RUIDOS MOLESTOS.
NDLeón
Faltaban doce horas para la presentación de la narrativa
y teatralización de la obra “Cajamarca,
el encuentro”, Versión libre de Erzähltheater
Fabulina. Donde el suscrito, multifacético artista de
la palabra escrita y hablada, experimentado estudioso del “lenguaje gestual” y
del “lenguaje subliminal contestatario de barrio”. Señor actor de BalconCity de
la Rica Viky, quien con el auxilio de dos lindas profesionales de la poesía y
música se desenvuelve en el tablado como pato en su sucio charco de agua y lodo.
Después de un dietético
desayuno, café cargado con pan solo, convidado por mi hijita Alekala, bajé las
empedradas gradas de la antiquísima escalera de mármol con mucho cuidado, entré
a mi inmaculado Parque Miguel Dasso. En el óvalo central repasé letra dando vueltas y vueltas; a la vez que
movía los músculos con mis ejercicios básicos de meditación “Tai Chi Chuan”;
dicción, impostación, modulación, expresión corporal y sobretodo “exhibitionism”.
Sonó la alarma de mi cel,
una hora drástica y exacta de mnemotecnia “ars memoriae” para alejar los
“lapsus furcios” y estar preparado para pasar el sombrero solidario con
confianza.
A mediodía me encontré en
“Limaflores” por un cachuelo rápido veloz. En el “Hemicirco” la empleada
asistente del asistente del chaleco de la última rueda del coche del asesor de
una congresista rubia al pomo de nombre impronunciable, me lapidó la
puntualidad.
— Señor,
esto va a demorar…
— Pero
si es solo un sello… ¿Cuánto?
— ¿Cuánto?
No sé, demora… media hora, cuarenta minutos, espere mejor en el salón de
recepción…
— ¿Cuántos
minutos espero?- La secretaria me miro con mirada dura.
— ¡Sesenta
minutos!
Cerré los ojos, me mordí la
lengua. Pensé.
— ¡A
la mierda!
Salí de la cueva de Ali
Babá. Me dirigí al Parque de la Muralla. Caminé hasta la estatua ecuestre de
Francisco Pizarro. Junto al inútil armatoste repetí la rutina de ensayo en cuarenta
y cinco minutos. Recibí aplausos de los espontáneos; transeúntes, parejas y
turistas; que graciosamente espectaron
la obra sin cortes comerciales.
A las cuatro de la tarde me
encontré marcando tarjeta y filosofando en el distrito de San Isidro, lugar
exacto, Sindicato de Actores Intérpretes del Perú —SAIP. El Petit Comité fue
petit. Hicimos un break. Me deslicé con grabadora en mano al parque Manuel
Vicente Villarán, ubicado frente al local institucional. La presentación me
crispaba los nervios. El talento no asomaba, necesitaba aire fresco y música celestial
andina. En el centro del parque junto a la fuente construida con unas cuantas
moles de piedras. Full concentración, último ejercicio, reafirmar los
movimientos y gestos. Una banca desolada de hierro forjado con listones de
madera fungía de multitudinario público. Primera vuelta a la fuente. Rutina
rigurosa con graves letanías, cánticos, frases, gestos gestuales y mimo. Todo,
matemática y gélidamente calculado con precisión de un escorpión. Segunda
vuelta circular. Veo movimientos de manicomio en la caseta de Seguridad
Ciudadana. Sigo en lo mío. Nada de desconcentración. La joven vigía mira para
todos los lados. Levanta el auricular de un fono. Me señala tres veces. Termino
la vuelta. Espiro profundamente y suelto el aire piano, piano. Yo,
brechtianamente, sigo manoteando, acuchillando el aire con moderación,
prudencia y elegante expresión. Me preparo para la tercera vuelta. Súbito,
presto, veloz, se detiene una camioneta de Seguridad Ciudadana, bajan dos
manganzones uniformados con chalecos antibalas, varas, miradas frías de
desconfianza. Ambos monigotes se cuadran frente a mí. Sigo caminando, rezo el
principio inca.
— Ama sua. Ama llulla.
Ama quella.
Uno de los uniformados se
atreve hablar.
—
Señor, buenas tardes, señor…
— Buenas
tardes. Pueden tomar asiento que ahorita empieza la función. Gracias por venir…
— ¡Señor!
Los vecinos se han quejado que usted está dando vueltas, hablando… gritando…
— ¿Qué?
¿Qué estoy haciendo?
— Los
vecinos se han quejado que usted está haciendo ruidos molestos que alteran la paz y tranquilidad del vecindario.
— ¿Ruidos
molestos? Señale que vecino ¿Qué inmueble se ha quejado? Yo soy vecino de San
Isidro, mis tatarabuelos son los fundadores de San Isidro, de El Olivar.
¿Ustedes dónde viven?
— Señor,
entienda, se han quejado porque usted tiene una conducta no apropiada para
estar en un parque público.
— Ama llulla… no seas mentiroso… la susodicha que
los ha llamado es la jovencita de la caseta. Díganle que la perdono. Corríjanla,
su proceder es indigno, necio y ridículo. Podéis ir en paz.
La función en “Viernes
Literarios” salió de maravillas. Las asistentes, Cecilia & Shirley,
excelentes; el público generoso. Separé un diezmo de la Salida Solidaria. Llegué al Bar Monarca de Guzmán Blanco Av. con
una sed de labrador. Rendí tributos a mi dios Dionisio con harto vino y un
sándwich de jamón con cebolla criolla.
NICOLÁS
DANIEL LEÓN CADENILLAS
Lima,
febrero, 2019.
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