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MARY TIRAME LAS LLAVES de NDLeón

 ¡MARY, TÍRAME LAS LLAVES! de NDLeón

Dedicado al super agente del recontraespionaje urbano, Vicente Edward Véliz Rojas, The Chef Chato Edgar.
Llegaron como una jauría de hienas, se escabullieron aprovechando la oscuridad de la noche, de los focos descompuestos y de otros focos lapidados; se deslizaron sigilosamente como animales depredadores rapiñescos, ocultos e invisibles para el ojo inocente, esperaron, murmuraron; ellos, los enemigos del orden público, de la verdad y de la honradez. Las licorerías y todos los establecimientos comerciales habían cerrado, oscuridad en las avenidas y calles. Paró el microbús Comité 23M Santa Catalina, bajé a la volada con el pie derecho en la esquina de siempre, Avenida Palermo con Los Diamantes, no había nada ni nadie, pausadamente me dirigí a mi casita, a mi rico parque Miguel Dasso; atravesé la pista búlevar, caminé veinte metros más, y de la nada aparecerieron cobardemente cubiertos de negro los mutantes depredadores, me rodearon, uno con pistola en mano me increpó.
—¡Papeles!
—¿Qué? ¡Yo vivo acá! ¡Se han equivocado!
—¡Las manos en la nuca! ¡La cara a la pared!
—Vengo de trabajar!
—¡Calla mierda! ¡Tus papeles! ¡Colabora, carajo!


El buitre me apuntó con el arma, me estrelló contra la pared, y los otros comenzaron a escudriñar mis bolsillos.
—¡No te muevas, mira la pared o te cagas conmigo! —gritó el cobarde.
—¡Se han equivocado!
—¡Calla mierda! —gritó su compinche.
El más avesado me estrelló la frente contra la pared, increpó:
—¿Y esto, qué es? —preguntó sosteniendo una bolsita.
—¡Qué será! ¡No es mío!
Requisaron la secreta, según ellos encontraron otra bolsita.
—¡Sí que eres bueno! ¡Habla!
—¿Qué?
Me sacaron la billetera, la rebuscaron, la desplumaron, quise protestar, sentí la Smith & Wesson calibre 38 en la mejilla. Veo como se reparten y guardan mi dinero en sus bolsillos. Se alegran como en fiesta infantil.
—Oiga, ese billete es... —recibí un rodillazo en el muslo.
—¡Es el producto de la droga, pasero de mierda conchadetumadre!
Muy bonito, resultó que yo era el malo de la película, me sembraron con cojudeces. Reclamé con miedo, recibí un cachetadón, murmuré:
—Ahí tengo más de doscientos dólares, y billetes de ...
—¡Camina, al patrullero! —me quedé mirándole la cara de reojo.
—¡Qué me miras hijodeputa! ¡Jefe, éte a la Comisería!
Con un golpe seco de cacha en la cabeza me zamaqueó y jaloneó hacia la camioneta.
—¡Te haces el güevón, tenemos las pruebas del delito, estás hecho!
Cuando los agentes del Escuadrón de las Águilas Negras de la Policia Nacional del Perú abrieron la puerta de la camioneta 4X4 policial, adentro apestaba a mierda, atontado me di cuenta que atrás habían dos detenidos esposados que se habían hecho la caca de miedo. Lloraban tímidamente.
En la Comisaría a punte golpe nos pusieron en fila para que nos hagan el parte de rigor. En ese momento éramos un grupo de diez personas. Uno de los detenidos miró al fondo de la oficina, susurró con los ojos rojimios por el llanto.
—¡Puta, el Chésu está de jefe!
—¿Qué? - pregunté lo más bajito posible.
—¡Chésu del Solar es una remierda!
—¿Quién? -
—¡El Comanche!
Miré disimuladamente al fondo de la oficina. Observé al Mayor Comisario, un flaco alto, dueño de una delicadeza y de violentísimos modales acabrados que me sorprendió. Tenía una mirada hipócrita evasiva de cobarde malo. Miró soslayadamente al grupo, se acercó a media distancia, le alcancé decir una palabra.
—Jefe, un minuto de su tiempo por favor.
—¡No quiero bulla, silencio!
Pasaron dos horas, los demás estaban en cana, yo seguía en el patio sentado en una banca. No me habían interrogado para el parte. Completamente mudo veía como entraban, salían, como cuchichaban, hasta que por fin el jefe se me acercó.
—¿Un minuto, qué quieres?
Hice un silencio sombrío, respiré recontramalhumorado pero con miedo.
—A mí me han sembrado y me han quitado toda mi plata, mis documentos, mi celular...
—¿Cuánto?
—Doscientos diez dólares, once billetes de veinte soles, y ripio.
El comanche giró bruscamente; buscó y encontró al valentón recostado en la gruta de la Patrona Santa Rosa; la Santita de vergüenza se había cubierto el rostro con su santo velo. El Jefe con su afilado y largo dedito índice llamó al subalterno, ingresaron a la oficina, un par de gritos y nuevamente silencio. De la oficina salió un tombito de grado inmediato inferior, señalándome primero, gritó, luego me miró con una risita estúpida:
—¡Queda!
El patio mal iluminado con un foco de 60W; jóvenes barriendo; trajeron más jóvenes de diferentes estratos sociales, ellos bien obedientes hacían cola para firmar los partes policiales fraguados con desparpajo, grosería y desfachatez. Las respetables autoridades escribían una cosa y la realidad nos decía otra. También habían otros detenidos sentados en el piso y cabisbajos. A todos los detenidos el miedo nos cubrió como un manto negro. Después de una larga espera, Chésu del Solar, el Comanche, me entregó mi billetera jironada con mi DNI.
—Puedes irte. Da gracias a Dios que te estoy dejando libre.
—A esta hora en la calle me matan, necesito pasaje, un taxi sería lo más sensato.
—¡Reza, encomiéndate al Señor Dios Omnipotente, burro de pacotilla!
Salí de la 12° Comisaría, tardísimo, agarré prolongación Andahuaylas; rezando y a paso acelerado regresé a mi barrio. A BalconCity. Llegué a las cuatro de la madrugada, cansado, asustado, golpeado pero vivo porque si hubiera llegado muerto habría sido en hombros y con un bonito terno de madera. Es una lástima decirlo pero estos desgraciados de la policia nacional saben matar gente inocente. Llegué a mi pasaje, me cuadré en la reja, grité, golpeé la reja varias veces con una piedrita, nada ni nadie. Caminé dos cuadras hasta llegar a la reja principal del Parque Dasso, igual, llamé, golpeé la reja con una piedra más grande; por el centro del parque, frente a la Cruz, se encontraba la figura de Don Luis Alberto, como siempre se hizo el ciego y sordo; él, Don Luis Alberto cuidaba el agua en el día, en las noches regaba el verde y bien solapa llenaba las enormes cisternas del edificio donde vivía, inmueble endeudado con cerros de recibos de agua, gracias a sus inquilinos y propietarios morosos y conchudazos. A sus espaldas los vecinos rajaban que robaba el agua a SEDAPAL, otros decían que el agua era de la Municipalidad; otros lo insultaban porque no compartía el robo. Por fin el guachimán se despertó, ingresé al Condomio Miguel Dasso, atravesando el parque vi a una joven madre de familia arranchándole la manguera al acuático ladrón bueno:
—¡Agua que no has de beber, compártela miserable, agua para tu molino eso si... hijo de tu madre!


Llegué a mi edificio, sin llaves, sin celular, sin que nadie se apiade de mí. Disimuladamente grité bajito a las ventanas del segundo piso de mi casita:
—¡Mary, tírame la llave!
Repití la acción varias veces, subí el volumen, golpeé la reja de mi edificio, grité con más euforia, en el climax de las llamadas solté un lamento aterrador gritando una lisurota; se abrió la ventanita de mi cuarto. Mi bella y linda esposita sacó su cabecita, me observó con cara de bruja, se retiró, me quedé mirando la ventana, y zuácate, me lanzó el manojo de llaves como si fuera la piedra de David frente a Goliath, con las justas dí un saltito para atrás y las llaves pasaron cortando el aire de mi perfil greco-victoriano, estrellándose en la vereda y marcando las siluetas de las mismas con chispas de fuego. Rapidamente recogí las llaves, miré a todos los rincones y confines del pasaje y del parque, nadie. Súbitamente abrí la reja del edificio, trepé la escalera y entré a mi casita agotado y agitado en mi alma.
—¡Por poco me matas con las llaves!
—¡Y tú nos vas a matar con tus escapadas! ¡Sinvergüenza! ¡Dónde te habrás metido!
—¡Los policias me llevaron a la Comisaría!
—¡Ese cuento cuéntaselo a tu abuela! ¡Ni mentir sabes, idiota!
Tratar de explicar era cosa de locos. Después de dos horas de pestañeo, salté del sillón, una afeitada a la rápida y salí a la calle con dirección al trabajo. Observé mi lindo pasaje, pensé —de madrugada es otra cosa — y desde el cielo escuché una inconfundible voz de mi vecinito del edificio del frente, imitándome:
—¡Mary, tírame la llave! —soltó una risita cachacienta y tiró un golpe de ventana.
Caminé dos cuadras hasta la carretilla de los agachados para tomar mi desayuno, todos los vecinos en mancha en vez de buenos días, me dijeron:
—¡Mary, tírame la llave!
Nadie me creyó la odisea con los delincuentes y corruptos de la Policia Nacional. Hasta el momento todos creen que llegué tarde por culpa de un vacilón, y todo eso por culpa del chismosón de mi vecinito El Chato Bocón.
Al final la vida sigue igual... corrupción, chantajistas, secuestradores, estafa o latrocinio calificado. Vulgares delincuentes, delincuentes con saco y corbata, engaño, mentiras, promesas incumplidas; muerte y asesinatos. Para mí la cancioncita de Sandro nunca pasará de moda:
«¡Al final la vida sigue igual! / El tiempo y el destino me han golpeado sin cesar / Más yo sigo adelante, sin dejarme doblegar / Pues no vale llorar, tampoco suplicar, hay que pensar que todo pasará / Y aquí ya ves, yo estoy y río igual / ¡Al final la vida sigue igual!».
NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS
Karlsruhe, Abril, 2009.

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