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Nauplia, la Joya del Golfo Argónico

En el Parque Arqueológico de Olimpia se dió la partida oficial de la carrera hasta nuestro siguiente destino: Nauplia. Lo hicimos en el mismo automovil rentado. Como antiguo “As del Volante” y veterano motorizable de los “Caminos del Inca”; cruzamos el Peloponeso “a lo largo y ancho del territorio nacional” como decía Lucho Izusqui en radio Ovación. Del mar Jónico hasta el mar Egeo. En plena ruta me dí cuenta que los helénicos manejaban a la qué-chú. Hoy, acostumbrado a las estrictas normas, leyes y señalizaciones germánicas de tránsito vehicular, me sorprendí, pero después de un largo y profundo suspiro ordené mi idiosincracia y comenzé a manejar como acostumbraba hacerlo en mi mazamorrera Lima City; a lo bestia; tipo chofer interprovincial de tercera categoría, con recursos y artímañas. Fue otra cosa, manejé como en casa por los pintorescos pueblitos, casi todos igualitos; por las sierras, precipicios, abismos y quebradas con bajadas de montaña peligrosísimas; en algunas curvas cerradas el autito derrapó poniéndonos nerviosones; divisamos bonitos paisajes; además de las campiñas, canteras de piedras y mármoles, huertos, sembrios y avanzamos por bonitos linderos, por pistas sin letreros; por carreteras que de casualidad tenían letreros en griego que no nos servían para nada. En el recorrido nos sentimos intimamente ligados con la naturaleza. Viajamos a una apocalíptica velocidad, promediamos los 75 km/h. Llegamos a la meta en buen tiempo. La bella ciudad de Nauplia artísticamente engastada en el Golfo de Argos nos recibió con los brazos abiertos y el cielo despejado de nubes.

Nos acomodamos en un hotelito juntito a la fortaleza Acronauplia por un lado y por el otro lado la iglesia ortodoxa San Spiridon y a la iglesia católica que estaba cubierta de pies a cabeza por reparación. Desde la Plaza de Armas mirábamos con respeto las fortalezas que llenaban la vista con sus piedras cinceladas, unas sobre otras, piedras, piedritas, piedrotas, piedras negras sobre piedras blancas y al revés. Nauplia tiene tres fortalezas mediovales; la pequeña se encuentra en el islote de Bourtzi; y las dos restantes en lo alto del pueblo; la intermedia Acronauplia y la que está en la cima la Palamedes construida entre los años 1711 y 1714. La fortaleza Acronauplia de lejos se ve majestuosa, pero cuando se le visita desaparece porque se camina encima de ella, algo asi como el dicho popular:

“Los árboles no dejan ver el bosque” pero al contrario.

Al principio no quería pensar en la subida de las 999 gradas más o menos para llegar a los 216 msnm donde se encuentra la fortaleza Palamedes. Con duda inicié la subidita, poco a poco le perdí el respeto y con grandes trancos aceleré el paso. Con punche llegué fresco a la cima; el premio fue una hermosa vista al pueblo, a los alrededores y al mar. Sacando el sencillo para pagar la entrada del ingreso comenzó a llover; para conocerla en su totalidad tuvimos que recorrer sus pasajes, las atalayas, explanadas y bastiones; y subir buenos metros más; después del recorrido por el sitio terminamos empapaditos de pies a cabeza; fue una lluvia de otoño, bonita, tormentosa y torrencial. De regreso bajamos hasta el mar, a bañarnos, imaginándonos un soleado día de verano. La temperatura del agua favorablemente tibiecita nos relajó.

Mi preparación física de un año por zonas rurales había surtido efecto; las caminatas, bicicleteadas, trotes y marchas por colinas, cuestas, rampas y llanuras habían cumplido su finalidad. Estaba agilito pero no quería abusar, por ese motivo dormía mis horas sagradas y listo para el siguiente día, ‘como nuevo’. El ritmo de vacaciones activas es contraproducente para un latinoamericano y si es de Limamanta, como yo, peor; realizar ésta expedición cultural fue fuerte físicamente pero al final de cada día era satisfactorio los logros alcanzados.

Al día siguiente después de subir a la fortaleza Palamedes, me preguntaron:

- ¿Sentiste en la noche, en la madrugada, la lluvia, los rayos, truenos y relampagos?
- ¿Cuándo?
- En la noche.
- No, nada, por qué? Estuvo fuerte?
- ¡Parecia el ¡El Diluvio Universal! ¡Qué rico duermes, ni un terremoto te despierta!

Pero sí llegué trapazo a la cama, para mi dormir significaba cargar baterias para el día siguiente y para los días restantes. ¡La expedición mataburros! El turismo activo folklórico cultural no me dió respiro, aprovechaba bien mis horitas de dormidera. Cuando el reloj marcaba aproximadamente las cuatro de la tarde me entraba una ganas de hacer una siestecita, de pestañar un ratito, me concentraba, me ausentaba, pensaba. Yo mismo friamente me preguntaba y me respondía:

-¿Cómo va todo? ¡Va bien! ¡Vamos a ver como se desarrolla!
- ¡Entonces: ¡Pa’delante!

Pero los años pasan, y dejan huella, al día siguiente era más dificil pero no imposible estar de pie; nuevamente por otras ruinas ruinosas, turisteando “juerte” y alegremente, tratando de ver lo del mañana.

En las noches tuve la oportunidad de desechar las ideas negativas que no me dejaban crecer; mirando el mar es un lindo ambiente para filosofar, pensar y repensar, en sacar conclusiones del día y de la noche; de la vida y de la muerte.

“Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte, contemplando, cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando, cuán presto se va el placer, cómo, después de acordado, da dolor; cómo, a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor”. (Coplas por la muerte de su padre, Jorge Manrique).

A falta de un despertador teníamos varios despertadores, nuestro reloj y las campanas de las iglesias vecinas. En las mañanas empezaban a llamar a sus feligreses, exactamente como Radio Reloj de la avenida Tacna.

Era la segunda semana de vacaciones y ya no salía con el mismo optimismo de los primeros días, me dolía todo el cuerpo, las piernas agarrotadas querían pedir tiempo, chepa ¡Chepi! finisch. De tanto caminar me dolía la rodilla izquierda, el brazo derecho, la columna, la cintura; paulatinamente se me iba agotando cada miembro de mi corpus atlético. En la mochilita sólo llevábamos un par de manzanas, dos panes, un litro de agua y la pequeñita cámara fotográfica:

- ¡Pero cómo pesaba!

- ¡¿Por qué mi querido Zeus todas las ruinas están en la cima de las colinas?!

Zeus no contestó, se hizo el menso. Con tal que los turistas dejen sus chivilines, el negocio sigue viento en popa.

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