Dedicado con cariño a mi
Grupo de Teatro “Los Grillos”.
Estaba desempleado, renegando de mi suerte, fastidiado y jodido. No tenía donde arrimarme, era uno más de los actores desocupados de la gran Lima. Estado civil: Soltero. Solo, sin compromiso, sin contrato y sin temporada teatral a la vista. Pateando latas, chapas, piedras, piedritas y cilindros. Alimentándome con el desayuno y almuerzo del comedor popular de la Plaza Manco Cápac.
Con la ayuda de otros amigos y colegas igual que yo, desocupados pero sin oficios ni beneficios, me recomendaron para que trabaje en una librería de la avenida Iquitos cuadra 5. Al principio no sabía qué es lo que tenía que hacer, después hablando con el dueño del negocio se despejaron las dudas. Tenía que peinar la zona, visitar casa por casa, puerta por puerta y ofrecer libritos, cuentos y materiales e útiles escolares por todo el distrito. Me entregaron un plano en fotocopia y los puntos por donde empezar. Urbanización Santa Catalina, Urbanización Balconcillo y para terminar que visite a las pequeñas librerías de La Victoria incluyendo el Cerro El Pino, Cerro San Cosme, San Jacinto, Urbanización Apolo.
Desde el principio, a pesar de lo difícil y terrible de la tarea de vender libritos en un barrio de peloteros, comenzé bien, al menos sacaba para mi menú decente con cafecito y postre. Tenía labia, presencia escénica, estampa. Por algo soy actor. En ese momento se me notaba una ropa bastante gastadita, un saco apolillado y unos zapatos a lo Chaplín, que no eran mi número ni estilo, pero peor era caminar con medias con hueco en el talón y en el dedo gordo.
Después de un mes había ampliado la cantidad de productos que ofrecer; vendía libretitas en los mercados, notas de venta, blocks para apuntes, tiras de papel adhesivos para marcar las cajas de frutas. Había progresado y había cambiado de ropero en la cachina de la avenida Grau. Se me notaba un poquito más decente, afeitado y muy bien peinado. Estaba representando un personaje, el vendedor de chucherias, el mercachife, no me hacía problemas, yo no era un vendedor, soy un actor que representaba el papel de vendedor y gracias a mi arte, sobreviví.
En una ocasión regresando a mi barrio para visitar a mi viejita linda, como tenía unos cuantos cuentitos, aproveché tocar puertas para seguir vendiendo el saldo que me quedaba. En una azotea de un edificio tugurizado, un cuarto con un portón de tripley, toqué con los nudillos imitando el compás de la Quinta Sinfonia de Beethoven. Suaves golpecitos, sin la menor esperanza de venta, abrieron la puerta y en el interior había una fiesta infantil con una tortita en el centro de la mesa y algunos globos como decoración. El jefe de casa me preguntó:
- ¿Para qué soy bueno?
- Señor, buenas tardes, me da un minuto de su tiempo por favor.
- Dos, pero rapidito que estamos de fiesta.
- De eso se trata, tengo un cuento para ...
En ese mismo momento el dueño del santo exclamó, mirándome muy alegremente:
- ¡Papá! ¡Es el dueño del circo! ¿Has venido a mi cumpleaños! ¡Cómo te acordaste de mi santo!
Sonreí, siguiendo el juego, haciendo memoria, abrazando y felicitando al homenajeado, le obsequié el último cuentito que me quedaba.
- ¿Qué circo? ¿Hay un circo por acá?
- No, yo no tengo circo, su hijo me está confundiendo, hace un año trabajé en una obra como dueño de circo, pero no le diga nada, se le ve tan contento con mi visita. Ya me voy, gracias por la atención señor.
- ¡Espera! No te vayas, van a cantar Happy Happy ¿Y cómo está Pinocho? ¡Tú me dijiste que ya no ibas a ser malo!
- “Eso fue hace más de un año, me acuerdo que lo prometí”. Pensando hice memoria.
- ¿Qué pasa, compadre?
- Su hijo no se ha confundido, yo trabajé como el dueño del circo. Soy Stromboli, el dueño del circo donde trabajó Pinocho. ¡Soy actor! Ahora estoy desempleado ... el niño me ha visto en la obra. ¿Qué tal memoria de la criatura? ¿Cuántos cumple?
- ¡Cinco!.
- Y eras el malo de la película?.
- Era el malo, yo me acuerdo que prometí, después de una de las funciones, ya no ser el malo, pero no sabía a quien le había prometido, ahora sé que fue a su hijo, qué chiquito es el mundo ... mi mamá vive a tres cuadras de acá ...
- Cantemos el Happy. Cante y después se retira, tendrás que hacer. A propósito para qué vino ...
- A entregarle el cuentito a su hijito. Gracias por todo.
- ¡Está bonito tu cuento, con mi mamá lo leo en la noche!
- Muy bien, canto y me voy, tengo que visitar a mi mamá también.
- ¡Ya!
- ¡Hapy berdei tu yu! ¡Hapy berdei tu yu! ¡Hapy berdei tu yu! ¡Cumpleaños feliz! ¡Cumpleaños feliz! ¡Te deseamos a ti! Cumpleaños felices, te deseamos a ti!
- Gracias señor por la atención.
- Ya amigo, gracias por la visita.
- ¡Chao, amigo, chao!.
- Chao. Gracias.
Y así, yo, el cuasi desempleado, el actor que trabaja de vendedor, recibí un regalo para mi espíritu, para mi Yo, para mi Ego. La sonrisa de un niño. Regalo que lo recibí con mucha delicadeza. Gracias a un niño recobré mi confianza para poder insistir y tocar nuevamente la puerta de mi maltratado corazón y de mi linda vocación.
Caminando hacia la casa de mi mamá pensé que lo peor había pasado que era el momento, era la hora exacta de volver a pisar las tablas, por varios motivos, por satisfacción personal, porque me gusta y porque hay un angelito al que le prometí ser bueno.
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