YO, NICOLÁS LEÓN de NDLeón
YO, NICOLÁS LEÓN
Encontré un borrador que me sirvió de ayuda memoria para hablar de mi profesión en un colegio nacional fuera de Lima, muchos padres de familia no ven con buenos ojos que sus hijos se dediquen al arte. Hablé como si fuera el curso de orientación vocacional que recibí en mi colegio. Empecé la charla, repitiendo:
«Busca
algo que ames, qué harías gratis y haz una carrera de ello».
Mi nombre, Nicolás Daniel León
Cadenillas, nací en la Maternidad de Lima en el año ‘51. Soy actor desde que
tengo uso de razón intelectual, de adolescente divagaba en una nebulosa de
contradicciones ¿Ser o no ser? Tomar la decisión no fue nada fácil, tenía
dificultad para hablar, tartamudeaba, seseaba; leyendo era una desgracia. De
mayor me enteré que había aprendido a convivir con dislexia; he superado mis
trastornos pero siempre los llevaré conmigo. Sigo siendo lento para memorizar
los textos, me cuesta trabajo, se me hace difícil declamar un poema, pero con
la práctica, ensayos y perseverancia, lo hago.
En mi época de escolar el alumno tenía que tener buena memoria, aprender de un día a otro, lecciones, canciones, paporretear poemas, fórmulas, conjugaciones, raíz cuadrada, los ríos de la costa, sierra y selva, capitales de departamentos, provincias, fechas, datos, epitafios, las estrofas del Himno Nacional, y un montón de etcéteras. Yo no ataba, ni desataba, no entendía nada, mi proceso de aprendizaje era lento. Examen oral, catastrófico. Esa rutina de exigencia era un laberinto indescifrable. Para ganar notas aprobatorias me esforzaba en tener mis cuadernos al día, impecables, bien forrados, etiquetados. Presentaba puntual las tareas, las composiciones, con dibujos hechos a mano alzada, trazos de colores. Aparte que teníamos que cuidar nuestros útiles escolares porque al menor descuido desaparecían por arte de magia. Otro contratiempo escolar era el acoso, el hoy llamado «bullying», nos trompeábamos un par de veces y asunto resuelto, aprendí rapidito a defenderme. Nadie se quejaba, ni con el profesor, menos con nuestros padres. En cuarto de secundaria fui integrante del elenco del club de teatro del colegio. Fue la oportunidad que cambió mi punto de vista de observar el mundo sin anteojeras. Cambié de métodos de aprendizaje, el modo de pensar. Al tacho las rutinas monótonas, insulsas, vacías.
Después de la secundaria pensé dedicarme a las artes plásticas. Pero el billete escaseaba, no tenía dotes para agenciarme los reales. Empecé a estudiar arte dramático, reto que después de cincuenta años de experiencia no termino de aprender. Con el teatro aprendí que repitiendo cientos de veces el texto, encontraba la idea central y paso a paso lo memorizaba. Al principio con mis colegas histriones tenía problemas porque en un santiamén se aprendían el libreto, la lección, y yo estaba en el primer renglón. Para suplir los defectos de fonética, diario practicaba mis ejercicios faciales para mejorar la articulación de los sonidos, con un lápiz entre los dientes leía un trabalenguas. No me entendía nada. Pero yo estaba dale que te dale. Repetía la erre y golpeaba la ce, pe y te. Con mis comienzos inciertos, me atreví a bailar en la televisión y en el tablao. Como actor profesional aprendí a tirar pichana, a barrer el escenario, hacer luces, armar escenografía, decorar el ambiente, realizar utilería; en las giras aprendí a cocinar. Debuté como titiritero, mimo, director, profesor. Y con el apoyo de los dioses de las artes aprendí sobre todo a «actuar con buena dicción e impostación».
Aprendí a leer concienzudamente,
entendiendo, cuestionando lo leído. Observando lo que nos rodea socialmente
hablando.
Bertold Brecht, dice: «Para
conseguir los objetivos del teatro épico el actor tiene que lograr un
adiestramiento total en la actuación realista por medio de la observación». Lo
grafica en este poema: «Lo que tienes que aprender es el arte de la
observación. Tú, como actor debes primeramente dominar el arte de la observación.
Ya que lo importante es, no como te ves tú, sino lo que has visto y muestras a
la gente. A la gente le importa saber lo que sabes tú. A ti te observarán para
saber si has observado bien».
Cuando llegué a la base cinco,
cincuenta años de edad, me di una nueva oportunidad, me dije: —Ya es hora que escribas
lo que siempre has querido escribir —. En efecto, tenía un costal de ideas y
todas las ideas de escritor estaban abocadas al mundo artístico. Pero di un
giro de ciento ochenta grados, me centré en la esquina de mi barrio, en mi
colegio y en mi experiencia. Capturé chismes, vivencias, crónicas. El
escribir no es oficio ajeno al teatro, al contrario, es pieza fundamental para
hacer teatro. Libreto, actor y público, y se levanta el telón.
En la actualidad me he
convertido en el juglar de mi barrio, cuentista, cuentero, narrador. Tengo dos
poemarios urbanos, una crónica de viajero y un libro de cuentos. Dos libros inéditos
y una página blog. Dos hijos, tres nietos, ellos me ayudan a sobrellevar la modernidad cibernética.
De joven me dijeron que había
tomado el rumbo equivocado, que sería un frustrado, que estaría pidiendo limosna con mi latita de lata. El tiempo me dio la razón.
Soy actor, escribidor, vate. Listo para entrar con nuevos brillos al muy
amado tinglado.
Para terminar, transcribo la
definición de teatro de Federico Hegel, dice: «El drama, tanto por su forma
como por su fondo, es la reunión más completa de todos los elementos del arte,
debe ser considerado así, el punto más alto de la poesía y el arte en general».
NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS.
Lima, 2019.
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