Cuentan que un aprendiz de chamán de una pobre aldea fue invitado a la corte del rey.
- Yo no entiendo a los sabios, te ofrezco una labor en mi palacio y dudas en contestar. Comentó el soberano.
El aprendiz dudaba, dirigió la mirada a la hermosa jaula de oro, adornada de perlas y rubíes, miró a los ojos de la hermosa ave en cautiverio buscando una respuesta.
- ¿Te gusta? Preguntó el soberano.
- Es muy bella. Es una lástima ...; contestó a medias el novel chamán.
- ¡Canta!; ordenó el soberano y la avecilla cantó: “Soy feliz ... feliz, feliz, feliz”.
De los jardines del palacio, el aprendiz escuchó un coro de aves libres entonando un verso.
- “¡Somos li-bres, seá-moslo siempre, y antes nie-gue sus luces el sol, que faltemos al voto solemne que la patria al Eterno elevó, ... !”.
- ¿Lástima qué? Retomó la pregunta el soberano.
- Lástima ... lástima que ... yo no tengo buen oído musical; contestó el aprendiz.
Agradeciendo al soberano la invitación, regresó a su aldea, tomó su arpa y se puso a cantar como las aves libres.
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