De los Países Bajos, país productor de los tulipanes. De Holanda.
Siempre tengo presente, y en el recuerdo, las amenas conversaciones con mis dos amigos latinoamericanos. Especialmente una charla con el mexicano.
El mexicano era uno de esos mexicanos machos machotes con tequila y revólver en mano, que en la actualidad ya no existen ni en las películas ni en la televisión. Ahora tenemos al maravilloso Juan Gabriel, Cristian Castro y otros que no quiero mencionar.
De los tres, el más joven era el Dominicano, estudiaba holandés para ir a la universidad. Y era muy bueno escuchando.
El mexicano estaba casado con una linda muñeca holandesa. Ambos eran profesionales. Pero él tenía su Talón de Aquiles. Recordaba a su país con mucha nostalgia. Igual que yo. Y yo recordaba el mío más nostálgico.
Yo recordaba a mi Perú, a mi Lima, a mi barrunto con sus alcoholes, sus hembritas, mi ceviche de carretilla, mis yuquitas con su jugo de frutas del mercado de la avenida Palermo.
Cuando hablábamos, el mexicano y yo, siempre hablábamos de nuestros barrios, con su gente, sus tienditas, las anécdotas de tal o cual persona y terminábamos riendo a mandíbula batiente.
Pedro (así se llamaba el mexicano) me hablaba de sus comidas:
De sus Chiles, de su Frijol con Puerco, de sus Enchiladas, de sus Tacos y para bajar la comida su Margarita, cóctel con tequila.
Como no me podía quedar atrás. Yo hablaba de mi rico Arroz con Pato, del Ají de Gallina, del Ceviche, de nuestro Lomo Saltado, del desayuno con Tacu Tacu y de todos los platos que me acordaba en ese momento.
Suerte que yo sabía cocinar. Porque, después, a pedido de la señora de Pedro, preparé algunos potajes esplendorosamente exquisitos, como para chuparse los dedos.
En una tarde de verano, en uno de los acostumbrados paseos con bicicleta por el centro de la ciudad de Utrecht, por la Torre del Dom, La Catedral. Paseo que hacíamos siempre los mismos gilasos (Pedro, Leonardo y yo) a la misma hora y por la misma ruta.
En una pequeña pendiente cuando estaba con la lengua afuera, de un momento a otro, repentinamente, el mexicano se puso a cantar una canción de su tierra, del mero México, y yo inmediatamente le hice la segunda, le hacía barra gritando mesmo mexicano, lo que había escuchado de chico en la radio:
-"Palabra de macho que no hay otra tierra más linda ni más brava que la tierra mía" "Así canta México" "Jujuyyyyyyyyy".
Pedro cantaba posando, como si estuviera montado en su caballo:
-"Por la lejana montaña/...Va cabalgando un jinete...".
Y yo jodía haciendo coro:
-"De tanto cabalgar le salió un juanete en el ojete".
Reíamos los tres compadres.
-"...Vaga solito por el mundo/ ...Y va deseando la muerte..."
Y Pedro, el mexicano, siguió y siguió cantando hasta terminar:
-"...La quería más que a su vida/ Y la perdió para siempre/ Por eso lleva una herida/ Por eso busca la muerte".
Aplaudimos. Sorprendidos nos quedamos por tan buena voz.
Hasta que en un momento de descanso, me dijo:
"La canción se llama El Jinete, la canta Miguel Aceves Mejía".
Afirmé que si, que conocía la canción y que también conocía al cantante, por las películas.
Seguidamente me preguntó:
-¿Niky, tu sabes una canción mexicana?
Al toque ni bien había terminado de preguntar, yo ya estaba cantando:
"Estas son las mañanitas que cantaba el rey David/ A las muchachas bonitas se las cantaba así/ Hoy por ser tu cumpleaños te las cantamos a ti/ Despierta, mi bien, despierta; mira que ya amaneció/ Ya los pajaritos cantan; ya la luna se metió/ ¡Que linda está la mañana en que vengo a saludarte/ Venimos todos con gusto y placer a felicitarte!..."
Y seguí cantando la canción, la cantaba mal, sin orden, improvisando, desafinado, una desgracia total pero con mucho estilo de charro cantor como en las películas mexicanas. De paso le dije que yo había visto en el cine a un cantante más antiguo: Tito Guízar.
Boquiabierto se quedó el amigo Pedro.
Nos pusimos a platicar de nuestras canciones, yo hablaba y me pulía con el tema del Valse criollo, de la Polka y de la Marinera limeña; también me tiré un rollo con los bailes negros, sobre todo con el Alcatraz. Y terminé mi exposición nombrando a algunos autores peruanos: Felipe Pinglo Alva, Mario Cavagnaro, Polo Campos, Chabuca Granda y paré en seco porque no me acordaba de otros autores.
El habló de Jorge Negrete, de Javier Solís, de Pedro Infante, de Pedro Vargas y de Agustín Lara. Hasta que llegamos a la conversación de los Mariachis, le expliqué:
"Que en Perú se dan serenatas con cantantes disfrazados de mariachis; en un quinceañero o en una fiesta social, no faltan los mariachis. Hay de todo tipo y precio, mariachis charcherosos y otros muy elegantísimos. Como anécdota le conté que en un Congreso Sobre Las Regiones Peruanas, para amenizar, a la hora del refrigerio, contrataron mariachis".
-¿Ustedes que cantan en un cumpleaños?, preguntó.
-"Happy Birthday", contesté.
-¿Y en las serenatas?, volvió a preguntar.
-"Las Mañanitas", le repliqué.
-"Sé que hay mariachis por todo el mundo pero para algo íntimo pienso que debe ser algo nacional, del terruño", dijo.
Le dije también que en la actualidad, de vez en cuando hay serenatas con guitarra y cajón, con música criolla.
-"Falta de identidad, a ustedes le falta ¡Identidad!", aclaró.
"Imagínate en México, a mexicanos vestidos de peruanos dando serenatas. ¡Qué terrible! ¡Nadie lo creería!". "¿Por qué tienen que estar imitando?", me preguntó.
Y con un gesto me pidió una respuesta rápida.
Me quedé mirando el cielo azul, miré las piernas de las chicas que pasaban con sus minifaldas, miré la Torre, los arbolitos y no supe que contestar.
Hasta que acoté:
"Y eso que antiguamente para finalizar las fiestas se bailaba Tango de Gardel".
Reímos... Fue mi escape a tanta presión.
Para cortar la conversación, le dije:
-"Mira, a mi me gustan los Mariachis en las películas, en los espectáculos, en México. Pero para mí es una estupidez ver mariachis en una fiesta o en serenata en Lima. ¿Entendido?
Nos quedamos en silencio por unos minutos. Hasta Leonardo se calló la boca, como casi nunca hablaba, le fue fácil quedarse mudo. Expiré el poco aire que tenía en los pulmones. Estiré la jeta. Miré la pista.
-¿Seguimos con el paseo?, preguntó.
Acepté moviendo la cabeza. Comencé a pedalear. Mientras pedaleábamos inicié la conversación nuevamente, diciéndole:
-"Uno de mis sueños es visitar México...Jalisco, Guadalajara...".
Pedro me contestó:
- "Mi sueño es conocer tu Perú".
Sonreímos. Sin ponernos de acuerdo tomamos la dirección de regreso. Ya era la hora de devolver la bicicleta prestada.
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