“Farsa y justicia del señor Corregidor”. Obra de teatro. |
Todo el aire político estaba cargado en el ambiente juvenil, todo era fastidio, quejas y malhumor. Estábamos hasta la coronilla, hartos, de la “Junta del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas del Perú” y de sus autoproclamados presidentes de factos. “Si bien el gobierno parecía enfrentar a la burguesía liberal, lo real es que luchaba con una fracción de ésta y se expresaba al interior del gobierno. Sin embargo, también se inicia una crisis generada por los medios de prensa y la decisión del gobierno de no debatir con la oposición.” (“Wikipedia”)
Nosotros, noveles artistas estudiantes de arte de las especialidades de actuación y escenografía teníamos cada conato de peleas y acaloradas riñas dialécticas en cualquier lugar de la escuela conocida como el Teatro La Cabaña.
Lo que recuerdo. Si es que la memoria no me falla. Estudiábamos desde las catorce horas hasta las veintidós o más horas. Hasta el momento no tengo el dato exacto. Entre el alumnado, teníamos un grupo que estudiaba en las mañanas en la universidad (San Marcos, Villarreal, San Martín, etc.) estos muchachos que dupleteaban conocimientos conocían la de quico y caco los temas sociopolíticos de la realidad nacional. Otro grupo, los libres pensadores, bastantes histriónicos, tenían una verborrea interminable, viperina; como decíamos en clase, verborrea criminal. Estos paladines de la justicia, cuestionaban la “curricula”, separatas y la posición partidaria de los docentes. Había, también, unos cuantos apristones; por descendencia y sin convicción; estos levantaban el pañuelito blanco por consigna para apoyar o tomar distancia del entuerto. Y el disconforme; ni chicha ni limonada. El anarquista. No aceptaba nada, ni el materialismo dialéctico ni raciocinio aristotélico, pero jodía todo el día.
En un dimes y diretes en la clase de Expresión Corporal. La profesora se irritó, se puso frente a los alumnos que jorobaban la pita y los paró en seco. Dejó mudo al grupillo de “fascinerosos” politólogos de café.
—Yo les enseño a caminar, a desplazarse con elegancia, con carácter... aprendan… después hagan lo que quieran. Brecht, Meyerhold, Shakespeare, García Lorca o esos panfletos miserables que andan pregonando en la plaza San Martín. Vergüenza me da. Por favor... no mencionen mi nombre. Para mí es una humillación, vergüenza ajena... ¿Está claro? Ahora continuamos.
La clase prosiguió en silencio.
Faltando una semana para el desfile militar. Las broncas no paraban. Unos cuantos apoyaban a los militares, estos eran señalados como abanderados de los partidos de izquierda. Socialistas, revolucionarios, comunistas, rojos, rojetes o de liberación.
—Tu mamá trabajará para los milicos por eso tienes plata. Vendido. Empleaducho. ¡La pluma no se vende!
—¿Tú qué eres que tanto lloras? ¿Acción Popular? ¡Inoperante! ¡Cachudo! ¡Hábla pé!
La profesora de Dicción e Impostación, linda criatura de clase media alta. Disciplinada, puntual y práctica. Dramática soprano de coloratura de actuación tremenda y de una escénica imponente. Su concepción del mundo artístico era simple: Arte por el Arte. No se complicaba su existencia. Sus apreciaciones y ejemplos eran señorones de la más rancia aristocracia limeña.
Aquel día de efervescencia política llegó a clase con un tocadiscos y un Long Play de 33 RPM (revoluciones por minuto). Los alumnos rojimios leyeron la funda.
—“DESIDERATA. Jorge Lavat y la canción hablada”.
La preciosa profesora sonrió de oreja a oreja. Giro el disco y un mudo silencio descanso en el aula.
— “Camina plácido entre el ruido y la prisa... y piensa en la paz que se puede encontrar en el silencio. En cuanto sea posible y sin rendirte, mantén buenas relaciones con todas las personas. Enuncia tu verdad de una manera serena y clara, escucha a los demás. Evita las personas ruidosas y agresivas, ya que son un fastidio para el espíritu. No finjas el afecto y no seas cínico en el amor… acata dócilmente el consejo de los años, abandonando con donaire las cosas de la juventud. Por eso debes estar en paz con dios, cualquiera que sea tu idea de él, y sean cuales quieras tus trabajos y aspiraciones. Conserva la paz con tu alma en la bulliciosa confusión de la vida. Aun con todas sus farsas, penalidades y sueños fallidos, el mundo es todavía hermoso. Se cauto. Esfuérzate por ser feliz.”
Del fondo del salón una voz terrible; gangosa, nasal; cero en dicción, tomó la palabra sin pedir permiso.
—Eso que hemos escucha’o es un poema reaccionario, vil, podredumbre, que sirve como propaganda para envenenar las mentes del pueblo, de los obreros y campesinos que estamos contra la dictadura del capitalismo, asesino del proletariado, asesino del pueblo vietnamita de Indochina que lucha por su soberanía y libertá contra los tentáculos del imperialismo yanqui y sus secuace títeres de la pseudo libertá, pseuda fraternidá y nada de igualdá lo contrario a nuestros ideales del socialismo del pueblo marsista, leninista, maoísta, con la insínia latinoamericana del libertador de los oprimidos latinoamericanos Fidel Castro y del Comandante Che Guevara. ¡Feliz! ¿Feliz?
Su colega socialista revolucionario tomó la posta.
—¡Esfuérzate para ser feliz! ¡La felicidá va a llegar cuando tengamos un pan digno que comer, nada de mendigar mendrugos, sobras! ¡El pueblo unido jamás será vencido!
La profesora anonadada, pidió silencio, señalo el tocadiscos, habló.
—Yo solo quiero enseñaros el poder de la palabra cuando está bien dicha, bien pronunciada, con buena dicción, impostación, modulación. ¿Entienden?
—¡No! ¡Lenin vivió, Lenin vive, Lenin vivirá por siempre en el corazón del proletariado mundial!
—Baja el volumen idiota no estás en tu casa. Respeta…
—¡Qué respeta ni respeta! Ustedes los pe eses, igual que los pe ces son empleaditos de este gobierno de facto traidores ladrones…
—Afuera me vas a demostrar si eres valiente…
—Ustedes son unos viles oportunistas…
—¡Te voy a poner la guasamandrapa en la boca para que te calles!
—Oe, no friegues a los revolucionarios…
—¡Son pro-milicos!
—¡Sí! Pero a la hora del trago son las mejores cajas chicas. ¡La mejor, indefectiblemente, chancha!
—¡Perdón! ¡No he dicho nada!
El anarquista, rompió el esquema. Sorprendió a sus condiscípulos. Pidió disculpas a la profesora con una dicción e impostación de los dioses. Recitó.
—Esto no va a volver a ocurrir querida profesora. “Podéis ir en paz. Cualquiera que sea tu idea. Conserva la paz de la bulliciosa confusión de la vida. Aun con todas sus farsas, penalidades y sueños fallidos, el mundo es todavía hermoso. Se cauta. Esfuérzate de vivir con alegría. Y perdona a los que te ofenden.”
La profesora le devolvió una sonrisa ruborizada y pudorosa. Nerviosa cogió sus materiales y salió radiante del aula como Violetta, la protagonista de La Traviata de Giuseppe Verdi. El alumno nuevamente tomó la palabra.
—¡Todos ustedes están hasta el carajo!
Sonrió. A paso lento e impostado se retiró al café recitando a Nicolás Sacco y Bartolomé Vanzetti.
—“Yo sé que el fallo va a ser entre dos clases: la clase oprimida y la clase rica. Por eso hoy yo estoy aquí en este banquillo, por haber sido de la clase oprimida. Y ustedes son los opresores” “Voy a la muerte con una canción en los labios y una esperanza en mi corazón, que no será destruida” “Muero como he vivido, luchando por la libertad y por la justicia. Continuad la soberbia lucha. Pero yo no he llevado mi cruz en vano. Mi sacrificio valdrá a la humanidad a fin de que los hermanos no continúen matándose; para que los niños no continúen siendo explotados en las fábricas y privados de aire y luz. No está lejos el día en que habrá pan para todas las bocas, techo para todas las cabezas, felicidad para todos los corazones. Tal triunfo será mío y vuestro, compañeros y amigos.” “¡Larga vida al anarquismo!”.
Detrás, lo siguió… el silencio.
NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS
Lima, enero, 2019.
Teatro La Cabaña - ENAD. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario