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TARDE O TEMPRANO ESTARÉ CONTIGO de NDLeón

TARDE O TEMPRANO ESTARÉ CONTIGO de NDLeón

Fragmento de mi cuento La Oficina.



TARDE O TEMPRANO ESTARÉ CONTIGO

En el barrio se acostumbra tener gratos recuerdos de los vecinos, una buena cantidad de vecinos ilustres en la actualidad radican en el extranjero, y muchos, ya descansan en paz en los Cementerios de Lima cuadrada, El Ángel o Presbítero Maestro, y los más reciencitos que se han ido a la otra, sus restos reposan en los camposantos llenos de jardines primaverales. Hablando de muertos... Sui Generis es el dolor doloroso en un velorio del barrunto. Corre licor de variados colores, con hielo o con pasitas y otras cositas. Las cajas de cervezas adornan el motivo de la reunión y la chela corre como agua de caño malogrado. Abrazo, pésame, apretón de mano. Todos los presentes son iguales, mutuo respeto, los jefes bajan al llano, y los del llano atienden a los grupos como una sola familia. Se comienza hablando de las virtudes del occiso, poco a poco se sazona el buen decir con algunos chismes de las últimas semanas, esto se condimenta con simples rajes y otros chismes mayores sobre el barrio. En Balconcillo City, los velorios no pasan desapercibidos, tiene su connotación folklórica. Los que se golpean el pecho y necesitan con urgencia librarse de los pecados capitales, terrenales, económicos, contratan el Velatorio de la Parroquia. Pero, el verdadero sabor y saoco está en velar a los muertos a la antigua. En casa así no haya espacio, en la cochera o el jardín de atrás. La gentita cae, llega y colabora, bulla, café, cigarro, cuchara y cajón. Hay tristeza, llanto y lágrimas sinceras. Abren el cajón, lloran; cierran el cajón, lloran y lloran y siguen llorando. Moquean a moco tendido, todo es un mar de llanto. Plañideras, deudas, canjes y trueques. Pero, no todo es tragedia, afuera, en la vereda, en la calle, el comercio sigue como sí no hubiera pasado nada. La venta de licores, cigarrillos, canela y clavo de olor camina al compás de la ley de la oferta y la demanda. Chismes, maleteadas, chistes y más chismes truculentos, es la oportunidad para desahogar las penas, frustraciones y amarguras. Los jefes de las familias se dan tregua, hacen las paces. Los insultos, malos entendidos y las ofensas son dejadas de lado. Pero, los cachos jamás serán perdonados.

—¡Un comercial y regreso, voy y vengo!

—¿Adónde vas hijo de la guayaba?

Según la tradición oral del barrio conocida es la siguiente crónica. Cuentan que en el Día de la Canción Criolla falleció una de las vecinas fundadoras de la Asociación  «The Little White Houses», en los años de ardua convivencia la señora demostró ser una gran dama y madre ejemplar. El barrio lloró su desaparición. Cuando llegó el féretro a la casa, el chisme se propagó por las cinco esquinas y recovecos de los pasajes y calles. Cada hora que pasaba el velorio se sumergía en una profunda depresión de tristeza, llanto y lamento. Silencios y café. Bajo un cielo gris y un ambiente compungido, conmovedores relatos y desgarradoras imágenes, enaltecía los restos de la buena dama. Murmullos, pésames, colillas de cigarrillos, galletitas con mantequilla, lágrimas, pesadumbre. Luto en el corazón. Las copitas de pisco acholado circulaban una a las quinientas. A distancia se escuchó una melodiosa melodía, las miradas se dirigieron a la entrada del block, nuestro trovador mundano, con su presencia y con su voz irradió el pasaje con sonido y candor.

—¡Ya, todo bien, apágate! –dijeron los fariseos.

—¡Apágate tú, él es de los nuestros! – replicó una comadre.

—¿Quién es?

—¡Pollo! ¡Nuestro cantautor!

Pollo Carrascal, artista volatinero, pelotero de pichangas en calles y jardines; puntero mentiroso en la ligas victorianas; dribleador de cobradores y matarifes; chofer de emergencia en las funerarias clandestinas; chaleco de capo de capos; cocinero de la cocina brava en Tocache. Eximio charro cantor andino urbano. Vecino querido por grandes, chicos y por los que quedaron heridos.

Pollo (a) Pollito Carr, se hizo presente como siempre. Llevaba un vestuario de verano, blanco de pies a cabeza, zapatos de charol, lucía radiante como la luz del sol. Lanzó un par de notas altas con voz de pecho mismo tenor. Hizo un silencio, se acercó a la puerta del velorio, se detuvo un minuto, soltó una frase cariñosa, con los brazos abiertos parecía un angelito. Empezó a cantar a capela, bajito, poquito a poco se acercaba a la caja mortuoria. Conforme avanzaba subía el volumen. A algunos presentes no les pareció buena idea, requintaron para que se calle la boca, otros lo alentaron para que siga cantando, la familia de la difunta no decía nada, solo sonreían. Pollito quebró la atmósfera de dolor con el tema "Amor Eterno" de Juan Gabriel. Se posesionó en el centro de la sala, cantaba para toda la platea: —«El tiempo que he sufrido por tu adiós /obligo a que te olvide el pensamiento /pues, siempre estoy pensando en el ayer... prefiero estar dormido que despierto/ de tanto que me duele que no estés/ como quisiera que tu vivieras/ que tus ojitos jamás se hubieran cerrado nunca/ y estar mirándolos/ Amor eterno e inolvidable/ tarde o temprano estaré contigo/ para seguir... amándolos…» —. Medio velorio hacia coro, aplaudían, los contreras se contagiaron y todos terminaron cantando a todo pulmón. Los dueños de casa felices, el velorio tomaba cuerpo como debía de ser. Consiguieron una guitarra prestada e improvisaron un cajón, un par de cucharas se unió al vacilón. Los presentes pidieron otra canción. Pollito se explayó con un breve concierto de lo mejor de Juan Gabriel. Preparó su salida y despedida con un antiguo vals criollo de pura cepa. La afición y fans del inigualable Pollo no dejaron que se marché. Le chorrearon un billete, al toque se convirtió en una caja de música, y con comida y trago le dieron cuerda para rato.

El tono siguió con boleros cantineros, rancheras, tonderos, valses, marineras, huaynos cajachos. A la mayoría de la gente les picaba los pies por bailar, se morían por bailar, solo les quedó moverse en sus asientos, golpeando los tacos, moviendo el zapato, meneando la cabeza, acompañando con palmas, con golpecitos a la botella y tarareando bajito, para dentro. Y cuando el consagrado cantor cantó: —«Cuando Cristóbal Colón pasó por Lima bendita, escuchó una jaranita, que abajo’el Puente se armó. Dijo: Tierra americana, soy el que pisa primero; pero, palabra, que quiero conocer a las peruanas. Y se armó la jarana, en la tierra de los virreyes, los gitanos cantaban, su música desde el alma. Los peruanos hicieron respetar sus leyes y al compás del cajón respondían: ¡palmero, sube a la palma! »—En las veredas unas cuantas parejas tiraron su rumbón. Entre trago y trago, copa y copa, canción y canción llegó las seis de la mañana. No había ningún trago. No quedaba una gota de licor. Pollo (a) Pollito Carr se ofreció a comprar el líquido elemento. Todo el mundo estaba de boleto. La carroza fúnebre llegaba a medio día, o sea había tiempo para bajar el caldero con unas chelitas frías, bien heladitas. Se hizo una chancha, los varones apostaron por chelas y las damas por vino. Pollo recibió los billetes, sencillo, propina y la suya por precaución. Cuatro cajas de cervezas, dos damajuanas de vino, cajetillas de cigarrillos, palitos de fósforos.

—¡Pollo, que te acompañe el vil ladrón Perales!

—Nancy ni bertha, yo me bato solo. He sido comando suicida, no pasache ná!

Los micros, combis asesinas, ambulantes, carretas y triciclos, comercios, comenzaron su labor. En el velorio no pasaba nada. Pasó una hora, mandaron a unos sicarios para que peinen la zona. Ni rastro. Marcaron la casa de Pollito, dijeron que no había llegado a dormir. Se inquietaron, granputearon. Compraron una botella de ron para armar valor. Pollo no regresaba. Llegó la carroza. Se llevaron el cajón. En el barrio quedaron miradas de odio por culpa de Pollito. Enterraron a la señora. Llegó la tarde, la noche y nada. Pasaron días, semanas, meses y años. Nada. A Pollo, a nuestro Music Box no se le vio por ninguna parte. Pasaron varios almanaques. Del soleado norte llegó una triste noticia, Pollo Carrascal, nuestro Pollito había fallecido. Como muestra de profundo pesar, congoja y cariño, el barrunto recordó su memoria, hablaron de él, de sus ocurrencias, de sus virtudes y de su gran reportorio de rocola. Recordaron sus anécdotas, su fuga con las cajas de cervezas y el billete de la chancha. Prendieron unas velitas, se tomaron varios rones en su nombre. Chuparon varios tipos de licores, algunos se prendieron por el caldero, sus más cercanos ayayeros lloraron, otros vergelearon, aspiraron, bailaron, y todos los presentes la pasaron linda homenajeando a un santo varón del barrio. Como tenía que ser.

NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS

Alemania. Karlsruhe, 15/Marzo/2008

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