La
Maldición de Villanueva Menestrón. NDLeón
«Confiemos en la buena fe de los hombres y en la benevolencia de los reptiles» William Munny
Caminando por los soleados callejones de la Rica Vicky
me crucé con el nieto de uno de los más grandes y queridos fundadores del
distrito de La Victoria, Don Mario Canuto Villanueva Branda. El nieto, Alexander
Ricardo, ahora treintón, me reconoció en el acto. Me saludó y me dateó: —El domingo es cumpleaños de mi abuelo ¡Almuerzo! le voy a decir que te he
ampayado y que te he invitáo… si no vas que te mande la maldición de los
caballos. Tás advertido. —¡Si voy! —respondí. De la maldición algo me acordaba,
comencé hacer memoria pero me quedé en ficha.
El señor Villanueva actualmente es la reencarnación
victoriana de Matusalén. Sería un pecado no asistir a sus ochentaitantos
almanaques. Con mi delicado estilo hipocritón pregunté a mis hermanos, quien
iba, todos menos uno, por motivo de fuerza mayor no podían asistir. Hicimos una
chancha para comprar el regalo a nombre de toda la familia. Una hora antes de
mi partida, les comuniqué.
—A las once de la mañana parto, si quieren ir marcan
tarjeta en la puerta de mi casa, no espero, once en punto.
Es bueno aclarar que el señor Villanueva, vecino
notable del Distrito de La Victoria, en 1990 de un día para otro desapareció del
barrio, se mudó, nos quedamos llenos de tristeza; cuando nos visitó, nos
explicó. —Muchachos, por mi mejoría, mi casa dejaría —. Y no se equivocó.
Construyó su linda casita en Ventanilla para su adorada esposita y familia.
Su alejamiento fue breve, regresó a su querido
barrio que lo vio nacer; a Balconcillo, su residencial urbanización; su patria
chica. Su público lo reclamaba, sus hinchas lo adoraban, lo recibieron con
guitarra, castañuelas y cajón. Se distanció de la fabricación de puertas y
ventanas; con fierros y chatarras empezó un proceso de creación. Creó figuras
como experto artista plástico. «Don Quijote», «Sancho Panza», «La Paloma de la Paz», «El Pesebre», «Ed y su Criado», «David y Goliat», «El Chismoso», «La Cartera de la Gitana» etc. Son algunas de sus
obras de renombre que más o menos recuerdo de su colección personal.
Llegué al almuerzo a medio día. Las alitas al
cilindro ya salían de la cilindrada; abrazos y besos con las damas de la casa;
la señora Greta, la bella esposa y María Victoria, su linda hija; abrazos con
los hijos; Pablo Pedro, Ricardo Benedicto, Alain Marcelino y Ronald Melchor;
apretones de manos con los cónyuges, nietos y bisnietos.
Ricardo conocido con Richard Bat, prendió el equipo
y empezó el bullón, los vidrios de la casa y de las casas de los vecinos
tiritaban por el escándalo musical. Empezó el bailongo; merengues, salsa,
música del recuerdo y bailes de Perú Negro. Pisco, cerveza, cachina y whisky a
granel.
Sacamos las bancas a la calle, nos acomodamos en los
muritos de piedra junto al cilindro. Hicimos una rueda, Don Mario al centro nos
contó una anécdota. Festejamos. Contó otra. Hubo hasta aplausos.
Repetí la curiosa maldición de los caballos que me había dicho el nieto mayor.
—Don Mario Menestrón, una preguntita. Su maldición…
¿Cuántos caballos arrechos son?
—Diecisiete.
—Yo estaba seguro que eran veinticinco.
—Veinticinco es mucho, ya pé.
—¡Papá, cuenta cuando te cabecearon con la máquina! —uno de sus hijos solicitó.
—¿Cuál máquina? ¿La máquina para sacar oro? —preguntó Don Mario.
—¡Sí! Esa misma —en coro todos sus hijos gritaron y
al unísono rieron.
—¿Cómo tú no te acuerdas de la máquina que hicimos
con el Chavo? —me preguntó.
—No me acuerdo en esa época viajaba entre Ron, Pisco
y Nasca. Pero cuente, cuente. «¡Te puedes aguantar el hambre pero un
chisme, no!».
—¡Papá, yo también estuve ahí, ah! —metió la jeta el
famoso Richard Bat.
—Hice la máquina con el Chavo por solicitud de El
Pachá y Compañía… y a las finales no me pagaron… puta, me dieron Cien Dólares,
al cambio era un ripio que no valía nada. Estos cojudos querían pagar lo que
ellos querían como si yo fuera un jornalero, pagar por las horas de trabajo y no por
la fabricación de una máquina. Fue un trabajo de tres semanas de full chamba,
la máquina era una impresionante obra de ingeniería. Por mi madrecita para los
entendidos en arte moderno era una joya inigualable, bacán pé.
—El Pachá miró la máquina, sonrió, miró a su
sirviente, suspiró lleno de satisfacción, refregó rápidamente sus delicados
deditos con uñas esmaltedas de tono neutro; el servil sirviente al vuelo notó el gesto —¿Cuánto es el daño? —preguntó. Yo como
artista cerrajero con respeto y parsimonia, miré al Pachá y le dije. —Pachá,
gracias por la chamba, te estaré siempre agradecido… bueno, no te voy a cobrar
los sobretiempos, ni los detallitos de última hora… fueron veinte días…
descontando los descuentos me debes Dos mil Soles Oro… el Pachá puso cara de
sorprendido, el mandadero tradujo. —¡Tás güevón, mucho! —Mucho qué, si quieres
factura dieciocho por ciento más… con boleta… —¡No queremos nada! —Se metió nuevamente
el antipático huelepedos. —Hijito, tú no te metas, deja conversar —le dije al metiche de miércoles. —A
mí no me hijées, yo soy del Cóndor de El Porvenir —me respondió el bufón de
esquina. Me achoré. —Yo soy fundador de la Rica Viky y un imbécil cómo tú no me va a
faltar el respeto. Oye, igualáo de mierda, yo soy tu mayor, respeta, tú no me
tutees… tú eres el sirviente cagón, cállate el hocico, caracol de mierda ¿Tienes caca en la cabezota? Entiende imbécil, nadie te
dio vela en este entierro, no metas el pico, no jodas... esto no es una puerta
¡No es una puerta, no es una ventana, ni una tremenda cacana!... ¡Esto es una máquina! —grité —Una máquina qué va a servir para extraer oro en la mina de tu
patrón... minería aurífera... entonces yo cobro como una máquina. ¿Has
entendido? ¡Zarrapastroso, convenido de
mierda! ¡Cachudo! ¡Pericote de mierda! ¡Pájaro frutero!
—¿Qué les pasa? —les dije. —¿Qué pasa, qué? —me
contestó el imbécil, el payaso cantor, el ayayero del Pachá. —¡Sí
un cerrajero solamente gana Treinta mangos diarios! —. Volvió a meter el hocico
la basura esta. El Pachá no decía nada, el otro lo miraba y traducía sus señas.
Le contesté educadamente. —Y yo alguna vez te he hecho un trabajo de cerrajería
a tí para que jodas. —¡No! —Me dijo. –Entonces como dices que yo gano Treinta Soles diarios —. Se puso atrevido el baboso este. Miró al Pachá y en combina, dijo: —Déjale el billete y después le traemos el resto —.
—El taller era del Chavo, había que pagar la luz, el
agua, teléfono, los servicios, la asesoría del Chavo… para eso ha estudiado, yo tenía que
dejar un tanto por ciento al taller. Gratis de camarón yo no estaba. También le
metieron cabeza al Chavo… y eso que el Chavo era amigo de estos dos güevones,
también lo jodieron, no le pagaron nada.
—Después me enteré que se les perdió ese líquido
como plomo… ¿Cómo se llama?… —¡Mercurio! —su nieto Alex lo ayudó. —¿Ustedes saben
quién se lo llevó? Ese… el de las casitas blancas… —¿Garrotillo Chico?,
preguntó Alain. —No —¿Cuchín? –No, ese que le gustaba las plantas, la hierba…
puta que se la comía… —¡Víctor Hugo! —dijeron todos los presentes. —Ese se la
llevó, decía que no había sido. —Yo no he sido, yo no he sido — repetía. —¿Y
sabes cómo se larga? Intoxicó a toda su familia y vecinos y los mandó al
Hospital. Las criaturitas jugaban con el mercurio como si fueran bolitas, que
saben ellos del peligro, pé —.
—A Genaro Gepetto le pidieron prestado una llave
para ajustar unos tubos, una llave Stillson, grandototota, brava, muy buena. Made
in USA. La llave se fue a la michi. Se les cayó al precipicio… y derechito se fue al infierno. No la podían sacar, no podían meterse porque había un
hielo de la gran puta, hacía un frío del carajo… nunca le pagaron la llave a
Genarito, lo cagaron —.
—Don Mario, ¿Le dieron un plano o algo por el estilo? —pregunté de sapo.
—¡No, no había ni mierda!
—¿Usted sabía qué
iba a fabricar un maquinón?
—¡No, nunca me
dijeron!... si no... pon esta vaina aquí, otra acá, corta a recuyá... ese
fierrito sueldalo ahí, ese fierrito cortalo en dos... el mandadero
me dirigía como si fuera ingeniero y la chucha su madre.
No me dijeron nada, al final era una señora máquina... sí me dicen que es una
puerta yo cobro doscientos soles... pero si el fierrito me lo pones acá y el
otro fierrito allá, corta un fierrito chiquito, puta, yo voy cortando,
soldando, limando... carajo, sin saber íbamos armando una máquina industrial...
me hubieran traído un plano y yo lo hacía al toque, con tanta cojudeces perdimos
cualquier cantidad de tiempo... porque con una puerta, yo... puta, tan pam juá
juá pim tin ¡Mierda, sanseacabó! la puerta está lista en un día... no miento
trabajé veinte días de ocho de la mañana hasta las ocho de la noche para estos
cojudos, no habíamos abierto el taller y ya estaban ahí, esperándonos. El remedo
de payaso me dijo -En otro sitio nos cobran trecientos soles- le respondí en
prima —Lo hubíeras hecho allá pés gúevón, he perdido mi tiempo con ustedes por
la puta madre —.
—Ah, bueno —Don Menestroni hizó una pausa, pensó y siguió con la narración —El
calzonudo cantor de segundilla, se subió a la caña, el Patrón al toque lo siguió.
Yo salí del taller, me puse delante de la camionetota 4x4… les grité:
—¡SE VAN A LA MIERDA, AHORITA LES HECHO LA MALDICIÓN
DE LOS DIECISIETE CABALLOS ARRECHOS!
Pablito, el hijo mayor de los varones interrumpió,
sonriendo nos dijo: —Por lo que me contaron, mi papá se dirigió al centro de la pista, miró fijamente el
Edificio del Correo Postal de la Avenida De las Américas, cortó el aire con un
tufazo de improperios, levantó los brazos como el mago Albus Dumbledore (leer
Harry Potter de J. K. Rowling), y golpeándose el pecho, gritó como sonero del
son.
—¡Ya me cagaron! ¡Jódanse
cojudos! —Prosiguió Don Mario —Me dan este ripio de paga... entonces mis oraciones paganas de mis
ancestros afrovictorianos... yo, yo, yo les lanzo la maldición de los
diecisiete caballos arrechos... y esa máquina no va a servir ni funcionar
porque yo no quiero que sirva ni funcione... y les caiga un alud... «Yo,
Menestrón Villanueva… los maldigo, los maldigo, hijos de puta rechuchasumadres… les
deseo lo peor, conchadesusmadres…cachudos, mil veces cachudos… estafadores de
mierda. Los maldigo con la jijuna maldición de los… Diecisiete Caballos
Arrechos… ¡Qué la máquina de mierda nunca funcione, que el invierno en la
sierra y en las punas se adelante… que a la miserable mina cagona le caiga
toneladas de nieves, pestes y frías heladas, sequías y mierda en abundancia… y
que una avalancha de nieve y huaycos cubra todo el campamento… y lo sepulte
todo. Mil veces prefiero que mi plata, mi plata que no me han pagado miserables
de porquería esté enterrada en el abismo infernal de las 'catatumbas'… por los
siglos de los siglos… mueran todos como Sansón y los filisteos… y que nadie la
disfrute, menos el tarado del mayordomo sirviente arrastrado de mierda y su Pachá».
—Acá entre nosotros, me puede decir ¿Quién es El
Pachá y su Criado? —traté de sacarle el dato.
—¡Nooo, pé. No seas sapo. Se dice el milagro pero
no el santo!
—Así
es la cosa... hay que tener mucho cuidado, Don Menestroni está rodeado de gente
buena pero él no es tan bueno que digamos —lo dije con cariño y respeto, y rematé
preguntando al dueño del cumpleaños —¿Y una vez instalada
la máquina en la mina, funcionó?
—¡NUNCA FUNCIONÓ!
*Los nombres de los protagonistas han sido cambiados
para que los aludidos no jodan pidiendo ni dando explicaciones, ni llamando por
teléfono a personas inocentes, ni estén tumbando el Portón del Bien Amado Atelier, ni haciendo escándalo en medio de la calle como vulgares hijos de… La
Victoria. El autor.
NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS
Lima. 2014.
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