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PEDIDA DE MANO. NDLeón

PEDIDA DE MANO. NDLeón

Para Alejandra María ¡Qué tiempos difíciles, aquellos! t kiero muxo.

Virginia Elena León Cadenillas y Rosa Elena Cadenillas Uribe (Lima, mayo, 2014)

PEDIDA DE MANO (Fragmento de mi libro Cuentos breves para mi nieto)

«Qué sueños locos tenemos cuando somos jóvenes»
Recuerdo cuando fui con mi mamá a pedir la mano de mi enamorada. Días antes había sido el hazme reír de la casa; no creían que me había comprometido; para ellos era un nuevo chiste de mi repertorio escénico. En la Municipalidad de La Victoria, en la oficina de Registros Públicos, me atendió un conocido del barrio, se sorprendió al verme llegar. Le dejé todos los requisitos. El susodicho con sarcasmo, me dijo:
—Te advierto, el matrimonio es como los castillos feudales de la Edad Media, los que están adentro quieren salir y los que están afuera quieren entrar —.
En casa me crucé con mi papá.
—Papá, me voy a casar. ¿Puedes acompañarme el próximo sábado para pedir la mano?
—No —. Fue una respuesta lacónica.
Mamita es más comprensiva —me dije — entré a la cocina. Mamá hojeaba un ejemplar de su revista preferida Burda. Interrumpí su lectura.
—¿Mamá, puedes acompañarme este sábado para pedir la mano?
—No puedo. El próximo sábado vamos. Me imagino que lo has pensado muy bien. ¡Pobre chica!
Llegó el sábado. Contraté un Taxi. Viajamos con destino al suroeste de Lima hasta llegar a una urbanización en las afueras de Chorrillos, cerca al mar, con vista al malecón, pasando el Club Villa. El recorrido fue tenso, por el calor y por las miradas de mamita que viajaba en silencio. El chofer no hablaba, no silbaba, no decía ni pío, para colmo el auto no tenía radio. Cuando faltaban pocos kilómetros para llegar al destino. Mamá tomó la iniciativa de la conversación, me dijo a boca de jarro:
—¿Hasta acá te vienes a enamorar? ¿Te hubiera pasado algo con tanta delincuencia?
Yo, mudo, quería bajarme del carro. Mamá seguía con la lora:
—¿Cuánto tiempo has perdido en ir y venir? Te hubieras puesto a estudiar un idioma. Un oficio.
Yo seguía mudo. Mamita continuaba, no había como hacerla callar:
—Nada has terminado y te quieres casar. ¡Qué falta de criterio! Abandonaste la universidad, los estudios de dibujo y pintura, las clases de mecánica. A espaldas de tu papá te apoyé para que estudies tu teatro. ¿Y? ¿Terminaste tus estudios de teatro? Nunca vi un papel, un certificado, un diploma. ¡Nada!
El quinto ángel tocó la trompeta, era el chofer, preguntando:
—¿Ahora por dónde voy? Ya llegué hasta donde yo conozco ¿Por dónde sigo?
Salvado por la campana, al toque tomé aliento y dije:
—Siga de frente hasta un kiosco amarillo. Voltee a la izquierda, tres cuadras, frente al parque, frente a la capilla.
—¡Llegamos! —exclamó con fastidio el chofer.
Pagué la carrera con billetes. Esperando el vuelto, mamita siguió con el rollo:
—¿Quieres mujer? ¡Te va a costar sudor y lágrimas! Se acabó la ayuda. Soltero recibes ayuda. ¡Casado, casa quiere! ¡Ya sabes! ¡Guerra avisada no mata gente!
—¿Madre, por qué me has abandonado? —recé en mi interior.
En el frontis de la casa había una requetefila de autos últimos modelos. Lo acordado había sido, una reunión sencilla para formalizar, para que conozcan a mi mamá y punto.
Abrieron la puerta. El señor padre de mi futura esposa nos hizo un recibimiento espectacular, con un terno elegante, con una mirada serena. La señora madre tenía su caché. Los invitados nos miraban en mancha hasta que mi futuro suegro tomó la palabra, habló bonito, habló de los deberes, derechos y obligaciones de un esposo responsable, fiel y trabajador.
—Ya empezaron los problemas —pensé.
Llegó el brindis. Me alcanzaron una copa de vino champán vintage con adornos dorados; para la novia la copa tenía adornos de plata. Me dijeron que tome la palabra. Me agarraron de sorpresa, no sabía que decir, dirigiéndome al auditorio, paporreteé lo que se me venía en mente:
—¡Señores y Señoras! A todos los que están acá y también a los que no están pero van a verlo después, no he venido preparado para decir algo, lo único que puedo decir es lo que voy a decirles ahora. Yo quiero, yo la quiero a, ella es la mitad que me faltaba, y por eso estoy con mi señora madre para formalizar. Y les digo que un hombre, es el que camina de frente sin bajar la mirada, es aquel que no miente porque el que miente no dice la verdad y el que dice la verdad no miente. Y siempre estaré mirando adelante para no mirar atrás porque adelante está el futuro y atrás el pasado y pasado está. Lo que fue ya pasó. Caminaré por el camino recto porque si doblo ya no es recto el camino. Entonces yo no estoy por el camino correcto. Seguiré el ejemplo de mis padres, pobres pero honrados, limpios y trabajadores. Siempre listo a dar agua al sediento, un pan al hambriento. Porque mis herramientas son mis libros. El respeto, ante todo. Respeto a mis mayores y a mis conciudadanos. Por respeto a Dios, por la Patria y por mi Familia que amamos lucharé hasta quemar el último cartucho. Lucharé para seguir adelante, como me enseñaron mis abuelos y ellos aprendieron de sus abuelos y así sucesivamente y de sus padres también. ¡Gracias!
Y no sé qué huevadas más dije, si mi papá me hubiera escuchado me agarraba a palos. Todos aplaudieron para salir bonitos en el vídeo. Algunos me felicitaron. Después, en la sala sin saber qué hacer o qué decir, se acercó mi futuro suegro con una botella de cerveza bien heladita, se sirvió un vaso cepillado reglamentario de a cheque, me preguntó:
—¿De qué barrio son ustedes?
—De La Victoria.
—¿Eres Aliancista?
—¡Sí! Blanquiazul.
—¡Yo soy del Sport Boys! Nos vamos a llevar bien. ¡No hay borracho malo!
El caballero soltó una buena carcajada. Había nacido el cariño y respeto mutuo de dos hombres sinceros. Conversamos de todo un poco hasta que nos interrumpieron. Mi futura suegrita sigilosamente se acercó entre los dos:
—¿Qué hacen conversando aislados? Acérquense a la familia.
—¡Hay, señora Chenita se nos casan los chicos! —expresó zalameramente a mi mamita la señora suegra. Mamita, contestó:
—Así es la vida. Los chicos crecen.
Yo miraba a mi mamá con un nudo en la boca del estómago. Mamita, sonriendo, desenvainó la daga. Lo había sospechado desde el primer momento que entramos a la casa. Pidió la palabra.
—Señor César Máximo Décimo, que quede bien claro que yo hablé con su hijita. Acá está ella y no me dejará mentir. Hijita, delante de tus padres que tanto quieres. Yo te estoy advirtiendo y repitiendo más de una vez lo mismo. Ya te advertí en mi casa. ¡No te cases con mi hijo! Él no es para ti. Es mujeriego, es dormilón, amiguero, no tiene profesión. Los sábados se emborracha con el grupo de exalumnos de su colegio y los domingos en Matute con los de la Barra Aliancista. ¿Tú quieres eso? Bueno, es tu problema. Después no te quejes. No me vengas a dar las quejas. Yo no pongo la mano al fuego por él. ¡He dicho! Y no vuelvo hablar del tema. ¿Entendido? Ahora puedo recibir una copita de cachina que me estaba ofreciendo tu papá. Tenía que decirlo. Me iba a sentir mal toda mi vida si no lo decía —. Había hablado mamita.
Mi futuro suegro soltó una escandalosa carcajada como buen chalaco. Con mucho respeto abrazó a mi madre, le dio un beso en la frente, diciéndole:
—¡Somos familia!
Unos tragos más, unos bocaditos. Con mamá comenzamos a despedirnos de todos los presentes. Con mamita llegamos a una esquina. Paró una combi asesina. Mamá en todo el viaje me miraba circunspecta. Llegamos a casita. Como despedida la miré con todo el respeto del mundo, con una sonrisa franca, como hijo engreído. Le regalé un besito cariñoso como cuando era niño, murmuré:
—¡Gracias mamita!
La alegría se me había convertido en preocupación.

Mamelena y Alejandra María León Palma. Nicolás D. León Cadenillas y Rodrigo León Palma. (Lima, octubre, 2014)


NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS
Karlsruhe, 2010

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