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GÓMEZ GONZÁLEZ, el poetastro de NDLeón

GÓMEZ GONZÁLEZ, el poetastro de NDLeón



GÓMEZ GONZÁLEZ, el poetastro.                                                   

Rosalía Quinn vía WhatsApp me invitó a una feria de libros, poesía y narrativa en los suburbios de Puerto de Palos N.E. un viaje de dos horas y media en microbús. Dije que no. La dama insistió. Perdí. Puse tres condiciones: pasajes, refrigerio y por lo menos más de tres cuartos de hora de tiempo reglamentario para exponer mi hoja de vida, presentar mis libros, poemas y cuentos; declamar, recitar, leer y de despedida unos diez minutos de teatro de mi unipersonal «NotecuelguesdemiwifiCTM». La respuesta de la bella dama fue afirmativa.

Non preoccuparti mio caro attore. Tenlo por seguro. Por el momento no hay nada, el municipio no tiene caja chica. Estoy en conversaciones con mi jefe.

—¡Viáticos, agua mineral, almuerzo, postre, pasajes… es lo mínimo! No te estoy cobrando. Las municipalidades tienen plata para todo menos para la cultura. En mi barrio se realizó una feria de libros, a medio día pasaron unas hojas para que los participantes firmen. Dijeron que era para solicitar el menú. Falso. Nunca llegó nada, ni un vaso con agua. Después me enteré que habían puesto cincuenta soles de gasto por participante, el jefe de cultura y allegados se levantaron el billete. El artista jodido, asaltado, le roban su tiempo y su arte.

—Acá es distinto. El alcalde es de palabra, la comuna lo quiere… es compañero.

—Esos son peores, aumentados y corregidos…

—¡Es hayista! Honrado, como su guía y jefe… confía en mí, te doy mi palabra. ¡Yo no soy compañera por si acaso! Pero si sé distinguir entre el bien y el mal.

Llegué a la feria a las nueve de la mañana como estaba programado. La anfitriona puntual. Sola. Ningún personal del concejo, los pocos que éramos ordenamos nuestro stand. Escogimos uno de cuatro mesas. Tres jóvenes de la zona y yo. Los stands eran de diferentes tamaños, modelos y colores. En el centro del parque habían acondicionado el auditorio. Después de treinta minutos llegaron unos conocidos poetas de la calle de la cerveza y licores. Nos presentaron. Uno de ellos fue designado como nuestro coordinador de todos nuestros pasos, antes y después de las presentaciones.

—Les presento al poeta Gómez González, él es el encargado de esta área, cualquier cosa con él por favor.

—¿La gente sabe que hay una feria hoy día? —pregunté —Carajo, ningún sapo merodeando, no han hecho publicidad, estamos hasta las huevas…

A las once en punto, la primera lectura de dos poemas de veinte versos cada una. El auditorio vacío, fomenté la colaboración, pedí a los colegas y empleados que nos sentáramos en la platea como público, aplaudiendo. A las doce meridianos los empleados se marcharon al almuerzo. A las dos de la tarde aparecieron una docena de veteranos de la palabra escrita. Entre ellos un profesor octogenario, exigió presentarse lo más pronto posible para regresar inmediato a su casita. Detrás de ellos llegó un contingente de público, jóvenes de un instituto. Gómez González alcanzó el micro al profesor longevo, algunos lo conocíamos por sus incendiarios discursos; pensé —Ojalá no la cague —. El profesor dio inicio a su disertación como un ejemplar activista, fue tomando confianza y se le fue saliendo el marxismo, leninismo, engelsismo, espinosismo y todas las arengas anárquicas de los años treinta. Diez minutos y el público juvenil tragó saliva, uno a uno se salió de la platea, se dirigieron a los kioscos de las ventas de libros. El profe sin querer espantó al público, quedaron tres empleados en babas. Gómez González le indicó que sigan sentaditos. Terminó la exposición, el profesor se retiró por el mismo caminito que había llegado. En la esquina del parque tomó una moto taxi, se perdió hasta el día de hoy. De nuevo a jalar público. Llegaron grupos de familia. Gómez González invitó al siguiente poeta a la mesa de honor. El artista muy bien al terno, con chaleco, encorbatado; maletín de cuero y gafas de intelectual. Se acomodó frente al micro. Lo presentaron con bombos y platillos —Con ustedes el poeta de los versos amorosos de amor tradicional del Oriente Medio —al presentador le arrancharon el micro. —Buenas tardes, antes que poeta soy abogado de profesión y catedrático de universidá. He llegado aquí porque me han invitado. Mi primer poema lleva por título «La amorosa pareja de amor de Ali Baba» —. El público hizo tétrico silencio. El artista con voz engolada paporreteo las primeras líneas, conforme leía menos se le entendía, el contenido no sobresalía. Era una verborrea terrible, incomprensible de nunca acabar. Y cuando acabó media platea se retiró. El segundo poema fue más corto, con odas al cristo crucificado y negación al amor físico porque es pecado. Igual que el primer poema requetemalo. Cuando acabó la tortura de la santa escritura los colegas aplaudimos. Algunas fotos y chao. Siguieron pasando más poetas y más escritores. Todos alegres, todos contentos con sus diez minutos de fama. Fotos, saludos y felicitación. Les tocó el turno a los jóvenes de la zona. Algunos muy buenos, otros interesantes, la mayoría con nota diez.

Llegó la noche, prendieron los focos, el adjunto poeta Gómez González, me preguntó mi nombre para presentarme. Sonreí en modo victoriano. Cuando me dirigía a la mesa llegó una delegación de damas, todas bonitas y muy bien vestiditas, todas igualitas. Era un grupo de música vernacular. La jefa una conocidísima cantante, reivindicadora de la justicia social. Con la sonrisa oreja a oreja, mismo figureti me presenté, saludé al lindo público y entre broma y broma, doble sentido hablé de mi profesión; actor; de mi barrio, de mis habilidades en el arte culinario y de mis viajes.

—Todas estas experiencias me sirvieron para escribir mis tres libros… a veinte soles cada uno, tres por cincuenta —.

Confiado con el tiempo llevaba la charla al compás del simpático público. Todos muy atentos y concentrados de las barbaridades que decía. Eran cómplices de mis malcriadeces. Mi léxico de barrio victoriano con connotaciones del antiguo castellano culto, era apreciado como una mixtura de seviche de carretilla con presentación de Gourmet Cordon Bleu. Los jóvenes del stand seguían mis locuras. Saqué bajo la manga un archivo de mi último poemario.

—Este escrito es un poemario inédito que recién ha pasado el proceso de corrección de estilo. Se los voy a leer. Me disculpan, algunos poemas los voy a saltear porque son muy colorados, subidos de tono, no quiero ofender con una vulgar grosería —.

El público aplaudió, entendí la aceptación. La señora artista directora opinó: — Lee todo—. El poeta adjunto Gómez González comenzó a hacerme señas y muecas para que pare. No le di importancia. Yo me despachaba a mi gusto. Improvisaba, declamaba, leía con mi estilo de actor de barrio populoso. Con la voz bien colocada. Con perfecto fraseo. Los poemas tóxicos los dramaticé. Leí los poemas lisurientos. De las carcajadas de las señoritas brotaron lágrimas de risa de nunca acabar. Volví a ofrecer mis libros a precios populares. De nuevo el poeta adjunto Gómez González jodía y requetejodía, quería que finiquite la presentación. Miré la hora, estaba dentro de mi tiempo permitido. Llegó el momento del cierre, el actor juglar, o sea yo, se despediría con un fragmento de su unipersonal «NotecuelguesdemiwifiCTM». Gómez González insistió que terminara mi performance. Con fastidio di por terminada mi presentación. Miré a todos lados buscando a la colega que me había invitado. No se encontraba presente. Vendí treinta libros, los autografíe; fotos a granel, grupales e individuales y sobre todo fotitos con la señora cantante directora de la danza y música. El público se retiró. Me dirigí al chinchoso adjunto Gómez González.

—¿Oye… ya estas contento… ahora quien viene?

—No, todavía no llega, pero ya está por llegar…

—¿Entonces por qué mierda me has interrumpido la presentación? ¿Qué chucha se te cruzó por tu cabeza hueca? El público estaba contento, divirtiéndose, me faltaba actuar, diez minutos de actuación eso era todo, yo soy actor… ¡Idiota!

—¡Pero te has pasado, eres el único que ha hecho más de media hora? ¿Qué más querías?

—¡Yo tenía un trato, viatico y hora… además no había otro expositor… nadie más… cojudazo! ¡Hubieras esperado hasta que llegara otro poeta! ¡Cabeza hueca! La sala estaba llena, mira… ¡Nadie!...

Los aparecidos de Virgilio, Dionisio, Brecht, Joffré, Bukowski, Sade… me dijeron al oído. «El peor enemigo de un artista es otro artista… pero este otro es desleal y mediocre, contamina … a eso se llama envidia… sigue de largo sin mirar atrás» .

Sonreí, y caminé al paradero, no nos dieron ni agua, me fui directo a mi barrio a tomar unos cuantos tragos con mis musas, duendes, libros, apuntes y borradores…

NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS.

Lima, 2016.

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