ESTRUENDO EN EL ESTRENO de NDLeón
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Nicolás León, artista de Lima -Perú en Heidelberg -Alemania, 2010. |
ESTRUENDO EN EL ESTRENO
Han pasado años, muchos, recuerdo la desolación en la boca del estómago cuando uno de los actores se marchó del grupo por motivos familiares. Recuerdo también el estreno de la obra y la hiperconcentración en el juego de la vida. Aquella vez habíamos formado un grupo de teatro con la intención de vender funciones por la clausura del año escolar, navidad y vacaciones útiles. Éramos cuatro emprendedores actores nativos de barrios populares. Todo octubre y noviembre se ensayó cuatro horas diarias, incluido feriados. La obra, apta para toda la familia. El libreto consistía en una adaptación de una creación colectiva entrecruzada con varias obritas cortas de Charles Dickens, Charles Chaplin y Charles Bukowski. Cada actor era un cúmulo de experiencias en el arte total; música, mimo, poesía, pintura, malabares, títeres, escultura, piruetas, volteretas, cabriolas y danza. Además, cada uno tenía la responsabilidad de vender funciones por su barrio y alrededores. En nuestra libretita de producción estaba marcado con rojo indio la fecha del estreno: sábado 06 de diciembre -Vitarte. A los dos días venían tres funciones baratitas. Para la quincena funciones para escolares con entradas pagadas de antemano.
Faltando una semana para dar el play de honor, el siempre esperado estreno, uno de los actores con su carita de carnero en el altar pidió reunión extracurricular.
—Lo siento, me veo en la obligación de viajar a mi tierra por motivo de fuerza mayor. Es de urgencia mi presencia en mi hogar, en mi tierra, en mi residencia. Mis padres van a repartir la herencia. No llego a tiempo voy a encontrar la alcancía vacía... qué sería de mí tremenda osadía, de qué viviría, ¡ay! hermanos...
—¿Vas y vienes?
—No. Me quedo hasta abril. Lo que pasa es que...
—¡Okay! ¡Muy bien! ¡Explicaciones a tu mujer! ¡Ya te fuiste... suerte!
Nos quedamos en silencio. Después del patatus y de la crisis cerebral nos cambiamos y salimos con dirección a nuestros barruntos. —Con tres no sale ¡carajo! no. Por más que le doy vuelta al asunto, ni mierda... invito un trago a ver si se nos ocurre algo. Solo media res. Y calabaza —. Nos acomodamos en la vereda frente a la pista de espalda a la chingana. No teníamos nada que decir. —Todos tenemos familiares en provincias y justo ahora se les ocurre repartir la herencia —silencio. Willy, el más veterano de los cuatro después de carburar buen rato exclamó.
—¡Yo tengo un primo!
—¡Yo tengo una prima que quiero que gima...
—¡Oe huevón estoy hablando en serio! Tengo un primo, actor, ahorita está pateando latas. Él nos puede salvar, tiene buena memoria, lo dirigimos bonito y salvamos la temporada. Es buen actor, tiene buena pinta, es de la misma talla de Huevardo.
—Lo traes mañana, llamas en la noche a mi casa y dejas noticias si lo ubicaste. Dejar su número telefónico, dirección postal... voy a tratar de ubicar al bufón, Carlos René.
Al día siguiente a la hora de costumbre, Willy y su primo nos esperaban en el local de ensayos. El primo tenía una pintaza a lo John Travolta Andino.
—Hola, sin duda a equivocarme tú eres «sampacho» o «llapino».
—Soy de Lima de Pueblo Libre... mi abuelo de Cajamarca... soy Pocho para ustedes.
—Ya decía yo, raíces cajachas. Somos paisanos. Ya. Acabó la presentación, toma el libreto, eres actor tres. La letra para ayer. Los movimientos y acontecimiento para hoy ¿tienes lápiz para anotaciones? No tenemos tiempo para nada. Estrenamos en una semana. Ensayos de diez a dieciséis horas. Puntualidad puntual.
El actor reemplazante resultó una maravilla con iniciativa propia y una memoria de elefante. En volteretas y cabriolas algo duro pero cumplidor. Buena voz en el canto y fraseo. De su cosecha insertamos al espectáculo un breve monólogo de autoayuda para que se luzca. Tomamos tiempo en los cambios de vestuario. Cronometramos la pista de los efectos sonoros. El maquillaje era igual para todos y para todas las escenas.
Llegó el estreno. El antiguo local atestado hasta el tope. En los pasadizos, en ganchos y cordeles, muy ordenado el vestuario y la utilería. Tercer timbre. Arrancó la magia. Después de la primera escena grandes aplausos. El público adulto maravilloso, los niños unos amores. Cada fin de escena una fiesta fraterna. Los minutos avanzaban en el mágico tinglado hasta que llegó el momento más tierno de toda la obra, la escena más dulce, frágil y candorosa, cuando el Arcángel Gabriel, Inmaculado, blanquísimo de pies a cabeza hace su ingreso al escenario lleno de luces de estrellas, nubes y música de campanillas navideñas. Tomamos nuestras posiciones, abrimos los brazos, listos para recitar, las odas y bienaventuranzas. No entraba el Ángel. El actor reemplazante no asomaba. Se acabó la grabación. El segundero avanzaba —¡Carijo! —John Travolta Andino no aparecía. En el silencio musical despacito escuchamos un toc toc muy delicadito. Toc toc un poquito más fuerte. ¡Toc toc toc! más fuerte. ¡Póo, poo, póo! ¡Crac! ¡Cataplum! ¡Ploc! Un estruendo y polvoreda, rayos y truenos. Terremoto y derrumbe, quincha y adobe por los suelos, el camarín había colapsado. Improvisamos: —¡El Arcángel Gabriel! —El actor reemplazante entró al escenario como si un relámpago le hubiera caído en medio de la cabezota; la aureola había desaparecido, la corona por los suelos; el cabello lleno de tierra y paja; el vestuario blanco y puro, raído, lleno de polvo y telas de araña; las alas quebradas; de remate el actorazo se había olvidado la letra, el divino mensaje. Dijimos su texto con devoción: —«¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo! No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin». Apagón, un minuto, con música de villancico. Salimos de inmediato caracterizando a José y María, a la vaca y al burro. Apagón. Abajo el telón. El público aplaudió, tres veces levantada de telón.
—Alguien echó llave al camarín. Para salir le metí un patadón a la puerta, suave no más, se me vino abajo la puerta, el dintel, las vigas, las columnas, la pared, el techo, las calaminas y toda la caca de murciélagos.
—¡Cojudazo! La chapa no tenía manija. ¿Por qué tuviste que cerrarla?
—Entré un ratito a maquillarme porque el maquillaje estaba desmaquillado.
—¡Putamare... si lo hubiéramos ensayado la cosa nunca hubiera salido así a la perfección! ¡No te preocupes nadie se dio cuenta... de tu lindo maquillaje! ¡Zonzonazo!
En todas las demás presentaciones, nos salió todo muy bien. Buen sencillo, linda experiencia, grandes amigos. Desde la clausura de la temporada hasta la actualidad no hemos trabajamos juntos nunca jamás. Creo que después de la pandemia habrá una buena oportunidad.
NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS
Lima, 2020.