APRENDIZ
DE ESCRIBIDOR. NDLeón
Sara Joffré y Nicolás León (2014). |
Sara
Joffré, te recordamos haciendo labor. Nk
De
primarioso quise escribir mis indisciplinadas experiencias con la conducta y
aprovechamiento. Pero no salía nada. Ni en las composiciones que nos obligaban
como tarea salía airoso, raspando sacaba un once. En secundaria no mejoró la
inspiración, faltaba sazón. Cada nuevo intento no era nada alentador. El
aprendiz de vate no mejoraba. Era un perfecto cero a la izquierda. Lo dejé ahí
en stand by. Pasé por la academia, universidad, escuela de teatro; viajé
mochileando, realicé giras y de nuevo me enfrenté al lápiz y papel. Gracias al
divino diccionario de la calle mejoró mi léxico florido. Escribí dos o tres
poemas y unas cuantas cartas de variados temas. Después de laborar con varios
grupos artísticos en 1975 tuve la suerte de recalar en el renombrado grupo
<<Homero, teatro de grillos>>. Sus pilares, dos damas de la escena
nacional: Sara Joffré (directora, escritora) y la actriz Aurora Colina.
En Los Grillos los integrantes eran multifuncionales; tiraban pichana; hacían caja, utilería, escenografía, luces; actuaban, escribían, dirigían y otras faenas. Después de varias lunas de demostrar todas mis habilidades en los quehaceres del entorno de la actuación llegó mi primera prueba de fuego donde tenía que pasar la valla sí o sí. Reunión para seleccionar cuentos para cambiar el repertorio infantil. Sarita Joffré con la amabilidad que la caracterizaba me dio la oportunidad de dirigir un cuento de teatro para niños. Me alcanzó una pila de libros y libretos, algunos impresos en esténcil. —Nicolasito, léelos. La próxima semana hablamos. Tú diriges —Al siguiente domingo, entre las funciones el elenco se reunió. Yo tenía mi tarea aprendida. La sarta de libros la había dividido en tres grupitos. Sara me cedió la palabra. Expliqué los pro y contras del primer grupo de libros. Hice pausa. Sara, muy lacónica y genial. Replicó. —Enséñame que obras has escogido ¿Por qué? —Expliqué el porqué de cinco obritas. —¿Y estas? —Son algo flojas, regulares. Muchos personajes. —¿Algo más? —Estas –señalé tres libros –les falta mucho, no va. No me gustan. —¿En especial, ¿cuál? —Levanté un librito. Sara con sus pícaros ojos chalacos. Sentenció. —Esa es la obra que vas a dirigir. Tienes mes y medio para el estreno —. La orden me sorprendió. Una tempestad emocional me recorrió todo el cuerpo. Mil imágenes se me alborotaron en el seso. Acepté el reto. De regreso a casa tenía un laberinto de ideas. Agarré mi lápiz con borradorcito, compañero de grises batalla, e inicié la corrección dramática, armé el elenco. Marqué sugerencias del desplazamiento de los actores en el escenario. Conforme avanzó el montaje y los ensayos, mi trabajo de dramaturgo afloraba hasta que llegó el día del estreno. Las felicitaciones de mis colegas mayores, grandes maestros, me hicieron saber que había cumplido las expectativas a carta cabal. Aparte que recibimos elogios de la prensa especializada por la dirección y actuación de los intérpretes. Mi colaboración con el autor de la obra se escuchó muy bien, quedé satisfecho. En plena temporada, gozando una de las tantas funciones, me sentí honrado, gracias al espaldarazo de Sara Joffre había escrito lo prudente y preciso, también aprendí a borrar todo lo que se puede o está demás. Después de muchos avatares y pleitos con la Real Academia Española, años de lucha contra la dislexia, había nacido en mí, el inquieto juglar escribidor victoriano de La Victoria.
En Los Grillos los integrantes eran multifuncionales; tiraban pichana; hacían caja, utilería, escenografía, luces; actuaban, escribían, dirigían y otras faenas. Después de varias lunas de demostrar todas mis habilidades en los quehaceres del entorno de la actuación llegó mi primera prueba de fuego donde tenía que pasar la valla sí o sí. Reunión para seleccionar cuentos para cambiar el repertorio infantil. Sarita Joffré con la amabilidad que la caracterizaba me dio la oportunidad de dirigir un cuento de teatro para niños. Me alcanzó una pila de libros y libretos, algunos impresos en esténcil. —Nicolasito, léelos. La próxima semana hablamos. Tú diriges —Al siguiente domingo, entre las funciones el elenco se reunió. Yo tenía mi tarea aprendida. La sarta de libros la había dividido en tres grupitos. Sara me cedió la palabra. Expliqué los pro y contras del primer grupo de libros. Hice pausa. Sara, muy lacónica y genial. Replicó. —Enséñame que obras has escogido ¿Por qué? —Expliqué el porqué de cinco obritas. —¿Y estas? —Son algo flojas, regulares. Muchos personajes. —¿Algo más? —Estas –señalé tres libros –les falta mucho, no va. No me gustan. —¿En especial, ¿cuál? —Levanté un librito. Sara con sus pícaros ojos chalacos. Sentenció. —Esa es la obra que vas a dirigir. Tienes mes y medio para el estreno —. La orden me sorprendió. Una tempestad emocional me recorrió todo el cuerpo. Mil imágenes se me alborotaron en el seso. Acepté el reto. De regreso a casa tenía un laberinto de ideas. Agarré mi lápiz con borradorcito, compañero de grises batalla, e inicié la corrección dramática, armé el elenco. Marqué sugerencias del desplazamiento de los actores en el escenario. Conforme avanzó el montaje y los ensayos, mi trabajo de dramaturgo afloraba hasta que llegó el día del estreno. Las felicitaciones de mis colegas mayores, grandes maestros, me hicieron saber que había cumplido las expectativas a carta cabal. Aparte que recibimos elogios de la prensa especializada por la dirección y actuación de los intérpretes. Mi colaboración con el autor de la obra se escuchó muy bien, quedé satisfecho. En plena temporada, gozando una de las tantas funciones, me sentí honrado, gracias al espaldarazo de Sara Joffre había escrito lo prudente y preciso, también aprendí a borrar todo lo que se puede o está demás. Después de muchos avatares y pleitos con la Real Academia Española, años de lucha contra la dislexia, había nacido en mí, el inquieto juglar escribidor victoriano de La Victoria.
Sara Joffré y Nicolás León <<Homero, teatro de grillos>> |
NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS
Lima, 2020.
Lima, 2020.
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