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ES JUAN El MIMO de NDLeón

En una oportunidad me dijeron: —¿Puedes llevar tu obra de teatro a Lurigancho? —Sí, voy donde me inviten —respondí. —A la cárcel —replicaron. —Ah, ¿A cuál? —pregunté. —Al Establecimiento Penitenciario de Lurigancho —. —A Luri. Claro que si ¿Cuánto hay? —. —Te damos almuerzo bien taypá, licor y te llevamos y traemos a tu córner en taxi –pensé, respondí. –¿Le dices lo mismo a los abogados que visitan a sus clientes en cana? –me miraron mal. Tartamudearon. –Puta, te pones complicado —. –No soy complicado, soy un artista profesional que cobro por mi trabajo—. No fui al Penal, y en ese mes primaveral tampoco fui a los teatros de los conos, ni a los distritos vecinos, menos a los locales de los amigos. Todos querían ver mi espectáculo sin que les cueste un sol. ¡Gratis! ¡Qué les regale un libro! Carajo, soy un ánima en pena. El zapatero remendón, la costurera, el jardinero, el mecánico, planchador, pintor, párroco y hueveadores; cobran. Y todos pagan. Conclusión: Al artista urbano «le dan duro con un palo y duro también con una soga; son testigos… la soledad, la lluvia, los caminos...»* «Piden pan, no les dan; piden queso, les dan hueso; pide ají... ¡eso sí!»**. Vaya manera de joder. Por eso estamos como estamos.

*César Vallejo, vate universal.

** Aserrín Aserrán, canción popular española.


¡ES JUAN, El MIMO!

De: Juan Arcos

Para: Juan Mimo

Hay experiencias que se quedan en el anonimato, otras afloran sutilmente por lo tanto se tienen que contar. Soy artista. Malo para los negocios y contratos, pésimo para pasar el sombrero, la venta de los libros me cuesta un ojo de la cara. No tengo esa virtud. Mi papá vendía hasta piedras. Mamita con su arte de corte y confección mantenía a la abuela, tía y hermano. Yo hasta el momento no puedo mantenerme ni con pan con mantequilla. Las experiencias geniales tienen que ser compartidas con los grandes de las artes, los señores del silencio, de la música y guitarra, del verso y zapateo y con otros virtuosos colegas. La siguiente experiencia será contada al compás del zorzal criollo Carlitos Gardel; del pincel de Quinquela Martín, música de Astor Piazzolla y Rodrigo; del genial Maradona y muchos ilustres más.

Hace muchísimos años, Juan se encontraba en Buenos Aires, estudiando; dictando cursillos de tres meses, clases personificadas; vendiendo folletines, panfletos y libritos de sus amigos escritores. A veces, muchas veces, aquí y otras allá, actuando en las calles, en las grandes avenidas y en las plazas donde no le iba mal tampoco le iba bien. Por su labia académica le metió letra a una preciosura de chica, muy linda, contorneada, bien proporcionada, había sido su alumna en uno de esos cursos acelerados «Aprende Mimo en Quince Días». La jovencita aparte de lo bonita, tenía un don especial para el mimo, la pantomima y la actuación. La pasaban bien, muy bien, bonito.

En una presentación realizada en el amplio hemiciclo universitario, con buen público, salió una función A1. Excelente. El artista recibió una lluvia de calurosos aplausos. Un joven con saco y corbata se acercó al improvisado camarín, le susurra a Juan que quiere contar con sus servicios, le entrega una tarjeta de visita personal, acotó:

—La próxima semana a primera hora, me telefonea —el artista respondió afirmativo moviendo la cerviz de arriba para abajo.

El domingo del sagrado día del asadito, nuestro héroe se encontró con su grupo de amigos de la huevadita y milonga, les dijo.

—¿Cómo llego a esta dirección? Me han entregado esta tarjeta…

El intelectual del grupo, profesor universitario y prestidigitador, leyó la tarjeta, exclamó:

—Puto, acá tenés que cobrar. Esta congregación maneja mucha guita che. Las sinagogas argentinas mueven harta guita. ¿Entendés? ¿Cuánto cobraste la última vez?

—Al cambio, aproximado, Cien dólares.

—¿Público, cuántos?

—Quinientos más o menos.

—Je, je, no puede ser. Yo voy a ser tu representante, voy contigo el día lunes. ¿Tenés traje?

—¿Terno? No… puedo conseguir…

—Te presto —habló uno de los invitados.

—¿Tenés sobretodo, gabardina? —el mimo movió cabeza de izquierda a derecha.

—Te presto, te va quedar bien —colaboró el pibe.

—¿Calzado? —el artista miró sus chancabuques de minero con punta de acero —. ¿Cuánto calzas?

—Cuarenta y tres, cuarenta y cuatro, depende…

—Yo te presto, son de charol solo lo uso para fiestas, tratalo con cariño —habló un buen samaritano.

—¿Camisa? —Juan miró su camisita.

—Puta che ¿Cómo jodés? Eso no es camisa…

—Te doy camisa y corbata —otro de los incondicionales apoyó la causa.

—Me llamas. Trata que la cita sea a partir de las cuatro de la tarde… ¿Ah, tu chica?

—¿Qué tiene que ver mi chica?

—¿Seguís con la buenamoza? ¿Pasá su número?... ¡Soy tu representante!

El artista del silencio el día lunes a golpe de diez de la mañana llamó por teléfono al dueño de la tarjeta, contestó una voz femenina, diplomática, carismática y matemática.

—El doctor no lo puede atender hoy día. Mañana a partir de las cinco de la tarde.

—Mañana, martes, a las 17:00 hrs. Muy bien, correcto. Gracias.

Juan llamó a su representante.

—Hermanito la cita es para mañana martes. Cinco de la tarde.

—Nos encontramos una cuadra antes en el bar Piazzola, atento con tu novia.

El día martes a las 4:45 p.m. Juan hizo su aparición en el bar de la esquina, súper elegantísimo, mismo gentleman andino. Cinco minutos más tarde se detuvo un taxi. El chofer abrió la puerta, bajó una hermosura de mujer. Miss Argentina. Ingresó al bar, saludó a los presentes. Se acercó al artista del silencio. Sonrió coquetamente.

—Hola, Juancito! —Juan abrió los ojos, exclamó.

—¡Eres tú, estás irreconocible, ja! —Sin jean, polo y zapatillas era un cambio  fenomenal.

Llegó el representante.

—Ya saben, ustedes no hablan nada. Juan, tú callado chitón boca. Mudo. Dejamé todo a mí. Y aprende. Corrientes tres cuatro ocho. Piso veinte ascensor. A la izquierda. Oficina dos mil tres.

—Doctor ha llegado el señor Juan. Pasen…

El doctor se sorprendió de ver tres personajes honorables.

—Nosotros contamos con un auditorio de mil butacas. ¿Cuánto dura su espectáculo? Por las luces y equipo técnico no se preocupen. ¿Cuánto serían sus honorarios profesionales, tiene factura? —El doctor quería finiquitar el negocio lo más pronto posible.

La duración del espectáculos es de sesenta minutos exactos… usted conoce el curriculum del maestro. Mi representado es un artista internacional que ha recorrido su país, Sudamérica y Europa. Ha presentado sus obras en los mejores teatros de Madrid, Londres, París, Berlín, Roma…

—No conozco su Hoja de Vida. He visto el espectáculo, muy buen trabajo. Calidad, profesionalismo, lo felicito…

—Perdón mi estimado doctor. ¿Doctor en qué especialidad?

—Soy doctor en Economía… —una respuesta con aire de respetable.

—Somos colegas. Soy catedrático en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. ¿Cuánto ofrece usted?

—Trescientos Dólares…

El representante se levantó enérgico, con cara de indignación, un golpe seco al escritorio, un par de pasos, volteó como sargento. Masticó las palabras. Lacónico reafirmó.

—¿Qué? ¡Él es Juan! ¡Es Juan, el Mimo! Por favor, usted está ofendiendo nuestra capacidad histriónica y de mi representado —. Se hizo un silencio.

—Bueno si estoy ofendiendo decime el precio, la tarifa —. Silencio dramático.

—Tratándose de vos, somos colegas mí estimado amigo… ¡Mil dólares!

El doctor en economía lanzó una mirada ardiente. De nuevo otro silencio fúnebre y profundo.

—Déjeme consultar.

El doctor en economía, representante de la sinagoga  de los judíos—argentinos, la mayor y más numerosa de Buenos Aires marcó varios números telefónicos. Habló en hebreo, árabe, inglés, húngaro y español. Su rostro no reflejaba nada. Un rostro neutral como en tiempos de conflictos. Nuevamente se hizo otro silencio, más largo que el anterior. El mimo pensó que los mandaban a la porra, la chica con mirada perdida y sonrisa congelada estaba pálida como papel bond A4. El representante seguía en la perspectiva gerencial como sargento primero.

—¿Puede ser setecientos dólares?

—Auméntale Cien dólares y el espectáculo es tuyo. Decí que sí.

Los economistas se estrecharon la mano. En el calendario se marcó la fecha, día, hora exacta. Se firmó el contrato. Ficha técnica. Cuatrocientos Dólares de adelanto.

—¿Sí los jóvenes desean hacer preguntas, no hay problema?

—El fórum lo hacemos sin costo. Gratuito. No hay problema.



Llegó el día de la función. Auditorio lleno total. Juego de luces profesionales. Sonido de gran calidad. El Mimo extraordinario. El espectáculo fue una clase modelo de los parámetros espaciotemporales del mimo arte «Hecho en Perú». Al finalizar la obra de arte, un estruendoso aplauso fue la recompensa para el artista del silencio. Se dio un breve fórum. «Diferencias y similitudes del mimo, pantomima y expresión gestual». La anécdota es y seguirá siendo que el artista del gesto; al igual que muchos capocómicos, vates, maromeros de la palabra escrita o hablada; nunca más tuvo un contrato parecido. Regresó a su triste y cruda realidad, pasar el sombrero, salida solidaria, contar las monedas, un vaso de vino, choripán con chimichurri al atardecer. Medias de lana al anochecer. Y aleluya, aleluya, esta histórica crónica del mejor de los mimos nacionales se ha acabado.

NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS

Lima, julio patriótico, 2022.

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