PASEO POR HUANCAYO de NDLeón
De mi libro «Cuentos breves
para mi nieto».
Dedicado a Julio Marroú Miró.
¿Te acordás hermano? ¡Qué tiempos aquéllos!
(Tango. Tiempos viejos).
Nicolás León en el Tren Macho. |
PASEO POR HUANCAYO
En una Semana Santa con
feriados y Domingo de Resurrección. Nos pusimos de acuerdo para irnos a pasear
por la incontrastable y bella ciudad de Huancayo, eso si con pareja, como mi
costillita del barrio no podía ir, ni le daban permiso fui con una amiga y
colega de estudios. Los demás, cuatro amigos, dos de mi barrunto y dos de
surquillo, llevaban a sus lindas noviecitas y vecinas, unas lindas y tremendas
joyitas en bruto, sin pulir se lucían vistosamente por su originalidad.
Éramos cinco pelucones con ropa de colorines, con pintas de vagos profesionales, buenos para nada, con blue jeans apretados y descoloridos, botas gastadas y manchadas de aceite por las motos. Nos comunicábamos con ademanes, gestos, gritos y toda clase de movimientos y morisquetas; hablábamos unos encima de otros, con una perfección extraordinaria de entendimiento.
El promedio de edad de la collera era aproximadamente veintidós años. Viajamos en tren, el punto de reunión fue la Estación de Desamparados, doce horas de viaje, chacota, licor solapa y besitos a las gilas. En Huancayo paseamos por el Cerrito de la Libertad mirando toda la ciudad y el Valle del Mantaro; en uno de los restaurantes comimos unas ricas truchas traídas del criadero de Ingenio. Para bajar el opíparo almuerzo nos fuimos caminando hasta llegar a la Plaza de Huamanmarca que significa «Tierra del halcón», para gran novedad del grupo.
Tres días llenos de caminatas,
en las mañanas para recuperar fuerzas tomábamos de desayuno, en el Mercado más
cercano al Hotelito, jugo de frutas con cerveza negra, huevos y algarrobina. De
almuerzo nos metíamos unas Pachamancas o Lechones con papa y bastante ají con
huacatay, a lo bestia, compartiendo el rancho con nuestras parejitas.
En el penúltimo día de hueveo,
las chicas estaban super cansadas de tanto turistear y sentían más frío en las
noches y era verdad el frío estaba bien picante, las mandamos al Hotel para que
se entretengan viendo televisión y nosotros nos fuimos a hacer tertulia como
buenos contertulios. Escogimos un bar en el centro de la ciudad, con música y
juegos de azar. Nos acomodamos en la mesa principal con vista a la puerta y
veíamos la fachada del frente donde funcionaba una Academia de Artes Marciales
con profesores de la Federación Peruana.
Pedimos seis cervezas heladas,
cubilete con cinco dados y un mazo de naipes. Empezamos jugando «Cachito clásico:
Callao cinco rayas», cada uno tenía su estilo y sus palabras mágicas de la
buena suerte, todos con su cábala para ganar y chupar gratis.
En plena bulla y piconería
entraron al local unos señores de blanco y pelo cortadito, se sentaron a un
extremo de la sala y nos pidieron que bajemos el volumen. Les contestamos que
si pedían con un «por favor» bajábamos la bulla. A regañadientes pidieron «por
favor». Bajamos el volumen. Seguíamos tomando y jugando en orden, siempre con
la alegría que dan los tragos. Después de una hora el grupo uniformado nos
pidieron callar porque uno de ellos quería hacer un brindis por un año más de
la Academia de Artes marciales. Al momento que hicieron el brindis nosotros
también brindamos con ellos. Fue el primer y gran error. Teníamos que estar
distanciados de los karatecas y judokas porque comenzaron a mirarnos con malas
caras.
Seguían las chelas en ambos
grupos hasta que recibimos un par de besos volados y varios piropos:
—Para la de rojo —ese era yo.
—Para la China —ese era mi
compadre Zambo.
—Para las dos reinas de la peluquería
—seguía la joda.
—¡Maricones de mierda! ¿Por
qué no se cortan el pelo y se visten como hombres? —más piropos.
Nosotros no «escuchábamos» las
insinuaciones, seguíamos jugando, pero la hiel se nos revolvía por el hígado y
por toda nuestra humanidad. Nos miramos haciéndonos señas con los ojos, con la
lengua, con los dedos, pero nada de hablar, solo gritos de alegría por el
juego. Contamos hasta diez, diez profesores de artes marciales y nosotros cinco
pelotudos metiéndonos en problemas, siempre lo mismo… concha su madre.
Por los poros la adrenalina
hasta el tope y el corazón en la boca, uno de nosotros respondió mentándoles la
madre, la tía, la madrina y la abuelita. Los karatekas habían esperado ese
momento, se levantaron de sus sitios sonriendo, mirándose con confianza de
saberse ganadores, se acercaban lentamente como en las películas del viejo
oeste, nosotros los veíamos venir, pero no hacíamos ningún gesto, ni de miedo
ni de valor, estábamos concentrado en lo que teníamos que hacer. Los seguíamos con
la mirada. Respirábamos lo necesario. Al primer ataque de los karatekas me tocó
a mi hacerles frente, contratacando con el banquillo en el que estaba sentado y
dando los golpes certeros terminé mi actuación arrojando la banquita al centro
del grupo agresor, abriéndome y dejando libre el paso para que dos de nosotros
levantaran la mesa con botellas, platos, ceniceros y se las zamparon al grueso
del grupo contrario. Zambo ya estaba preparado con su correa en la mano y
después de dar varios hebillazos se acomodó en la puerta y el último como
despedida les levantó la banca por los aires. Inmediatamente después de la
demostración sincronizada como defenderse ante peligrosos adversarios,
emprendimos la de villa diego, cada uno por su lado y en diferentes
direcciones, no nos conocíamos y en fuga mucho menos. En la madrugada del día
siguiente uno por uno llegamos a la Estación del Tren, con diferentes prendas
de vestir, nos sentamos a la distancia acurrucados de nuestras lindas parejitas
y cuando el tren emprendió la marcha rezábamos y no veíamos la hora de estar en
casita con nuestras preocupadas mamitas.
En Lima, haciendo nuestras
tareas cotidianas y en la noche reunidos en la tienda de la tía Alicia, por teléfono
nos leyeron un artículo que había salido en el periódico huanca:
«Delincuentes de Lima masacran
a profesores de artes marciales de las especialidades Kárate, sipalki, aikido,
judo, kung-fu, tac-kwon do, artes de combate, defensa personal, deportes de
contacto y lucha libre. Los delincuentes, facinerosos muy peligros para
nuestra sociedad con amplios prontuarios delictivos se encuentran fugados. Los
diez profesores de la academia de Artes marciales de la ciudad se encontraban
reunidos en la pollería celebrando un año más de vida institucional cuando
fueron atacados por los delincuentes, todos ellos se encuentran en cuidados
super intensivos en el Hospital el Carmen. La policía peina toda la zona para
dar con los maleantes».
Nunca se habló más del tema. Y
ahora en está oportunidad lo escuché nuevamente en mi corazón.
*Fotografía: Tren Macho. Estación de Tren de Huancavelica. Martín Molina Castillo —Tárbol.
NICOLÁS DANIEL LEÓN
CADENILLAS.
Karlsruhe, 2009.
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