ALCOHOL, RON Y TABACO
Cruzarnos en la panadería, era muy común, no nos percatábamos de nuestro ritual de cada día. Vecinos, amigos, compadres, ayayeros, todos en fila india, haciendo cola, periódico bajo el brazo, algunos rajando de la señora, otros crucificando a la mamá de la esposa. El fútbol y la política rompían la monotonía. El chisme sorprendía. El raje era en la despedida. Tamal calentito con cebollita. Aceituna o jamonada acompañaban las bolsas repletas de pan. Así era el barrio. Llegó marzo con un letal pasajero, el Covid19 Coronavirus, y adiós. Chao tranquilidad. Llegó el individualismo, el sálvese quien pueda, la soledad, el distanciamiento social y la falta de entendimiento. Triste realidad. No hay educación, ni cultura, menos seguro social, no hay vacuna. La parca espera sentadita en la esquina de La Oficina. De cuando en vez, bolsas negras sin despedidas, sin velorios, ni cortejos, sin adioses. Ilustres personajes, vecinos egregios, artesanos y otros de mil oficios han viajado como estrellas, como luz. Otros, muy lamentable, se apagaron poquito a poco como velitas misioneras.
Profesionales burócratas de cuello blanco y corbata, señorones del dinero mal habido, hijos de la gran vida, dueños de status, autos, terrenos, herencias, dólares de bajada en plena cuarentena se han mudado a grandes residencias. Les tocó un beneficioso beneficio de inyección económica desde los cielos gubernamentales. Termina la peste, calles, parques y jardines llevaran sus nombres como héroes de la pandemia.
No todos vamos a recibir los famosos bonos, ayuda, vacuna, propina, sencillo. Por varias razones no recibiremos nada. Decencia, falta de relaciones, oportunidades y otros puntos. Recibir bono o tener esa suerte de los cuellos blancos, he ahí el dilema. Yo por mi parte me sentiría acorralado con una soga en el cuello, esclavizado de mi fatal dicha de prosperidad. Igual me sentiría sí hubiera sido abstemio, sobrio, fino o desleal y no como lo que soy, artista. Bebedor de bebidas espirituosas con nebulosas noches de placer, boleto y encanto. Parroquiano de cantinas de poca monta. Cuentero, cachero de cubilete, cinco ases. Volatinero de bares. Cuentista lector de narrativas y sendos expedientes. Vate de fondas populosas donde se afloja la lora. Mentir, estupida hipocresía. Sin noches de farra no habría aprendido a vivir, a reír, a perdonar, a compartir lo poco o casi nada. Soy de temple hacedor de ilusión, ficción e imágenes y continuaré martillando con sangre, lágrimas y sudor. Alcohol, ron y tabaco, drogas divinas, bálsamos y placeres, lápiz y papel, cartón, ilustraron mi vivir. Mi derrotero. Mi nombradía. No solo en La Victoria. Aguarico, Barracones, El Faro, Santa Cruz, Renovación, Cinco Esquinas, conocieron mi interpretación mundana en su visión tetradimensional. Alfa y Omega.
Ahora en cuarentena, tomando tecito de ajo, naranja y kion. Reposo. Puedo escribir chicha, canciones de cuna, poemas, el abecedario en el ordenador; escuchar con sistema Bluetooth a Leonardo Favio, a José Leturia, Juan Gabriel, Beethoven, Liszt, Queen, Mozart; matar la peste con sorbos de purito ron; dormir en el averno patas arriba... en paz. Ayayay... si así lo quiera Dios.
NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS. Lima, 2020.
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