LA OLIVETTI DE VIRGINIA de
NDLeón
Virginia Elena, Viky, gracias por todo, hermanita linda. Nk
LA OLIVETTI DE VIRGINIA
Llegó el segundo domingo de
octubre, le saqué el jugo. Ordené la oficina del taller familiar; reorganicé los cajones y armarios; limpié el cabezal de la impresora; liberé de archivos la
computadora, el material lo guardé en una memoria externa. Formateé un par de
USB. Preparé un desayuno alemán, salchicha con pan crujiente, salsa de tomate y
curry, col y cerveza negra. Lavé ropa al por mayor. De almuerzo me lucí con un
arroz chaufa con tres tipos de carnes. Corregí mi poemario urbano II Desamor desde
el punto de vista de la sugerencia de una poeta. La opinión femenina es
fascinante. Agrupé en orden cronológico mis cuentos cuyo tema central es la
mechadera. A las diez de la noche en YouTube, ocio. Vino, palomita de maíz y una
película de Morten Tyldum: «The Imitation Game/El código Enigma», drama sobre el
matemático Alan Turing y un equipo de científicos que tienen como misión descifrar
el código secreto alemán conocido como Enigma en plena segunda guerra mundial.
No sé qué se me dio por indagar
sobre el inventor de la máquina de escribir. Averigüé, no se sabe quién fue el
inventor. Fue un proceso de a pocos de varios inventores. En el sobre retrocedí
en el tiempo, recordé aquella grande y antiquísima máquina de escribir donde
mamita llenaba de números una pila de facturas, guías, cartas, dirigidas a la
Casa Grace & Cía.
Papá era el proveedor número uno de papeles y cartones para el reciclaje. La máquina
parecía un motor de locomotora, un robot, sobresalía un rodillo largo, me
gustaba cuando sonaba una campanita y el tecleo producía un sonido metálico
escandaloso. Escuché que papá la compró en la cachina del centro de Lima. En una
ocasión mamá me hizo escribir mi nombre, la dirección postal de la casa, los
nombres y apellidos de ella y de papá. Me dictó la letra de una canción. Fue
alucinante. En el callejón un inquilino tenía una maquinita, chatita, Rooy-1950.
Me acuerdo la marca por Roy Rogers.
En las vacaciones de verano
antes de ingresar a secundaria, papá me matriculó contra mi voluntad en Mecanografía
en la Academia Brown de Lince, yo quería estudiar dibujo y pintura. Renegué. Fui
una calamidad, nunca aprendí a escribir sin mirar el teclado, menos con los
diez dedos, entré y salí de la academia usando solo dos dedos, los índices,
pero aprendí a cuadrar la hoja, los espacios y recutecos. Sirvió la intención.
Cuando mi hermanita Virginia Elena, Viky,
inició la secundaria, se matriculó en una academia para estudiar mecanografía y
taquigrafía, practicaba en casa de unos vecinos. Yo como siempre ajeno al
mundanal ruido, no estaba enterado. Llegué a casa después de varios meses de
gira artística teatral como actor y escenógrafo. Mamita me recibió con mucho
cariño.
—¿Estás bien? Se te ve
enfermo. Ahora ya sabes lo que es trabajar.
Viky me abrazó y me dio
aliento para seguir la brega.
—¿Ya te aprendiste tu letra?
—Si. ¿Qué haces?
—Estoy aprendiendo taquimecanografía.
—Demuestra.
—Otro día. No tenemos máquina.
Anonadado hice silencio.
Averigüe cuanto podría costar una maquinita de segunda. —Mi hermano conoce al
gerente de Olivetti —me pasó el dato Freddy Lobatón, antiguo colega mochilero.
Llegamos a Olivetti ubicada en jirón De la Unión. Nos atendió el gerente.
Escogí una más o menos. Por la amistad, juventud y por el arte, me hicieron un
descuentazo. —Sí así es, mejor elijo otra —dije. Y elegí una profesional
portátil, ni tan chica, ni tan grande. Venía con su funda con asa. Fue la única
vez que el teatro me brindó realizar una buena acción en mi existencia. Vikita lo
ha valorado hasta el día de hoy.
—Viky ¿qué es de la máquina
de escribir qué te regalé?
—La tengo. Le hice
mantenimiento y la guardé.
—Es una pieza de museo.
—Se batió duro en San Marcos.
Gracias.
Casi lloré de emoción. La
sencilla respuesta me mató. Iluminó mi aureola.
En mi etapa de formación de actor en las primeras clases todos los trabajos los hacía a puño y letra, lápiz y papel, hasta que la dirección exigió los trabajos a máquina. Me las tenía que ingeniar a quien pedir prestada su máquina de escribir, así nomás nadie tenía una en casa. Yo estaba desterrado y paraba con las justas con los chivilines, no me alcanzaba para contratar un escribano urbano del Parque Universitario, a pesar que me cobraban baratito. Esos señores eran unos capos haciendo las monografías, tipiaban el libreto en un santiamén.
En agosto de 1977 llegué a la
ciudad de Reutlingen, estado de Baden-Wurtemberg, Alemania. Dorothee Pauleit,
universitaria, estudiante de pedagogía, me prestó su máquina de escribir. Un
par de días me la pasé redactando cartas para participar en los encuentros
culturales de Bérgamo /Italia; Ámsterdam /Países Bajos; Londres /Reino Unido;
París /Francia, etc. Me di el lujo de escribir una obrita de teatro para niños,
una adaptación de un cuento cubano.
Recuerdo al tío Mañuco, ugartino y sanmarquino, vivió muchos años en Francia, en una de sus visitas a Lima Perú le compré su máquina de escribir «Royal». Me contó que la compró de segunda mano cuando ingresó a la universidad en 1952. Yo se la compré en el '82. Hasta ahora la conservo en su estuche original
En el 2008 en la ciudad de
Karlsruhe, BW, escribí mi primer cuento de barrio «La Oficina». Fue un comienzo
después de muchas inseguridades y miedos. El filón que había elegido era
delicado, basado en experiencias propias y cercanas, mi querido barrio, colegio
y vecinos. Toda esta osadía fue cristalizada gracias al apoyo de Dorothee que intercedió
con el jefe del Instituto
Inter-Facultativo de Emprendimiento de la Universidad de Karlsruhe (TH), me
prestaron una computadora de última generación con acceso a la impresora sin
regateos. Juan Arcos me regaló mi página Blog, me
dio un consejo —«para aprender a escribir tienes que escribir y escribir».
Cuando regresé de Europa en el
2013, mi nieto Piero Angelo con diez años de edad me enseñó a manejar mi primer
celular Android y sus aplicativos; facebook, youtube, messenger, notebook, e-mail.
Un nuevo mundo tenía en mis manos. Increíble, cuantas aventuras desde mi
primera tecleada en la máquina de escribir de mis papás hasta hoy día. Pero,
quiero ser sincero, extraño el ruido, el abrazo, la música de mi máquina de
escribir, ah otra cosa, en las calles de mi barrio uso lápiz y papel para
evitar sinsabores que te da la vida.
*Alan
Turing, matemático, lógico, informático, teórico, criptógrafo,
filósofo, biólogo teórico, maratoniano y corredor de ultra distancia británico.
Uno de los padres de la ciencia de la computación y precursor de la informática
moderna. Descifró los códigos nazis de la máquina Enigma. Fue procesado por
homosexualidad en 1952. Dos años después se suicidó.
NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS
Lima, 2020.
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