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Angelo Custodio. NDLeón

Angelo Custodio. NDLeón

El siguiente chisme de barrio salpicó de boca en boca en cada esquina. En la cantina, en la sastrería, en la bodega, en la panadería y sobre todo en la famosa y única peluquería. Los vecinos estuvieron sintonizados en la efectiva radio bemba de la chismografía ubicada en el córner de La Oficina.

El ambiente mundano del barrunto era insoportable y bochornoso. La gente caminaba lento por la somnolencia del almuerzo. El horizonte gris sin sombras. Solo calor, sudor  y agitación interior.


Peluquería de Ugo Capelli y familia.


La Oficina, vacía, ningún parroquiano se asomaba, pues, el sol de mediodía achicharraba. El oasis perfecto era la Peluquería de la vereda del frente, único establecimiento con aire acondicionado. Su propietario, el fígaro Ugo Capelli, el buen vecino que nunca descansa, trabaja domingos, feriados y fiestas de guardar. En el momento del chisme, Ugo se encontraba ondulando unos trinches silvestres del cómico Muelinni Guishquiti; haciendo cola, su compadre, el pescador Edu Roso. La música de la Radio FM relajaba el fresco ambiente; el coiffure y la clientela tarareaban de vacilón “El Vena’o”.

-“¡Ay, mujer! La gente está diciendo por ahí… / Que yo soy un vena’o, que soy un vena’o… / Que eso, mira, a mí me mortifica… el vena’o, el vena’o… / Que no me abucheen en la esquina… el vena’o, el vena’o… ”.

Las campanadas de la Iglesia Catedral marcaron las dos de la tarde. A cien metros se escuchó un estridente bocinazo, una frenada brusca y un grosero carajo. A los segundos en el frontis de la peluquería se cuadró una camioneta 4X4 Ford Dorada, todos los clientes voltearon para ganarse quien manejaba. Esperaron en vano. Nadie bajó. Las lunas polarizadas evitaban ver al conductor. Un anciano de cano cabello largo sintió la fragancia de rosas que emanaba la camioneta, murmuró – ¿Ese olor? Je je je… ajá, llegó el Angelo Custodio-.

El anciano conocía los olores de los cielos y de los infiernos, esto se debía por su constante delicado estado de salud, era uno de los pocos sobrevivientes en cuidados intensivos en el Seguro Social, eso era más que suficiente para jugar los descuentos con hidalguía, la parca lo había visitado varias veces en un día. El viejo tenía su pasaje de ida bajo el brazo. Sabía que cuando San Pedro volteara el reloj de arena, se marchaba todito. Este paciente viejito vio junto con San Pedro la ceremonia del Padre Celestial. En primera fila observó cuando el Ángel Custodio recibió la gracia del Todopoderoso Omnipotente, y fue convertido en un simple mortal, con sangre en las venas e inteligencia en el coco. Moldeado, a imagen y semejanza, con una delicadeza digna de los buenos artesanos victorianos.

En el barrunto los minutos de silencio fueron quebrados por un carro color sangre chillón agravado, este se estacionó a la mala, despedía una atorrante bulla lumpen hip-hop. Apagaron el motor. El chófer bajó con gesto altanero y desafiante de matón. Nadie volteó la mirada, los vecinos siguieron tarareando la rítmica música orquestada.


El Angelo Custodio en los cielos.


De la 4x4 bajó el conductor, claramente se notaba su aureola brillante de ángel piadoso, lleno de sabiduría. Señaló al chófer maloso, este esquivo la mirada – ¡Heeey, tú… no te hagas el huevón! - con respeto el Ángel lo arrastró hacía él con la mirada.

-Contigo quiero hablar de hombre a hombre.

Fueron las primeras palabras del Ángel Custodio. El peluquero junto con sus herramientas; navajas, tijeras, tónicos y cosméticos; se detuvieron. La radio enmudeció y paró la orejota. La máquina de corte de cabello se quedó quietita, los vecinos abrieron los ojazos. Se escucharon dos sonoros ajos, emes, sapos y culebras, la peluquería sonrió.

-¡Pórtate bonito o te denuncio en la Gobernación!- gritó el mal vecino Don Brutto Canaglia, el hipócrita matón.
-Oye mantenido, a mí no me amenaces. ¿Dime, por qué no trabajas? Gana el pan con el sudor de tu frente. ¡Ocioso!
-¡Estoy grabando todo y todo lo que digas será en tu contra!- guapeó el Canaglia.
-Guarda ese celular robado. Sé que te lo prestaron y te lo has agarrado je je je je je. Eres una reverenda basura.
-¡Eso no es tu problema!
-¡Ese coche tampoco es tuyo! ¡Tiene dueño! ¡Cachudo!
-¡Voy a llamar a la policía!- amenazó el Brutto.
-Apágate, miserable. Tus días de libertad están contados… llama a la policía… en un santiamén estarás en la sombra. Muerto de hambre…
-¡Mira Angelito, no me hagas perder la paciencia, no sabes con quien te estás metiendo! ¡Llamo a mi batería y te destruyo!
-Yo sí sé con quién me estoy metiendo… y tú sabes muy bien quién soy yo… proxeneta… cocainómano, toxicómano, promiscuo…

Don Bruttus Canaglia, ladrón de poca monta, súper estafador y gran reducidor quería explicar lo inexplicable. El Ángel conocía muy bien al sinvergüenza profesional, pues, antes de llegar al mundo terrenal en el Paraíso Celestial había leído el currículo vitae del mal ladrón malo y de sus compinches y vecinos. Y sabía muy bien las tretas del mentiroso timador. 

-Convenido. No me cabe en la cabeza tu proceder. Mal esposo ¿Cómo permites que por un plato de lentejas, mi señor padre se encame con tu bella esposa? ¡Ay, padre mío donde te has metido! ¿No me digas que tú no sabes que mi señor padre veranea con tu esposita? ¡Judas de mierda! ¿Por unas monedas de oro vendes tu alma, el alma de tus amigos, el cuerpo de tu esposa?
-¿Quién te ha contado huevadas? ¡Eso es mentira! ¡Meeentíiira!
-¡Ladrón, estafador, mal amigo, mal padre! ¡Hablas mal de tus vecinos y amigos y la escoria eres tú! ¡No has valorado el trato de familia que te hemos dado! ¡Inmundicia! ¡Dónde vas la cagas… ensucias todo lo que tocas! No quiero verte más. Aléjate de nuestras vidas. Somos el Alfa y Omega, el principio y el fin. Y tú, pobre infeliz, eres una piedra en el zapato.
-¡Te has dejado influenciar por los extraños! ¡Me tienen envidia porque viajo y ellos no!
-¡Sí, huevón! ¿Eres un perfecto cojudo o eres un gran pendejo? ¡Conchudo! ¡Asco, basura! No quiero verte más en vida, no te cruces en mi camino, deja de sangrar a mi señor padre. ¿Qué tienes en la cabezota? ¡Solamente maldad! No me respondas, lárgate de mí vista.

El mal ladrón malo, blanco de ira, hizo puño, miró con odio, apretó los dientes. El Ángel lo miró dulcemente. Se miraron. La tierna y decidida mirada del Ángel, llevaba justicia. Brutto Canaglia se desanimó de dar el traicionero golpe.

-¡Te juro  que soy inocente! ¡Soy inoceeente! ¡Juro por Dios que soy inocente!
-¡No jures en vano! Miserable. Has predicado con falsos testimonios, guías y facturas. Eres un estafador. Te dijimos una y mil veces, no robarás, y has robado. Ladrón miserable. Envidioso, cobarde.


El Angelo Custodio en la tierra.


Canaglia, estupidizado como un fantasma de sí mismo, babeaba peros, balbuceaba pausas. El ángel lo apabulló con razón y criterio. El caco no sabía decir palabras. Miró a sus infiernos.

El iluminado Ángel Custodio indignado, sin odio, subió a su auto y voló, desapareció por el despejado cielo azul y blanco.

Brutto Canaglia con la cabeza gacha caminó a su casa. Se detuvo. Miró a todos lados. Regresó a su auto, dobló el cuerpo y chequeó muy solapa la solemne peluquería. Se encontró con las miradas de sus vecinos; frente a frente con los ojos risueños del pescador Edu Roso; vio además, los caprichosos cabellos ondulados del cómico Muelinni. Cerró los ojos. Respiró profundo. Retomó su camino. Dio cuatro pasos, anocheció, le llegó la noche, sin luna llena, ni estrellas tintineantes. Y toda la noche llovió.

Nicolás Daniel León Cadenillas.
Lima, 2017

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