Silencio en el velatorio. NDLeón.
"Después de la verdad nada hay tan bello como la ficción".
Antonio Machado.
Tratando de pasar inadvertidos se apersonaron en silencio al
conventillo del parque, una vez en la esquina del pasaje se camuflaron bajo las
sombras de las palmeras, preguntaron por el viejo intelectual, nadie les dio
razón. El añejo pensador se encontraba escribiendo un poema triste de despedida
para su compadre. A pesar que era vecino antiguo, muy pocos conocían su
verdadero nombre, para todos él era simplemente "El Escriba", el
amanuense antipático y gruñón por su drástica aversión a la mentira, al robo y
a la traición.
A los señores coludidos con el mal sólo les quedó gritar. Del tercer
piso el Escriba respondió sin dar cara y sin aviso. -¿Qué pasa?- se
escuchó un barullo después unos segundos de silencio, alguien se animó
y habló: – ¿Maestro, va ir al velorio? ¡Todo el mundo está preguntando por
usté!– silencio nuevamente, una breve pausa y de repente se escuchó
una seca respuesta lacónica -¡Voy!– El Escriba inmutable paró la oreja,
escuchó los pasos de la retirada de la manada. Sonrió, miró la hora.
–A las 22:00 en punto, voy- se dijo.
Terminó de escribir los versos tristes,
chequeó y marcó una coma. Doblo la hoja. Meditando se dirigió al diván, levantó
su sobretodo, se dio un vistazo frente al espejo, se acomodó el sombrero
Borsalino, se ajustó la chalina azul marino. Salió de su departamento, bajó las
escaleras con mucho cuidado agarrándose del pasamano. Los peldaños estaban
completamente empapados. La noche estaba de luto, lloraba lágrimas negras, las
sombras desaparecían en la densa oscuridad de las tinieblas.
El Escriba con las manos en los bolsillos
del gabán caminó lentamente pisando seguro. Del tercer piso
escuchó un lamento femenino – ¡Mejor no vayas el ambiente está muy feo, algo
traman! -. El Escriba respiró profundo tres veces, las tres veces expulsó
el aire inhalado con fuerza, sereno continuó su marcha. Mientras avanzaba
repasaba su vida, sus logros y caídas, también repasaba su nada.
Llegó al velatorio, más de ciento cincuenta personas brindaban con pisco, caña y café. Saludó a unos foráneos, entró consternado al sombrío lugar, dio el pésame a la familia del difunto, saludó a los más allegados. Se acercó al cajón, observó al finado. Rezó brevemente. En silencio abrazó a los amigos comunes. –¡Oe, ten cuidao!- le susurraron. Miró con el rabillo de los ojos para ambos lados. –¡Chalequéame!- respondió asolapado. Le alcanzaron una taza de café y galletitas sin mantequilla. Entre el umbral y el dintel del portón se quedó parado conversando con los pocos conocidos que se le acercaron. –¿Putamadre, pa’qué has venido?- le dijo al oído un amigo. –Tenía que venir por una y mil razones y no voy a dar explicaciones.- respondió mirando el oscuro cielo. -¿Y quieres irte junto con él? ¡Cojudazo, abre bien los ojazos! ¡Ya diste el pésame ahora vete!- lo reprendieron sus desesperados ángeles de la guarda. Como si no hubiera escuchado nada, caminó por la veredita rumbo a la licorería.
Nicolás Daniel León Cadenillas Miembro del Gremio de Escritores del Perú - GEP. |
Llegó al velatorio, más de ciento cincuenta personas brindaban con pisco, caña y café. Saludó a unos foráneos, entró consternado al sombrío lugar, dio el pésame a la familia del difunto, saludó a los más allegados. Se acercó al cajón, observó al finado. Rezó brevemente. En silencio abrazó a los amigos comunes. –¡Oe, ten cuidao!- le susurraron. Miró con el rabillo de los ojos para ambos lados. –¡Chalequéame!- respondió asolapado. Le alcanzaron una taza de café y galletitas sin mantequilla. Entre el umbral y el dintel del portón se quedó parado conversando con los pocos conocidos que se le acercaron. –¿Putamadre, pa’qué has venido?- le dijo al oído un amigo. –Tenía que venir por una y mil razones y no voy a dar explicaciones.- respondió mirando el oscuro cielo. -¿Y quieres irte junto con él? ¡Cojudazo, abre bien los ojazos! ¡Ya diste el pésame ahora vete!- lo reprendieron sus desesperados ángeles de la guarda. Como si no hubiera escuchado nada, caminó por la veredita rumbo a la licorería.
No dio ni cinco pasos, un grupo cerrado se
abrió, sombras fanáticas salieron como jauría de hienas, avanzaron en
complicidad con la oscuridad como depredadoras garras; sujetaron
y golpearon a los dos ángeles custodios. “El Tío Unicornio”, el
prototipo malo del barrunto, el usurpador líder desquiciado golpeó vilmente la
espalda del viejo sabio escribidor. El Escriba avanzó un paso, él entendía su
pleito con artes y mañas, giró con maestría, a tiempo esquivó una traicionera
puñalada, le cayó un puntapié en la rodilla, esquivó una daga, un golpe en
la cara, un puntazo en el pecho; quiso retroceder para guardar distancia, el
Chato Danny Pelao, con disimulo lo sujetó de la manga del
abrigo; hipócritamente, le murmuró: -¡Pa’qué escribes lo que
has escrito!- El Escriba se dio tiempo para responder -¿Tú qué has leído,
cachudo de mierda?- ¡Yo nada pero él me ha dicho que le han dicho que tú has
dicho y lo has hablao y publicao!- contestó el cobarde -¡Te han dicho qué,
miserable!-. Los descerebrados trataron de bajarlo, volaron varios botellazos,
algunos se estrellaron en el apacible tronco del guayabo. La inseparable
dama del Unicornio fuera de sí, irrumpió la bronca, le lanzó varios carterazos, fallando
su cometido. -¡Maldito, vas a morir!- gritó con delirio, amenazó con odio al
sabio escritor. El Escriba con reflejos de pantera esquivó cada uno de los
golpes traicioneros. Lo amenazaron, lo insultaron, lo vejaron. -¡Mañana te voy
a destruir!- se escuchó claramente decir de los labios del jefe usurpador. El
Escriba sin perder la compostura responde muy educado y con cordura –¡Bien, mañana te espero, me destruyes y haces fiesta. Pero ahora te pido respeto, estamos de
luto, respetemos al difunto y a su familia, respetemos al que en vida fue como
nuestro hermano, él fue tu ejemplar maestro, merece respeto!.
Dos señores se meten al pleito, ponen orden y piden respeto. El jefe usurpador y su dama, llenos de rencor y amargura rumian su bilis. El Escriba se retira por la veredita que va al bulevar de la avenida central. –¡Mañana!- grita un anónimo protegido por la oscuridad y sombras de la negra noche.
El Escriba siguió su camino, se detuvo en la licorería, compró un vino semiseco de calidad. Se retiró a paso normal, ni lento ni rápido, él no estaba apurado. En casa tomó una gran copa, lápiz y papel, y comenzó a escribir lo sucedido, exclamó con una sonrisa irónica - ¡Esto puede ser un best séller! – empinó el codo una y otra vez y escribió rápidamente sin parada cada detalle de la feroz cobardía ocurrida en el velatorio del velorio de su gran amigo, el carismático Jefe del Club San Lorenzo del Espíritu de la Verdad y Amén.
Nicolás D. León Cadenillas.
Lima, 2014.
Dos señores se meten al pleito, ponen orden y piden respeto. El jefe usurpador y su dama, llenos de rencor y amargura rumian su bilis. El Escriba se retira por la veredita que va al bulevar de la avenida central. –¡Mañana!- grita un anónimo protegido por la oscuridad y sombras de la negra noche.
El Escriba siguió su camino, se detuvo en la licorería, compró un vino semiseco de calidad. Se retiró a paso normal, ni lento ni rápido, él no estaba apurado. En casa tomó una gran copa, lápiz y papel, y comenzó a escribir lo sucedido, exclamó con una sonrisa irónica - ¡Esto puede ser un best séller! – empinó el codo una y otra vez y escribió rápidamente sin parada cada detalle de la feroz cobardía ocurrida en el velatorio del velorio de su gran amigo, el carismático Jefe del Club San Lorenzo del Espíritu de la Verdad y Amén.
Nicolás D. León Cadenillas.
Lima, 2014.
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