LOCURA EN LA OFICINA de NDLeón
LOCURA EN LA OFICINA
Había regresado a la civilización, por varios años había sido el más más en el periodo de cosecha de la hoja sagrada, temido capataz en la cristalización de la droga en medio de la jungla de Uchiza—Tocache, toda esa concentrada experiencia lo mantenía reservado en su lejano pensar. El amor de sus amores se había metido con su peor enemigo y por amor el antiguo sicario se había convertido en taxista, apretón, delivery microcomercializador de quetes y pacos. Para variar, su enamoradita de turno con nuevo amante vendía el peor seviche del barrio, obligado le tenía que comprar, y lo peor, comerlo a vista y paciencia de los mecánicos, paseros, pintores de chatarras, sopletes y alcahuetes.
Aburrido en Lima, recibía una mesada de sus jefes caídos a menos, propinas que no alcanzaban para la canasta mensual. Una botella de ron con su evervess ginger ale y limones lo descuadraban en su presupuesto semanal. La droga en Parina Street ya no era la de antes, no tenía salida. Revender y micro comercializar era una porquería. Mejor era trabajar unas horas en «Gamarra Gallery Gross Sex» vendiendo calzones, sostenes, licras, polos para las venecas que eran las nuevas mamis del centro comercial.
Un sábado, tarde de noche, el desorientado macerador se encontró con su broder, antiguo gaucho de las pampa argentinas, contó su tragedia. El gaucho estaba peor, había chocado su auto, le habían quitado el brevete, su mujer no le daba permiso para salir ni para visitar el templo del santo grial victoriano. Estaba secuestrado por su madre, esposa e hija en plena pandemia de covid19 coronavirus. Se encontraron porque se había escapado por unas horas de la férrea prisión conyugal. Se compraron un par de botellas de ron black, limones y se entonaron en la esquina, en los muritos del jardincito llamado por los parroquianos buenos y malos como «La Oficina». Hablaron sin lágrimas, como buenos victorianos de BalconCity. La primera botella se la acabaron como agua bendita de la parroquia Guapalupe. Recién en la segunda botella hacían pausas para contar sus tragedias urbanas, domesticas y de cana.
El gaucho se cayó de espaldas en las plantas de cactus que adornaban el jardín. Se acurrucó, como almohada la botella vacía. Dos tragos más, el veterano capataz le siguió los pasos, se metió al jardincito y empezaron a roncar. En plenos sueños el antiguo capataz gritaba nombres indescifrables, hacía pausa, luego temblaba como adoquín con tercianas.
—Agravado tienes que ir a la fiesta, si no vas tú no hay tono, la China quiere contigo, su esposo a partido a yunaissteies...
—¡No quiero! Estoy casado. Mi mujer me ama. Yo la amo, nos amamos...
Pasó como una hora, nuevamente las voces le quitaban el sueño a Agravado.
—¡Hurtoagravado, hay un tamal, busca cliente, te agarras el 50% de las ganancias!
—¡No puedo! Estoy casado. Mi mujer me ama. Yo la amo, nos amamos...
En plena madrugada. Agravado gritó a los cielos.
—¡Puedo nadar, cruzar el río Huallaga, pero primero es salvar a mi esposa... mi mujer me ama. Yo la amo, nos amamos...
Llegó la aurora, el fresco amanecer, la gentita del barrio hacían su cola con la distancia reglamentaria de metro y medio para comprar su pan, aceitunas y mantequillas con sus mascarillas y otros exagerados con máscara facial acrílica, guantes y bastones.
La voz del jardín fue escuchada nuevamente por Hurto Agravado.
—¡Agravado, tómate un interprovincial, vente urgente a Uchiza Tocache nos están bombardeando, quemando los pastizales, cocales, cabañas, aeropuertos! ¡Necesitamos de tu sabiduría extraprogramática incaica cajachoshilico!
—¡Noo, noo, noo! Estoy casado. Mi mujer me ama. Yo la amo, nos amamos...
Pasaron dos horas, ocho de la mañana, el gaucho se despertó, Agravado fue despertado. El dueño del jardín los granputeó, le habían cagado su cactus genuino ancashino.
—¡Puta madre, vete a tu casa huevón... tu mujer debe estar preocupada, suerte que no te ha pasado nada! ¡Tu mujer te ama, tú la amas, ustedes se aman!
—¿Qué mujer huevón? Yo soy soltero...
Todo había sido una terrible pesadilla en el jardincito de La Oficina.
NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS
Lima, 2021.
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