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HACIA UN TEATRO POBRE de NDLeón

 HACIA UN TEATRO POBRE de NDLeón

Dedicado a mi colega de carpeta teatral Malco Oliveros

 


HACIA UN TEATRO POBRE

La historia del teatro peruano está escrita con tinta indeleble. Tenemos grandes artistas que sacan la cara por lo nuestro; y algunos, muy lejos de las subvenciones estatales, siguen triunfando con nombre propio en el mundo entero. Me acuerdo de los famosos grupos que en un momento dado atravesaron nuestras fronteras y triunfaron en otros continentes; dictaron cátedra, y tuvieron seguidores por doquier. No quiero hablar de los grupos que fueron cobijados por un partido político mecenas; hubo grupos que no aportaron ni chicha ni limonada; y otros sin querer queriendo se convirtieron en fieles seguidores del «teatro pobre», «pobre» y «barato». Al final salió una gran generación de jóvenes «actores» que más parecían hombres—goma, pero en lo referente a actuar, actuar, dejaban mucho que desear. Me invitaron a un estreno por las afueras de Lima, al igual que a otros cuatro colegas que estaban cuadrados en el mismo paradero igual que yo; nos reunieron en un punto común y de ahí nos llevaron hasta el «local actoral». Los cinco veteranos éramos los expositores del Magnánimo Fórum Teatral después de la función.

En la fachada del local nuestra primera impresión fue primaveral. Luz, color, sencillez, limpio, juvenil. El grupo tenía más o menos trece meses de fundado. Era una fusión de varios grupitos de baile, música y teatro. Varios de los jóvenes integrantes se habían formado en los frecuentes Workcenter de teatro grotowskiano que dictó un célebre director y actor autodidacta en colaboración con famosos grupos internacionales de la ciudad capital. En las labores manuales, algunos jovencitos que se mantenían en el anonimato, colaboraban eficazmente, según ellos, no querían ser famosos. Cuando hizo su aparición el director general de la obra, nos explicó los alcances, los valores éticos del mensaje que quería dar. Su patrón de trabajo se basada en el Teatro Laboratorio, en la colección completa de los escritos teóricos, Hacia un teatro pobre, y en algunos testimonios de las conferencias del maestro polaco Jerzy Grotowski, destacada figura en el teatro vanguardista contemporáneo del siglo XX. La meta del joven director era conseguir la reencarnación y reformar la concepción del actor santo. Nos contó, además, que había visto un video de Eugenio Barba con el maestro director en el Coloquio Internacional de Teatro de Grupo en Bérgamo, en el norte italiano, donde Grotowski explicó su técnica mística. Nosotros, los encargados del Foro, nos mirábamos perplejos. Teníamos que ver la obra para entender todo el contenido literario conceptual del joven director. Su verbo era bastante altisonante, y hablando, y hablando, nos dimos cuenta que el joven director pasaba por alto, mejor dicho, obvió el tema cuando uno de nosotros repitió varias veces que el Teatro Laboratorio recibió subvenciones; recalcando que, con una caja chica de por medio cualquiera se dedica las veinticuatro horas diarias a investigar y entregarse en cuerpo entero a un fin. El director para tapar el hueco del tema, insistió que sus actores estaban preparados para seguir el apostolado y cumplir lo mejor posible con su misión mesiánica. Por fin llegó el momento de la acción, se acercaba la hora para que suene la tercera timbrada, y se dé inicio a la espectacular función; todos nos pusimos nerviosos; comenzaron a llegar los invitados, público en general y las autoridades de la localidad; el Alcalde no llegó pero mandó a su edecán y a sus asesores; llegaron los profesores vecinos como representantes del magisterio; los directivos de la Asociación de Propietarios; el Sargento Mayor Comisario de la Policía Nacional llegó, impecablemente uniformado, acompañado de dos guardias que tenían como lema: Participación con la ciudadanía y seguridad. Apagaron los dos focos de la entrada, nos quedamos a oscuras por unos minutos, al fondo en el escenario se veía una velita prendida, los actores comenzaron a encender más velas de diferentes tamaños. Escuchamos la voz del director.

—«Por favor, debemos despojarnos de nuestros zapatos, vamos a ingresar al recinto sagrado de los actores santos».

Cada uno de nosotros buscó la manera más apropiada para quitarse el calzado, acomodamos los zapatitos al costado de la entrada y en fila india ingresamos al recinto por un pasadizo de unos veinte metros de largo hermosamente decorado con una finísima alfombra pasionaria de aserrín y arena fina como las de Semana Santa; y a los costados adornada con piedritas chiquitas pintadas de blanco. Los actores nos esperaban inmóviles, con los torsos desnudos, sus largas cabelleras bien peinaditas, llevaban unos pantalones cortos pero anchotes y descalzos. El director a nosotros cinco nos acomodó en lugares estratégicos. Nos sentamos en unos cojines en el suelo. Un impactante tercer gong. Empezó la función. Un grito ululante de un actor que empezó a correr como loco por el escenario; lamentos, abrazos y volatines; actores parados de manos recitando algo indescifrable, otros parados de cabeza; de vez en cuando uno de ellos decía una frase, y zas, un salto mortal, para adelante y otro para atrás; yo no le encontraba el sentido; déjate llevar, pensé por un momentito. Desbordante energía plástica gimnástica y acrobática circense, todo junto. Llegó un instante que solo una vela quedó prendida en el centro del escenario; volvían a prender las velas con encendedores a bencina haciendo sonar las tapitas de los mismos como castañuelas. Yo me preguntaba ¿Dónde está Grotowski en todo esto? De tanto pensar y con un dolor de cabeza, entre alocadas pesadillas algo me acordé de las ilustraciones del libro; ajá, estos jovencitos están tratando de representar las ilustraciones del libro grotowskiano; eso fue lo que me percaté, sí la memoria no me fallaba, después de darle muchas vueltas al drill gimnástico que tenía delante... ¡Ay, de mí! Una hora intensa de recontrasuelazos, gritos, gemidos, acrobacia, muecas, gestos grotescos sin decir nada, por ahí una palabra que se entendía; a los artistas el sudor les brotaba como un manantial que regaba a los que estaban en las primeras filas; sudor, lágrimas, solo faltaba sangre en la arena. Cuando acabó el espectáculo, yo, también, terminé extremamente agotado. En líneas generales: No entendí nada. Nuevamente me hice otra pregunta ¿Ahora que voy a decir en el foro? Largos aplausos, seguimos aplaudiendo y no nos prendían la luz; el director general cruzó el escenario como un monje de monasterio en peregrinación, y con su fino dedito apretó el interruptor, y no prendió nada. Habían desaparecido los dos foquitos, al igual que los dos jovencitos guachimanes que se quedaron en la puerta; un actor santo nos acercó una vela prendida y nos dimos cuenta que, habían desaparecido las tres cuartas partes de pares de zapatos como por arte de luz, magia y color. Este es el mejor número de la noche; me dije para mí mismo refunfuñando.

—¿On’stán las tabas? —gritó un poblador angustiado.

—¿Qué pasa con los zapatos? —preguntó otro.

—¡Han desaparecido! —respondí.

—¿Estás seguro, no será parte del espectáculo?

—¡Por favor colega, no sea usted tan güe... nón!

El Comisario llamó la atención al director y lo puso en la lista de primer sospechoso del robo. Lo citó para el día siguiente. Pasaban los minutos. Unos vecinos muy buenitos fueron a sus casas a traer unas chancletas. A mí me tocó un par cuatro números menos de lo que calzo. Con los talones al aire caminamos como diez cuadras para llegar a la pista principal y tomar una combi. Regresamos en silencio. Para romper la tensión y nuestro fastidio, pregunté.

—¿Y ustedes que iban a decir en el Fórum?

—¿On’stán las tabas? ¡Señor expositor!

Y el silencio continuó.

*La Noche de las Velas de Pedraza

NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS

Karlsruhe, 2011

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