AL QUE QUIERE CELESTE de NDLeón
Inmaculado Parque Miguel Dasso de Balconcillo Urb. La Victoria. |
AL QUE QUIERE CELESTE QUE LE
CUESTE
Esta es la historia de un
matrimonio, no un matrimonio cualquiera, un gran matrimonio. Así como en los
cuentos de hadas, donde la protagonista no hace casi nada, siempre es una
princesa, una Bella Durmiente, una Blancanieves, la chica en cuestión era una
zamba sacalagua de padre cajamarquino andino y madre chinchana victoriana. Una muñecota
plástica que vivía en su burbuja de jabón, en su mundo etéreo de fantasía, se
comportaba misma pituca de la avenida Larco con la calle Berlín de Lima 18,
pero su desgracia mayor era que vivía en un quinto piso sin ascensor, en un
edificio de colores chicha, tugurizado por los abuelos, por los padres, hijos,
cuñadas, nietos y el espíritu santo. El barrio, rico en verdor y en vergeles,
incrustado en la ex hacienda de Balconcillo de La Victoria. La dama para colmo
de males vivía en el mismo pasaje donde vivían los peloteros, vagos y obreros,
jardineros y paseros. Claro, como pituca, no saludaba a «nadies», la barajaba agachando
la cabeza como mirando la punta de sus zapatos o se cruzaba en perpendicular a
la otra acera. La zamba cruda no caminaba por donde caminaba los cholos o
negros, se deslizaba por el borde de la pista dribleando autos, bicicletas o
motonetas. Practicaba natación y vóley con la gentita de Matute Block. Hasta
que uno de los inexpertos muchachos picó el anzuelo, la enamoró, se atragantó
con el anzuelo, perdió la cabeza, la pidió en pedida de mano con nerviosismo y
fingida sorpresa por el otro lado. Cambió de aros y se casaron bajo la
supervisión del Registro Civil. La sala de la casa se llenó de regalos, y más
regalos aun cuando anunciaron su matrimonio ante el dios crucificado.
El joven no sabía la joyita
que se llevaba. Todo el barrio estaba a la expectativa de la ceremonia
religiosa, los vecinos querían ver a la antipatiquita de blanco inmaculado,
aunque ese blanco ya estaba bien maltratado. Estaba sobreentendido, no era
sorpresa para ningún vecino, nadie recibió una invitación, ni los amigos del señor
padre, ni las comadres metiches de la madre, nadie. Se sabía que después de la
ceremonia religiosa, pasaban al salón parroquial y de ahí a las Casuarinas al Club
de los Honorarios y Leales Oficiales de la Policía de Investigaciones.
Un sábado de luna llegó el automóvil
Royal Remisse, tocó la bocina con melodía de Johann Strauss. Bajó la novia
acompañada de su señor padre como padrino, atrás la señora madre, el fotógrafo y
el camarógrafo; los hermanos, las cuñadas, los hijos de los hijos, un trio de
tíos con guitarra, cajón y castañuelas; la sirvienta y un conocido político
corrupto del barrio de Santo Domingo como invitado especial. La hermana echó siete llaves a las dos puertas de la casa, principal y de servicio. Los regalos
quedaron bien custodiados, bajo llaves y pétreas miradas de par de pitbull, mascotas
de uno de los ñaños conocido como Popeye el marimbero.
El vecindario miró el cortejo a hurtadillas, por las persianas, cortinas y rendijas. Pasó la chismografía, el barrunto volvió a la normalidad, el que menos se fue hacer sus cosas como siempre, a tomar un trago, a fumar su troncho, algunos a la cantina a jugar cartas, cubiletes o al taco. Se escuchó unos cuantos balazos de rutina, luego el barrio se quedó en silencio, nadie se acercó a la iglesia, nadie rezó, se olió una avinagrada brisa. A las diez de la noche, llave y candado, se cerraron las cuatro rejas del parque, las rejas de las esquinas de las calles vecinas, cerrojos en las trancas y barreras vehiculares. Se prendieron las sirenas digitales. Los guachimanes quitaron las cadenas a sus canes, tomaron posición en sus casetas. Toda la cuadra respiraba tranquilidad absoluta. Los borrachitos con sus pasitos, los paseros con sus pasotes. Concluida la ceremonia religiosa en la iglesia guadalupana pasaron al salón parroquial, brindis con champan, bocaditos dulces y salados. Buses para transportar a los familiares al club y muchas caras largas de jóvenes de Matute, se quedaron en ascuas, tirando cintura, no les alcanzaron la tarjetita para la recepción del bailongo.
A las cinco de la mañana de
escuchó en el pasaje gritos y más gritos. Silbatos y sirenas. —¡Hay que llamar a la policía! ¡Dios
mío, barrio de mierda! —. Como todo la malo se sabe inmediatamente, corrió la
bola de nieve. Habían robado en la casa de la novia, con pata de cabra habían
trabajado, violentaron las puertas, destrozaron las chapas de la sala y de las habitaciones. Desaparecieron los regalos, todos, no quedaron ni las cajas, ni las envolturas, equipos,
refrigeradora, cocina, lavadora, etc. y de yapa, se cargaron el gran televisor familiar,
laptops, la guitarra eléctrica, joyas, lozas, fuentes de plata, decorados,
vestidos y para colmo de la astucia se levantaron a los dos temibles perros guardianes.
—¡Es el karma! — se escuchó detrás
de los árboles. Se escucharon risas. Uno a uno se apagaron los focos de las
casas vecinas. — Al que quiere celeste que le cueste —se apagó el ultimo foco.
Oscuridad, chismes y murmullos llenaron de sonidos a la solidaria vecindad.
NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS
Lima, 2021.
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