Con nostalgia para mis amiguitos
de la Escuelita "El Rosal" de la
Av. Militar. LINCE. Lima 14.Leyendo un artículo del periódico Badische Neueste Nachrichten sobre la industrialización de la leche y los productos lácteos me asombraba de toda la maquinaria en uso en la actualidad. -Como han cambiado los tiempos, pelona- me dije. Moviendo con pausas las tres cucharaditas de azúcar rubia bio de mi taza de leche fresca tibia pasteurizada, homogenizada y ecológica con 1.5% de grasa, junto con mi rebanada de pan integral con mantequilla y queso fundido de calidad A1, 10% de grasa. Se me vino a la memoria mi desayuno a lo pobre en mi callejoncito de mi barrio de Lince de Lima - Perú.
Cuando yo era chiquitito pero ya iba a mi colegito particular, el desayuno consistía en dos panes francés con bastante mantequilla grasoamarilla, en algunos casos quaker y casi siempre, todos los días la rica leche fresca de vaca con puntitos de café o cocoa; había días que tomábamos la leche fresca sin nada, y usualmente con azúcar blanca. En otras oportunidades los panes estaban rellenos con huevos fritos revueltos, con o sin cebolla y/o pan con queso fresco casi salado.
Porongo de aluminio con tazones de medida. |
La leche fresca nos la dejaba diariamente nuestro vecino el señor Casagrande, dueño de un establo con vacas y cabras. Era el antiguo lechero del barrio, personaje notable y conocido por grandes y chicos, viejos y jóvenes, hombres y mujeres, por gordos y flacos como el “Señor lechero Mucha-Casa”.
El lechero que vendía leche hacía su aparición muy tempranito, casi de madrugada, salía de su establo haciendo su recorrido matinal, golpeando los grandes porongos de aluminio que eran unos cilindrotes, los golpeaba con un tazón de hojalata que era la medida de un litro; dejando en todas las casas, callejones y con yapa, el rico alimento lleno de proteínas, vitaminas y qué sé yo. Y con las mismas desaparecía hasta el día siguiente.
Todos los padres de familia se conocían y eran amigos, la mayoría de ellos eran los comerciantes del distrito, los caseros del mercado, los dueños de los puestos de periódicos, los que vendían pan con chicharrón y café en las esquinas. El señor lechero era gran amigo de mi papá y sus hijos estudiaban con nosotros; conmigo, con mi hermano, con mi prima y con los otros niños del callejón, estudiábamos en los mismos salones del cole.
Nuestros papás, tíos, vecinos, profesoras y el señor lechero nos aconsejaban que teníamos que tomar leche y si era fresca mejor para ser fuertes y sanos como robles, para tener suficiente energía para estudiar y no quedarnos dormidos en el colegio, y tener físico para crecer y para jugar como nuestros ídolos del deporte nacional.
La lechera de Johannes Vermeer, 1660. |
Todos los vecinos tomábamos la leche fresca en las mañanitas, a medio día, en el lonche y si quedaba un conchito no nos caía mal un vasito antes de dormir.
-¡Mamá, tengo sed! Dame agua.
- ¡Acá hay un poquito de leche, tómatela!
- ¡Pero yo quiero agua, no leche!
- Está fresquita, está rica, toma!
- ¡Yo quiero agua, tengo sed!
- Toma la leche y no me hagas renegar!
- Agüita ... ¡Ya no quiero nada!
- ¡Toma la leche! Pobre que te levantes de tu sitio y te prendas del caño para tomar agua. ¡Te castigo con el dolor de mi corazón! Si tomas agua del caño puedes terminar con una diarrea y no vas a poder ir al colegio!
- ¡Quiero bastante agüita!
- ¡Toma tu leche! No me hagas renegar, me estas sacando de quicio. No hagas que me enoje por el amor de Dios. A la una, a las dos y a las ...
¡Por el amor de Dios! Me quedaba calladito, suficiente advertencia con el conteo, se acababa el amoroso diálogo con mamita y tenía que soplarse la vitaminosa leche fresca llena de perfectos valores nutricionales, además que me fortalecía de hierros y calcios y otros elementos químicos proteínicos beneficiosos del grupo B y A para la alimentación sana y equilibrada ...
¡Tenía que soplarme mi pocillo de leche fresca para calmar la sed!.
A la hora de hacer hervir la leche era todo un espectáculo, una laboriosa labor de alquimia, siempre con un vigía o campana para poder controlar el rico alimento y no se derrame, el guardián de turno tenía que estar preparado para soplar la leche, mover la olla de la candela o bajar el fuego. Después de esperar unos minutos, cuando reposaba la leche se iba formando la deliciosa nata. En casa nos peleábamos para agarrarnos la mayor cantidad posible de nata, mamita nos la repartía equitativamente para evitar los pleitos. La nata salía gruesa y con una pizca de sal era un manjar de los dioses.
Conforme pasaba el tiempo la leche no botaba, no soltaba, no salía la rica natita. Nosotros, preguntábamos a los lecheritos que pasa con la leche que ya no sale nata. Hasta que uno de los hijos del lechero soltó el chisme atravesado en su tierna gargantita:
- ¡Ya no sale nata de la leche porque mi papá la mezcla con agua!
Mezclaban con agua el rico y sustancioso producto lácteo. Después nos hizo jurar para que no habláramos. No podíamos hablar porque sino su papá, su familia y él iban a tener problemas. Juramos no hablar. Le rogamos en grupo:
-“Separa un poco de leche sin agua para nosotros”.
Respondió que no podía separar ni un poquito.
En los meses siguientes, en vacacional, el hijo que estudiaba conmigo nos contó que su papá tenía muchos problemas con el Departamento de Sanidad de la Municipalidad, que lo habían pescado con las manos en la masa a su papá adulterando la leche con agua y le habían puesto una Multa. Y que el señor Alcalde estaba muy fastidiado porque él y sus hijitos tomaban hasta la última gota de leche fresca de establo.
- Una multa es como un castigo, es como un rojo en la Libreta de Notas, ahora mi papá tiene que pagar la Multa y según lo que dice mi papá: ¡Sí paga la multa se queda cero balas! ¡Y no va a ver plata para la casa!
- ¿Entonces que va hacer tu papá?
- ¿Cómo va a pagar la multa?
- ¿Ahora que va hacer tu papá para pagar la multa?
- Les voy a decir, pero es un secreto: ¡Juran que no le van a decir a nadie. No le digan a nadie. Juran por Diosito que no le van a decir a nadie, ni a sus mamás, ni a sus papás, a nadie!
- ¡Ya! ¡Si! ¡Juramos! !!Por Diosito!! ¡!Por Diosito!! ¡Por mi madrecita!
- ¡Mi papá a dicho que para pagar la Multa le tiene que echar más agua a la leche!
- ¡Más agua!
- ¡Nooo!
- ¿Ya no va haber nata?
- ¡Con tanta agua los pescaditos pueden nadar en la leche!
- Ya lo saben, pero no le tienen que decir a nadie, nada, nadita, ¡Ta'bien!
- ¡Ta'bien!
Después no se lo que pasó, por mi parte nunca dije ni pío sobre el tema de la leche fresca con ayuda; cambié de barrio, cambié de colegio y me encontré con dos de los hermanos Casagrande, uno de ellos estudió conmigo en el mismo salón, su papá seguía vendiendo leche. Terminamos la secundaría y desaparecimos por el mundo. Cuando cumplí mis Bodas de Plata regresé a mi Alma Mater. Me encontré con mi Promoción y con bastantes amigos mayores y menores que yo.
Dentro de la conversación de los recuerdos y nostalgias, hablaron del menor de los hijos del señor lechero Mucha-Casa:
- Pedro León, Nikito, Cadenillas, Andrade, Daniel Correa, Roberto Navarro, Pipo Vásquez, ¡Escuchen! ¿Se acuerdan que el papá de Víctor y Oscar Casagrande, vendía leche a todo el barrio de Lince y San Isidro? Víctor siguió con el negocio, lo heredó, y le fue muy bien porque realizó un contrato especial con la SEDAPAL (Servicio de Agua Potable y Alcantarillado de Lima). En la actualidad creo que ahora vive de los intereses de su fortuna acumulada en Daytona Beach. Florida. Estados Unidos de América.
Pusimos cara de incredulidad, el correo sin estampilla había vivido en Lince y era de nuestra generación y Promoción, si era verdad o mentira tal afirmación, no lo aceptaba ni reprochaba; pero en pleno comentario busqué la mirada de mi hermano, cómplice en el secreto Aqua Lácteo de la leche fresca. Sólo nos limitamos a sonreír, y para cambiar de tema, pregunté:
- ¿Ustedes se acuerdan del establo que estaba cerca a la casa? Los del barrio jugábamos en el establo del señor Mucha-Casa. Qué vacas, no?
Sonreímos recordando aquellos tiempos en que se podía guardar un secreto.
No hace mucho como abuelo repetí las mismas palabras de mis mayores, lo hice sin pensar, desde lo más profundo de mi inconsciente repetí los consejos de mis antecesores. Mi nieto regresaba de su primer día de clases de su primer añito escolar.
- ¡Toma tu leche para que seas sano, fuerte y valiente como tu papá!
Me escuchó, me miró, achinó los ojos, apretó lo labios, se me acercó sigilosamente como un felino, lento pero seguro, su naricita choco a la mía, y con sus ojitos fijos me deletreó:
- ¡Yo no quiero ser como mi papá! ¡Yo quiero ser como “El Rey León”! ¡Grrggrrrrrrrrrrrrraaa!
Rugió en mi cara y me clavó las uñas de su manita izquierda, me dio un zarpazo con la otra mano e inmediatamente se fue al parque a jugar pelota con sus amigos.
¡Cómo han cambiado los tiempos, pelona!
Nicolás Daniel León Cadenillas
Karlsruhe, junio, 2007.
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