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POETA VIEJO POETA. NDLeón

POETA VIEJO POETA. NDLeón




POETA VIEJO POETA. NDLeón

La palabra nuevamente toca ser 
aullido, el guion de teatro un estigma.
Antonin Artaud

El tren con su estridente pito y característico ruido remeció la feria de poesía y narración. Terminó la jarana. Los letrados e iletrados; eximios, sapos, vendedores y revendedores de libros de segunda; poetastros caseritos pseudos—plumíferos del arte de la palabra escrita se levantaron de sus pesadas bancas, cansados de escuchar ciento veinte minutos de barbaridades poéticas sin ton ni son. El añejo poeta, refunfuñó.

—Esas huevadas las sigo escuchando desde que tenía veinte años de edad. No aprenden, no estudian, no leen, putama're. ¡Estamos hasta las huevas!
El programa cultural fue largo y pesado, somnífero; insulso. Una poeta fue la excepción. El antiguo la buscó para comprar una plaqueta. La muchacha desapareció. La tarde descendió e hizo frío. 
—¡Voy a remojar la garganta! ¿Vamos, quién me acompaña?
Cómo siempre nadie lo empelotó. Sus críticas como dardos espantapájaros ahuyentan a los doctos de papelitos doblados, a los trillados panfletarios y a sus caros colegas, grandes artistas de los años '70 y pico.
El veterano de arte y oficios se dirigió a una carreta de la acera del frente de vender Caldo’eMote. Bajó la grasita con un silencioso sorbo de ron de su fina e inseparable petaca inglesa. Prosiguió en lo suyo, caminó, ni lento, ni apresurado; caminó a su compás cadencioso de antiguo muchacho de barrio.
El viejo, artista de exuberante canas plateadas, ácido crítico y chismoso profesional. Cargaba un maletín de color granate con negro Made in Salta La Linda-Argentina y aferraba en su mano izquierda papeles, cachivaches, borradores, chucherías y un par de lápices de grafito 2B. Caminó dos cuadras, cruzó la avenida. Ingresó a una fonda/bar más bar que fonda. Se aplanó en la primera mesa. Se apoyó a una ruma de cajas de cervezas mirando la entrada, así veía pasar a los transeúntes, autos y las horas. Siguió su rutina. Pidió una botella de ron, una taza de café y un pan con chicharrón. Haciendo tiempo corregía poemas, cuentos y wasapeaba de vez en cuando. Cada palabra que imprimía de placer sonreía. Que maldades escribía, no lo sé. Mamita de niño me explicó: 
—Quien se ríe solo (sin aparente motivo) de sus maldades se acordó.
Brindó con el espejo. Se sopló sin hacer gesto la primera copa cepillada. Pasaron varios tragos, varias mordidas al pan con chicharrón. Sorbos de café y copitas de ron. Pasó lo que esperaba. La poeta… con su mochila a rastras. Ella lo miró. Se miraron. El viejo ni corto ni perezoso, sonrió. Todo hipócrita y amanerado con palabras respetuosas, exclamó.
—¡Poeta! ¡Pasa, te invito un café!
La dama con cara de yo no fui, dudó. Olió el lugar, este apestaba a cerveza, a pichi, a meado de gato; chicharrón de chancho, sarza criolla con yerbabuena y ají.
—Señora présteme su baño.
— ¡Medio sol! 
—¡Pasa nomás yo pago!— ordenó el viejo vate. 
A la vez que hojeó sus borradores. Guardó todo. De la rocola se escuchaba una música tropical andina… y para sorpresa de los parroquianos, este viejo renegón la tarareo. De tanto visitar el lugar se conocía todo el repertorio. 
—Te invito una cerveza.
—Prefiero un café.
Después de un intenso silencio, el viejo artista, abrió la bocota. 
—Me gustó tu poema. Muy bueno. Fuiste la rosa en el fango… escucha tus versos: —No sé cuánto tiempo sostenga // tu latido, tu amor en racimos // llega brotando cada día // una ilusión en un pilar de recuerdos // una canción en una inspiración hecha poesía—… ¿Tienes libros?
—Si. Varios poemarios… y varias plaquetas también.
—Eres buena. Busca mejor vitrina. Acá es para principiantes. Tú eres de ligas mayores. ¿Qué haces andando con tantos mediocres? Sí insistes en ser caserita de los jueves y leer un poema cada viernes. ¿Qué puedes esperar?... yo también tengo problemas… aquije… —En el caso del Perú, aunque se crea lo contrario, tenemos una “narrativa del nosotros”, imperfecta, fraccionaria, excluyente y funcional a un grupo. Una narrativa que “niega” las diferencias y establece jerarquías en un país que es y que fue, analizado en sus espacios urbanos, rurales y barriales inclusive, que lo configuran—. (1)
Exagerada filosofía pura. Nuevamente silencios comprometedores. Hasta que hablaron de corrido más de una hora. De sus artes, sueños y proyectos. De sus frustraciones, amores y desamores.
—Yo ya no quiero nada sentimental, estoy curada, decepcionada... tengo obligaciones, tres hijos en edad escolar, no tengo tiempo para nada, corro de un sitio a otro. El papá de mis hijos, bien gracias. Nada.
—¡Eres joven, vive! Se sufre pero se goza. Cómo dice el filósofo Tongo: —Sufre peruano, sufre si tú quieres progresar. Sufre peruano, sufre si tú quieres triunfar.
—Me toca cada cojudo, mentiroso y anodino— la dama con énfasis lo dicho lo fraseo.
—¿Anodino? Para hablar contigo tengo que tener un diccionario, con Google suficiente… mira yo estoy cura'o. Camina conmigo. Tengo jubilación, pensión. 
—No es dinero. Es mi crianza. Mis taras. ¿Mis hijos que van a decir?
—Nada. Ellos van al colegio. Te busco en la mañana, sales conmigo o en tu casa. Nos metemos un mañanero, tomamos desayuno y sacas tú raíz cuadrada y conclusiones. O seguimos o chao. Choque y fuga y se acabó el estofa'o. ¿Un deportivo choque y fuga para empezar no está nada mal? Piénsalo.
—¿Un jueves, te parece?
Soy supersticioso // mejor un martes 13 // sí es mejor... seis de la tarde… cuando cae el sol // ya no hace tanto calor // empieza las sombras y ya no notarás // mis arrugas en tu calzón…
—Dijimos en la mañana // pero solo como amigos // sin compromiso // tengo alas para volar // tengo hijitos que cuidar // ahora adiós... Toma mi tarjeta // tengo correo electrónico // Facebook, WhatsApp, inbox // Si te arrepientes pasas la voz.

—Ahorita me está dando miedo. Espero no defraudarte, decepcionarte. Creo que preparar desayuno me sale mucho mejor.
—Lo tomas o lo dejas. Adiós.
El vate, viejo y curtido, entre copa y copas, entre pisco y nazca, escribió un poema de amor. Lo releyó varias veces con la mirada, la última releída lo recitó con el corazón abierto, con su voz aguardentosa y quebrada:
Señora, el manto de la noche cubre mis heridas // la sábana de arriba cual mortaja cubre mis lamentos // descanse a mi lado, béseme // con las labios de su boca // y todo se habrá curado.
Los borrachos aplaudieron la obra de arte. El poeta fiel a su estilo, remató.
¡Mámamelo!
Todos los presentes se cagaron de risa, inclusive las mujeres que atendían el local. Después de la preconcebida declamación el recinto volvió a su cauce normal. Nuestro héroe salió de la fonda, se acomodó el borsalino importado color noche. Caminó derecho hasta la esquina de la avenida. Soltó una estentórea carcajada. Rumió entre dientes su futuro. 
—Puta ma’re… que’hecho… yo a estas alturas haciendo planes de latin lover... me muero mañana y la cagada. Pobre chica... tan linda... tan poeta.
El viejo se perdió en el bullicio de la avenida cargada de smog, policías, ambulantes, marchas, delincuencia y corrupción.
(1) Francisco León, escritor peruano.
NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS
LIMA, 2018.



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