ½ kg papa huayro o rosada.
Preparación                                                  
Lo primero, freír la carne trozada. Aparte sancochar la papa. Cuando estén listas retirar las papas. Guardar el agua. Calentar la olla con aceite y soasar el ají panca, ajo, media cucharita de pimienta, media cucharita de comino, ají no moto, orégano. Freír unos minutos. Verter la chicha de jora. Más dos tazas del agua de la papa. Hervir todo el contenido. Luego echar la carne, sancocharla unos 30 minutos, siempre probando. Bajar a fuego lento. Agregar un vaso con yapa de cerveza negra y echar las papas cortadas en dos. Esperar 10 minutos, final feliz.
Se acompaña con arroz blanco graneado o con puré de manzana o puré de camote.

NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS
Lima, octubre, 2019.

TODO POR UN CULO. NDLeón


TODO POR UN CULO. NDLeón

Fotografía: Niky León

Húmedos atardeceres.
Fríos. Calan los huesos.
Nos obliga a calentarnos.
Café piteado, ron y limón.
Nicolás León

TODO POR UN CULO
La primera aparición de la morocha en el barrio fue en la triste estación de invierno con fuerte viento helado; humedad húmeda, garúa y frío. Fue cuando la muchachada calentaba cuerpo con largos sorbos de vino rosado al tiempo o descongelado. La morocha entró a la calle jalando una carretilla con un termo y un par de bolsas de mercadería. Caminaba a paso lento exhibiendo sus curvas y ondulante andar. Cruzó el barrunto en jean, chompa y abrigo; vendiendo tequeños, arepas y café. Sus ojitos estudiaban el ambiente, el mercado y a sus integrantes del laborioso barrio de oficios y malas artes. Grandes maestros, buenos bebedores de emoliente, ron o aguardiente. Así, la preciosura se ganó con los defectos y virtudes en su primera aventura comercial en el barrio popular.
Pasaron varias semanas y la señorita bonita apareció con los primeros rayos del sol primaveral, vestidita como un angelito celestial irradiando luz y vida con una licra blanca deportiva, blusita apretadita, sandalias caladitas que permitían ver sus deditos bonitos. En esta oportunidad jalaba una mejor carretilla, más amplia y más surtida. Ofrecía, café, emoliente, sánguches, refresco de frutas, tequeños, arepas, empanadas y alegría, sonrisas y ganas de vivir sin zancadillas.



Fotografía: Niky León


El grupo de muchachones tomaban unos rones en la puerta del emblemático bar restaurant. El líder de la mancha era el dueño del local, criollazo enamorador, la miró acaramelado de pies a cabeza y de casualidad enseñó el drilo que llevaba en el bolsillo. La chica, diosa angelical, le devolvió una mirada bella e ingenua. El don Juan avispado, murmuró a su gentita.
—¡Qué tal culazo! —Todos movieron las cabezas de arriba abajo.
—Este sol es tramposo. Más tardecito hace frío. Te invito una copa de ron —Lanzó la primera piedra el amigo embilletado.
—No. No bebo.
—¿Qué vendes?
—Café, sándwiches…
—Dame cuatro...
—¿Con todo?
—¿Qué, sale con todo?
—Bandido eles. Muy glacioso.
—¡Está rico! ¿Quién lo ha prepara’o?
—Yo lo hago todito, soy cocina plofesional.
—Yo soy el propietario del restaurante necesito una socia cocinera. Espera un momentito y hablamos. —Los muchachos entendieron la indirecta y arrancaron.
El don Juan del barrio, metió letra, a los dos días a la chica bonita se le vio atendiendo a los comensales, luego pasó por caja, de vez en cuando dirigía la cocina, sus opiniones eran finas llenas de sabiduría. Por puntaje mayor se ganó el puesto de administradora. El dueño la premió alquilando un departamentito en La Molina como nidito de amor. El negocio prosperó, cada día más clientes llenaban todas las sillas, las ventas no paraban, se despachaba por delivery, para llevar o comer en el local. Según la logística, la estrategia debía mejorar.
El dueño asesorado por la diosa morocha se vio obligado a comprar congeladora nueva, horizontal y vertical. Cilindro y caja china. Licuadora industrial. Lavadora súper profesional. Ollas a presión, cocinas de inducción, extractor de jugo, filtro de agua, purificador de aire, sartenes, cuchillos, cubiertos y accesorios para la rica chef internacional.
Todo era bonito. Hasta que en una mañana de amor y placer la chica tuvo una gran idea. Trabajar las 24 horas al derecho y al revés.
—Amol ¿Pol qué mejol no me das la llave del negocio? Vendo desayuno templano y tú llegas  pal’menú a mediodía. Así ganamos un extla y telminas de pagar todo ante de acabal el año.
El enamorado accedió e inmediato desayuno se vendió. La chica llegaba a las seis de la mañana, abría el local. Los comensales saboreaban pan con chicharrón, relleno o camote; cau cau o un rico calenta’o. Café, café con leche, té o anísa’o.
La empresa triplicó su ingreso. La joven era fuerza, punche y hermosura. Atenta, cordial y jovial. El ingreso era líquido. La pareja vivía en bonanza con salud y confianza. De un momento a otro las calles se vistieron de morado, llegó octubre con  el victoriano Señor de los Milagros, el milagroso visitó el barrunto. El Señor caminó por las calles y huariques bendiciendo puerta por puerta los locales comerciales; perdonando a los pecadores, a sus fieles traidores y al conocido Cabezón ladrón, cobarde y soplón.
Al día siguiente de la procesión, el don Juan enamorado estaba agotado por los rones a discreción. La diosa morena lo despertó a la cinco de la mañana, lo incentivo para que cumpla con sus obligaciones que dios manda. Fue un mañanero voraz y excitante sin bulla pero radiante. La chica rica de buen culo lo dejó extenuado, más exprimido que limón de sevichero.
—Duerme mi amol. Voy al negocio. Dame las llaves del auto. Duelme. Glacias pol todo. ¡Te amo!
La musa encantadora fraseo las palabras muy lento, arrullador, aterciopelado, tanto amor fue una estocada al corazón, un cariño como nunca el cacherito había escuchado. El matador sonrió, acomodó las almohadas y se zambulló en un profundo sueño reconciliador. Durmió patas arriba como un dios. Se despertó a las once de la mañana porque sonó insistente su móvil de última generación. Sonámbulo, perdido en el espacio, contestó.
—¿Qué pasa broder? ¡Deja dormir huevón!
—¿Oe, por qué no has abierto la chingana?
—¿Qué? Mi ñori ha ido temprano…                                         
—¡Compadre, tu negocio está cerra’o!
Un silencio sepulcral se escuchó en el aire. Los compadres tragaron saliva. El fogoso enamorado llegó en taxi al negocio, acalambrado, serio y preocupado. En las rejas, puerta y cortina corrediza no había ningún candado. Abrió la puerta y encontró todo pelado. Vacío. Limpio. Al cacherito lo habían desplumado.
En estos días al santo varón se le ve en el jirón Gamarra jalando una carretita con dos termos grandes ofreciendo refresco, empanadas y habitas saladas.
NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS.
Lima, octubre, 2019.

PECADO PERDONADO. NDLeón


PECADO PERDONADO. NDLeón


PECADO PERDONADO
Luis Alberto después de muchas cutras, robos, engaños, se dio cuenta que su grupo de amigos de la infancia se le estaba distanciando. Ya no participaban en sus comilonas y borracheras pro-bolsillo. Su carácter irascible lo traicionaba. De chico fue el matón de los boys scouts Patrulla Las Hienas, de joven sus fechorías eran graciosas, sobre todo cuando se escapaba de los restaurantes sin pagar. En el servicio militar obligatorio no duró ni seis meses, lo expectoraron por sobón, rastrero y adulón. En el barrio su deleite era contar sus delincuenciales acciones. Más tarde, escondía lo robado como buen excelso reducidor, cuidaba de todo como la botica de al lado. De adulto lo pescaron en pleno hurto agravado, echó a su colega de robo, lo traicionó, y pagando un rescate se libró por poquito de ir de la fiscalía al penal. Se dedicó al micro comercio de delivery, en bicla, moto o en auto. —Para despistar a los sapos —decía, según él era el pendejo que hueveaba a la policía.
Riqui y Danni, dos exprontuarios, exconsumidores, exmicrorevendedores de la vaina, enjaulados en el duro proceso de sanación se convirtieron en hermanos evangelizadores, cristianos, con la palabra del salvador. No tenían ni secundaria completa pero se sabían la biblia de paporreta. Estos redimidos jaladores llevaron en peso, a rastras, a Luis Alberto a su templo Victoria Manos a la Obra con un único objetivo, librarlo de Satanás, del vicio consuetudinario, de las deudas con la justicia y del despiadado cobrador contumaz. 
Luis Alberto, al año de servir a amo ajeno formó en el garaje de su casita su templo, dio cargo y encargo a sus familiares más cercanos. Su esposa, la respetada señora Kion, era la encargada de recibir el diezmo de cada día, regalos y donaciones. La paz había llegado a sus corazones. Pero todavía quería más. Armó grupos para que salgan a las calles llevando la palabra, las alcancías y su tarjeta con dirección postal.
            Algunos jóvenes se revelaban, otros se retiraban. El hueveo con el cual adoctrinaba no tenía sustento y menos peso, era superficial o hasta las caiguas.
            Después de la oscuridad se hizo la luz, le llegó un veneco, joven atlético, pelo ensortijado, ojos almendrados; antichavista; alto y con un léxico de diccionario. La amada esposa inmediatamente guió al forastero por el sendero del bien, lo alimentaba y adoctrinaba como dios manda. Hasta que les tocó salir a la calle, el pastor Luis Alberto formó parejas para que peinen el barrio; a su esposa junto con el veneco les encomendó el barrio más controvertido, lleno de delincuencia, pájaros fruteros, ambulantes, cantinas, bares, hostales de mala muerte y hoteles sin estrellas, prostivedettes y gente de mal vivir.
La pareja, señora Kion y Veneco pintón, cumplían su santa misión cristiana a carta cabal, pregonaban con tesón la palabra del redentor. Los hoteles prendieron sus luces de neón, en las cantinas empezó a sonar el son, música chicha, rock endemoniado y las exitosas salsas románticas.
Hasta en sueños he creído tenerte devorándome y he mojado mis sábanas blancas recordándote / En mi cama nadie es como tú, no he podido encontrar la mujer que dibuje mi cuerpo en cada rincón sin que sobre un pedazo de piel / Devórame otra vez, ven devórame otra vez, ven castígame con tus deseos más que el vigor lo guarde para ti / Ay ven, devórame otra vez, devórame otra vez que la boca me sabe tu cuerpo, desesperan mis ganas por ti… —.
Desde las rockolas los predicadores escucharon a Eros, dios de la atracción sexual y del perreo. La pareja se sofocó, pidieron agua, les invitaron un vaso cerveza a cada uno. Se sentaron en un murito, rezaron por el pecado acumulado y siguieron caminando con la biblia entre sus manos.
Al día siguiente el pastor Luis Alberto y todos los fieles devotos buscaban a la singular pareja. Según los leales sabuesos, la señora Kion y el Veneco, se habían extraviado entre los tenebrosos jirones de Humboldt con Giribaldi del populoso barrunto de El Porvenir. Segundo día, el pastor presentó una denuncia de la desaparición a la comisaría. Tercer día, libres de mortajas aparecieron los tortolitos. Sin biblias y sin peinado bonito.
— ¡Satanás se apoderó de nosotros! —gritó la señora.
— ¡Líbranos señor! —Volvió a gritar la doña.
— ¡Helmano Luí, peldónano! —gritó el agraciado veneco.
Luis Alberto, el pastor, les pidió silencio. Todos entraron a la cochera y rezaron con cánticos plagiados y versículos copiados para espantar al terrorífico demonio de la tentación y perdonar a cada uno de los pecadores con la promesa que ya no lo vuelvan hacer nunca jamás y mucho menos en el barrio plagado de pecadores, lleno de borrachines, envidiosos y chismosos.
   Juráis por la cruz y por las santas escrituras del nuevo testamento no hacerlo de nuevo. ¿Lo juráis?
   ¡Lo juro! —a dúo los pecadores juraron.
   ¿Palabra de dios?
   ¡Palabra de dios! —los pecadores se lamentaron a grito pelado.
   ¡Jehová sálvalos! —la cofradía ayudó en el juramento.
—Bueno, que no se vuelva a repetir la tentación del diablo. Podéis ir en paz.
A la semana siguiente Luis Alberto cerró su templo y volvió a las calles… a ser nuevamente el terrible estafeta, matón de esquina y sangrón del compadrón. En su barril sin fondo su ego estaba herido, crucificado, por un agudo dolor en su amplia cornuda frente y eso era muy latente para todos los presentes y, nunca más habló de la palabra de dios.
* Letra «Ven, devórame otra vez» de Palmer Hernández.
** Fotografía de Google Red.
NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS
Lima, 2019