PECADO PERDONADO. NDLeón
PECADO PERDONADO
Luis
Alberto después de muchas cutras, robos, engaños, se dio cuenta que su grupo de
amigos de la infancia se le estaba distanciando. Ya no participaban en sus
comilonas y borracheras pro-bolsillo. Su carácter irascible lo traicionaba. De
chico fue el matón de los boys scouts Patrulla Las Hienas, de joven sus
fechorías eran graciosas, sobre todo cuando se escapaba de los restaurantes sin
pagar. En el servicio militar obligatorio no duró ni seis meses, lo expectoraron
por sobón, rastrero y adulón. En el barrio su deleite era contar sus
delincuenciales acciones. Más tarde, escondía lo robado como buen excelso reducidor,
cuidaba de todo como la botica de al lado. De adulto lo pescaron en pleno hurto agravado,
echó a su colega de robo, lo traicionó, y pagando un rescate se libró por
poquito de ir de la fiscalía al penal. Se dedicó al micro comercio de delivery,
en bicla, moto o en auto. —Para despistar a los sapos —decía, según él era el
pendejo que hueveaba a la policía.
Riqui y Danni, dos exprontuarios, exconsumidores,
exmicrorevendedores de la vaina, enjaulados en el duro proceso de sanación se
convirtieron en hermanos evangelizadores, cristianos, con la palabra del
salvador. No tenían ni secundaria completa pero se sabían la biblia de paporreta.
Estos redimidos jaladores llevaron en peso, a rastras, a Luis Alberto a su
templo Victoria Manos a la Obra con
un único objetivo, librarlo de Satanás, del vicio consuetudinario, de las
deudas con la justicia y del despiadado cobrador contumaz.
Luis Alberto, al año de servir a amo ajeno
formó en el garaje de su casita su templo, dio cargo y encargo a sus familiares
más cercanos. Su esposa, la respetada señora Kion, era la encargada de recibir
el diezmo de cada día, regalos y donaciones. La paz había llegado a sus
corazones. Pero todavía quería más. Armó grupos para que salgan a las calles llevando
la palabra, las alcancías y su tarjeta con dirección postal.
Algunos
jóvenes se revelaban, otros se retiraban. El hueveo con el cual adoctrinaba no
tenía sustento y menos peso, era superficial o hasta las caiguas.
Después de la oscuridad se hizo la
luz, le llegó un veneco, joven atlético, pelo ensortijado, ojos almendrados; antichavista; alto y
con un léxico de diccionario. La amada esposa inmediatamente guió al forastero por
el sendero del bien, lo alimentaba y adoctrinaba como dios manda. Hasta que les
tocó salir a la calle, el pastor Luis Alberto formó parejas para que peinen el
barrio; a su esposa junto con el veneco les encomendó el barrio más
controvertido, lleno de delincuencia, pájaros fruteros, ambulantes, cantinas, bares,
hostales de mala muerte y hoteles sin estrellas, prostivedettes y gente de mal
vivir.
La pareja, señora Kion y Veneco pintón, cumplían
su santa misión cristiana a carta cabal, pregonaban con tesón la palabra del
redentor. Los hoteles prendieron sus luces de neón, en las cantinas empezó a
sonar el son, música chicha, rock endemoniado y las exitosas salsas románticas.
—Hasta
en sueños he creído tenerte devorándome y he mojado mis sábanas blancas
recordándote / En mi cama nadie es como tú, no he podido encontrar la mujer que
dibuje mi cuerpo en cada rincón sin que sobre un pedazo de piel / Devórame otra
vez, ven devórame otra vez, ven castígame con tus deseos más que el vigor lo
guarde para ti / Ay ven, devórame otra vez, devórame otra vez que la boca me
sabe tu cuerpo, desesperan mis ganas por ti… —.
Desde las rockolas
los predicadores escucharon a Eros, dios de la atracción sexual y del perreo. La
pareja se sofocó, pidieron agua, les invitaron un vaso cerveza a cada uno. Se
sentaron en un murito, rezaron por el pecado acumulado y siguieron caminando
con la biblia entre sus manos.
Al día siguiente el pastor Luis Alberto y
todos los fieles devotos buscaban a la singular pareja. Según los leales
sabuesos, la señora Kion y el Veneco, se habían extraviado entre los tenebrosos jirones de Humboldt
con Giribaldi del populoso barrunto de El Porvenir. Segundo día, el pastor
presentó una denuncia de la desaparición a la comisaría. Tercer día, libres de
mortajas aparecieron los tortolitos. Sin biblias y sin peinado bonito.
— ¡Satanás se apoderó de nosotros! —gritó la
señora.
— ¡Líbranos señor! —Volvió a gritar la doña.
— ¡Helmano Luí, peldónano! —gritó el agraciado
veneco.
Luis Alberto, el pastor, les pidió silencio.
Todos entraron a la cochera y rezaron con cánticos plagiados y versículos copiados
para espantar al terrorífico demonio de la tentación y perdonar a cada uno de
los pecadores con la promesa que ya no lo vuelvan hacer nunca jamás y mucho menos
en el barrio plagado de pecadores, lleno de borrachines, envidiosos y chismosos.
— Juráis
por la cruz y por las santas escrituras del nuevo testamento no hacerlo de
nuevo. ¿Lo juráis?
— ¡Lo
juro! —a dúo los pecadores juraron.
— ¿Palabra
de dios?
— ¡Palabra
de dios! —los pecadores se lamentaron a grito pelado.
— ¡Jehová
sálvalos! —la cofradía ayudó en el juramento.
—Bueno, que no se vuelva a repetir la
tentación del diablo. Podéis ir en paz.
A la semana siguiente Luis Alberto cerró su
templo y volvió a las calles… a ser nuevamente el terrible estafeta, matón de
esquina y sangrón del compadrón. En su barril sin fondo su ego estaba herido, crucificado,
por un agudo dolor en su amplia cornuda frente y eso era muy latente para todos
los presentes y, nunca más habló de la palabra de dios.
* Letra «Ven, devórame otra vez» de Palmer Hernández.
* Letra «Ven, devórame otra vez» de Palmer Hernández.
** Fotografía de Google Red.
NICOLÁS DANIEL LEÓN
CADENILLAS
Lima, 2019
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