Pedro Luis, el taxista. NDLeón K'Dnias.
Dedicado a Pietro Luigi Cancino Capone.
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Pedro Luis Cancino Otoya y Nicolás Daniel León Cadenillas. |
Esta es una de las más tristes historias dentro de las historias de los lechuceros del volante, le sucedió a Pedro Luis, el taxista de la vecindad.
El cachuelero del timón, el taxista macalacachimba no tenía documentación; carecía de brevete, DNI, tarjeta de crédito, Seguro Social; el auto no tenía tarjeta de propiedad, ni placa original, SOAT, mucho menos revisión técnica. Carecía de autorización para ingresar al Aeropuerto. El chofer era un perfecto NN y el auto, también. Un buen par de NN. Por designios de los dioses del volante luchaba contra su triste destino para sobrevivir y seguir adelante bregando con su fatal adversidad.
‘Pierre’ -como lo llamaban sus colegas por su semblante de payaso triste romanticón herido de amor- taxeaba a escondidas de los custodios del orden; del fiscal, del juez y de los intocables; de los policías e inspectores municipales. De vez en cuando sufría un percance y con su bendita labia la libraba, salía airoso de sus diligencias coimeando a cuanta autoridad se le cruzaba en el camino. A los tombos corruptos los cegaba con monedas falsas de cinco soles, billetes chuecos que compraba en la cachina de la tía cochina del viejo puente, del río y la alameda, y eso no era todo, en complicidad con el anochecido cielo de vuelto entregaba billetes de Intis millones de la maquinita.
La triste historia empieza en la placita de la Iglesia La Ermita de Barranco. Después de haber comido un sanguchazo monstrífero, bebido una gaseosa y dormitado una breve siesta, nuestro experimentado conductor se estiró de pies a cabeza, abrió sus ojotes; en el horizonte el sol se mandaba un clavado de cada día; prendió el motor de su gasolinero Toyota, miró la cruz, meditó y arrancó.
En la siguiente cuadra una señora; bonita, gruesita y limpiecita; le hizo la seña para que parara. Nerviosa preguntó.
-Brasil con Javier Prado Oeste. Combien? ¿Cuánto?
-¡Quince soles!
-¡Pagó Diez!
-Suba… usted es la primera de la tarde. Espero que me traiga suerte.
-¡Rápido por favor!
-Voy por la Costa Verde. ¿Algún problema?
-¡Por donde sea más rápido, s'il vous plaît!
Todo el camino fue en silencio, después de un buen trayecto la mujercita repitió tres veces.
-¡Acelere, acelere, accélérer!
Siguió el silencio nuevamente.
-¿Usted no es peruana, no?
- ¡Je suis péruvien! Soy per ruana…
Llegaron a la avenida Brasil, unos minutos más tarde y antes de lo pactado la dama semigritó.
-¡Acá! ¡Pare! Acá pare por r fa vor.
El chofer acató automáticamente la orden. La señora le alcanzó dos moneditas de cinco soles y bajó, se le acercó un tipo con pinta ancestral de los nativos del Callejón de Conchucos muy parecido a nuestro puntero mentiroso Alejandro Toledo. Este gallo la miró con fastidio y le recriminó delante del chofer profesional.
-Me has hecho esperar cualquiera la cantidad de tiempo.
-No pude salir antes.
-¿Has traído mi encargo?
- No. Primero tenemos que hablar. Ya metiste la pata una vez y no quiero que se repita…
-No hay encargo. No hablo. Ya no quiero nada. Chao.
El sinvergüenza se acomodó los pantalones de un tirón y cruzó la pista esquivando motos, carros y buses. Paró un micro y desapareció. La mujer se quedo fría y taciturna, miró ambas esquinas, camino rumbo al malecón. Se paró. Regresó. El taxista sapeaba todo, bajó del auto haciéndose el güevón, limpió el parabrisas con un trapito rojo cochino, abrió la puerta posterior y de relancina orinó. Sacó una botellita, se mojó las manos y con el trapito sucio se las secó. Se peinó e interrumpió la indecisión de la dama.
-¡Señora! Regreso a Barranco. La llevo.
La dama miró de pies a cabeza al atlético moreno lechucero, fijó la vista en la barriga chelera. Bajó la mirada y con resignación musitó.
-Vamos.
-¡Le cobro igual, Diez Soles!
-Vamos señor.
La señora se acomodó en el asiento delantero. Acurrucó su cartera en su pecho, cerró sus lindos ojitos, sollozó y lloró. En la Costa Verde levantó la mirada, quiso decir algo pero la palabra se le atragantó en la garganta. Caviló. Habló.
-Por favor puede ir despacio, no quiero llegar a mi casa... tempran…
-¿Despacio? Lo que usted ordene… el cliente siempre tiene la razón.
El sol había desaparecido, el resplandor en el firmamento teñido de claros oscuros tonos anaranjados se oscurecía, se notaba una que otra estrella.
-¿Me acompañaría con una copa de vino?
-Acompañarla. Una copa de vino. No puedo decir que no. "Frente una copa de vino, yo me río de mí, me da una pena tan grande que me tengo que reír. Esta risa no de enojo más no es por disimular. Y sin lágrimas en mis ojos es de risa y nada más"… ¿Dónde piensa comprar?
-Lo tengo en el termo.
-¿Y los vasos?
-Copas… en mi cartera.
El auto se cuadró en un pequeño estacionamiento muy pegadito a la estrecha vereda peatonal. La señora bajó, se sentó en una banca. -Hay que ser bien idiota para poner en un malecón frente al mar, bancas mirando al cerro para tragar monóxido de carbono. Esto es un mamarracho de proyecto.- renegó la señito, se tapó la nariz e inmediatamente se puso de pie y se dirigió a la playa llena de piedras. Subió a un montículo construido con gigantescas piedrotas y desmonte. Suspiró. Miró el infinito. Abrió el termo, sacó las copas de la cartera, pausadamente sirvió el rojo vino.
-¡Salud!- Secaron las copas sin respirar. Hicieron silencio. -¿Qué pasó? Perdón… puedo preguntar, no.
-Se acabó la relación. Se enteró de un dinero que había evadido al fisco con ayuda de mi madre… y me quería chantajear. Yo dije que no, que primero había que hablar, que otra vez será… fue empleado de mi esposo… mi esposo se enteró de lo nuestro y lo despidió. Mi esposo no vive conmigo… tiene una secretaria de veinte años.
-Cuarenta y veinte… bonito número. Mi esposa también me dejó por uno que tenía veinte… millones de soles en su cuenta corriente. Fue un amor a primera vista… eso fue lo que ella me dijo.
-Es broma o es en serio.
- La firme... "hay que vivir la vida antes de que la vida nos viva"... evación de impuestos, corrupción, delincuencia… todo eso sucede… taxeando no me entero de nada… vivo en una burbuja… fíjate que en las últimas elecciones no sabía por quien votar…
-Yo no voto… yo pago la multa… ningún candidato vale la pena. Son unos hijos de la guayaba.
-Perdón... no son hijos de la guayaba, son unos hijos de puta. Eso son… se acabó el vino ¿Y ahora?
-¿Compramos una chatita de ron?
-¿Síii?
-No, es una broma… entremos al auto, tengo frío.
Dentro del auto, se abrazaron, hacía tanto frío que se desvistieron para entrar en calor. Zamaquearon el auto sin compasión. Abrazos, besos, arrumacos. Desembucharon todo lo tenían que decirse. Acabaron de hablar, se vistieron y bajaron. El taxista revisó las llantas, ella miró hacia la nada. Volvieron a subir al auto.
-¿Cómo te llamas?
-Pedro Luis… ¿Tú?
- María Antonieta Josefa… ¿Cómo te dicen?
-Luchín.
-A mí me dicen… mejor nos olvidamos del tema. Vamos ya.
-Vamos. No te olvides los diez soles, me debes los diez soles del taxi.
Llegaron a la casa de la señora. Un hermoso chalet recién terminado, vigilado por un guachimán uniformado. Ella bajó muy seria, saludó al vigilante. Abrió su cartera, sacó un billete de cincuenta nuevos soles y se los alcanzó.
-Estamos parches. Quédate con el vuelto. Todo fue muy bonito pero olvídate, nada pasó, nada sucedió, tú no has estado ahí ni yo tampoco, yo no te vi, tú no me viste.
La señora hizo un suave gesto de negación, miró fijamente al taxista, cerró la puerta de un portazo y se marchó. El taxista romanticón herido de amor emprendió la retirada, miró por el retrovisor, miró el billete, pensó en voz alta.
-No estuvo mal el día. No he ganado ni he perdido. Sí así fuera todos los días. Gracias Misericordioso Señor de la Exaltación de la Santa Cruz del Venerable Pasaje José María Corbacho.
La triste y melancólica historia fue para el taxista indocumentado un sueño de una noche de verano.
Nicolás D. León Cadenillas.
Lima, 2014.