CLUB DE TEATRO ESCOLAR. NDLeón
Recuerdo de mi club de teatro en mi GUE "Alfonso Ugarte". Nk
CLUB DE TEATRO ESCOLAR
En el colegio existían los famosos clubes: De
periodismo, matemática, dibujo, folklore, danza, teatro, radio, etc. Hasta
cuarto de secundaria nunca había participado en ninguno de ellos, ni en el Club
de Dibujo y Pintura que tanto me
gustaba. Comenzando el mes de junio, mi collera del salón en mancha se metieron
al Club de Teatro, yo para no quedarme solo, triste y abandonado, de sapo me
metí también. Era la muerte ese curso. Chévere, pulenta, pajita. El profesor
era un actor de verdad, salía en las telenovelas de la TV y su melodiosa voz de
barítono se escuchaba en las radios; comerciales y radionovelas. El profesor,
actor, director, era de un tipo jovial, buena gente, gran amigo. Yo estaba en
duda si continuaba o no en el club porque como integrante de la selección de
atletismo; los entrenamientos eran de madrugada
a.m. antes de las clases; y los ensayos escénicos eran después de clases
p.m. Tanta actividad física y mental ya estaba medio bruto y súper cansadazo.
Pero en octubre todo dio un giro inesperado en la política peruana. Militares
golpistas dieron inicio a la Revolución Nacionalista. Grande fue nuestra
sorpresa cuando nos avisaron que ya no se realizaba el campeonato escolar de
atletismo por orden del gobierno militar. También, suspendieron los concursos
inter escolares, marchas y todas las manifestaciones sociales.
—¡Qué huevada! —Tanta preparación para nada. Suerte
que mi papá no me compró mis zapatillas atléticas, sino me hubiera hecho un
chongazo. En vez de llorar seguí dándole en el club de teatro escolar.
—¡No hay mal que por bien no venga! —fue lo único
que se me ocurrió decir. —¡No! —También dije: —¡Militares de mierda! ¡Ahora ni
medalla ni nada carajo! ¡Cuatro años de entrenamiento por las huevas!
Aproveché las horas libres para releer los temas de
las asignaturas donde estaba hasta las caiguas. Me puse a estudiar como loco
para recuperar el tiempo perdido, más vale tarde que nunca me dije. Comencé a
sacar mejores notas, mis padres sorprendidos, yo también, mi nuevo
entrenamiento con el teatro estaba dando frutos. Los ensayos seguían siendo
después de las clases de las seis de la tarde. De vez en cuando asistíamos a
funciones en las salas de teatro del centro de Lima, invitados por nuestro
profesor, el actorazo, Álvaro Gonzales.
Durante los ensayos cuando me tocaba decir mis
parlamentos, lo hacía con mucha vitalidad, con la letra bien aprendida, con
mucho ahínco, respetando todas las indicaciones que me había dado el profesor y en los momentos más dramáticos de
mi actuación, el profesor de un grito, casi siempre, paraba el ensayo para
sugerirme una acotación.
—¿Qué es lo que realmente quieres mocosa? Hace tres
días que te veo haciéndote la tonta en la puerta del castillo. ¿Dime que es lo
que quieres? Hablemos con franqueza. ¿Caballos? ¿Qué quieres saber de los
caballos? Aprovecha que estoy de buen humor. A nadie le gusta escuchar a la gente
que piensa. Parece mentira pero cansa pensar. ¡Vamos a cabalgar! Ya he pensado
demasiado… —.
—¡Alto! ¿Qué estás haciendo? ¡Repite todo! ¡Nada se
te ha entendido! ¡Pronuncia bien! ¡Camina como soldado! No estás en la
cafetería escolar. ¡De nuevo! ¡Eres un Co man dan te, no eres un policía
escolar! ¡De nuevo toda tu parte! ¡Camina como militar! ¡Instrucción Pre
Militar! —.
En diciembre como despedida y clausura del año escolar presentamos la obra «La Alondra» del autor francés Jean Anouilh, el tema trataba sobre el juicio a Juana de Arco. Mi personaje fue el comandante de las fuerzas reales francesas Roberto de Baudricourt. Qué lindo se me vio ese día, la tartamudez no se me notó; hasta los que me odiaban o les caía mal, me felicitaron. Mi mamá en el centro de la quinta fila de la platea junto con mis hermanos, aplaudió al elenco y sobre todo a su hijito engreído. Emocionadísima nos regaló una gran sorpresa, pollo a la brasa con sabor oriental en la pollería Dragón de Lince y Lobatón. Mis dos hermanitos menores, en plena cena llena de comentarios; pechugas, papas fritas, ensaladas y refrescos; comenzaron a recitar mis parlamentos como si nada para asombro de mamá, mío y familia. Me quedé petrificado. Sí supieran que para aprenderme la letra, las acotaciones y movimientos, me había costado un ojo de la cara, «sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor».
NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS
Karlsruhe, 2011
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