PEDRO MOISÉS SANTA CRUZ CORONEL, DEP.
NDLEÓN.
PEDRO MOISÉS SANTA CRUZ CORONEL, DEP.
Pedro
Moisés Santa Cruz Coronel conocido como Ricardo Santa Cruz, amigo y colega, nos
conocimos en las aulas del Instituto Nacional Superior de Arte Dramático, dio
la casualidad que en el mismo año estudiaba con su hermano menor Estudios
Generales en la USMP. Con Ricardo hicimos camaradería cuando en ese entonces era
Moisés, la amistad siguió cuando fue Pedro y continuó al ser bautizado en las
tablas como Ricardo. Participamos juntos en comelonas, fiestas, bares,
lecturas, ejercicios, ensayos. Siempre atento en cada movimiento.
En
el año 1970 lo vi actuar como el abuelo en la adaptación al teatro del cuento
de Julio Ramón Ribeiro, Los gallinazos sin plumas; luego nos encontramos haciendo
de comparsas, Director I y Director III, con casi nada de texto en una obra de
tercer año, 1971, Un muchacho llamado Tim de César Vega Herrera, bajo la coordinación y creación del profesor Ernesto Ráez Mendiola. En segundo año en la Escuela Nacional de
Arte Dramático se formaron Talleres bajo la batuta del dramaturgo nacional
Alonso Alegría, autor de la obra El cruce sobre el Niágara. No me acuerdo como
se llamaba el Taller. El asunto fue que nuestro taller eligió la pieza teatral Topografía
de un Desnudo del escritor chileno Jorge Díaz; el alumno Edmundo Manrique adaptó la obra en un desolado arenal del cinturón de pobreza de Lima, la dirigió otro alumno Osvaldo Fernández. El título de la adaptación era más o menos así: “De como una asentamiento humano se convierte en una urbanización residencial”. Trabajamos alumnos de segundo y tercer año de actuación y escenografía. Trabajamos alumnos de segundo y tercer
año de actuación y escenografía. Mi personaje, un policía, Cabo San Lucas y el
personaje de Ricardo, El Rufo, un líder indigente. Protagonizamos un cobarde interrogatorio
en la celda de la comisaria. Ensayamos cada movimiento al milímetro.
Cachetadas, patadas, puntapiés, golpes de cabeza contra el piso y sobre todo el texto. Los dos
pusimos de nuestra parte lo mejor de nuestro profesionalismo. Al final de la
escena El Rufo /Ricardo, desnudo, desde un rincón, temblando, empieza a ladrar
tímidamente, inseguro, hasta ladrar en forma desgarradora y patética bajo una
luz tenue de un cenital azul turquesa. Mientras se escuchaba la risotada del Cabo
San Lucas. Ricardo demostró sus grandes dotes de actor que más tarde pasearía
por Europa y alrededores.
Ricardo
Santa Cruz pasó a las filas del grupo Cuatrotablas con presentaciones por Lima,
Perú y Europa, yo hacía gira a nivel nacional. En una de esas tardes de ocio Ricardo
llamó por teléfono a la casa de mi mamita. Se había comprado un auto y
necesitaba urgente clases de manejo. Bueno, pues, me convertí en su instructor de
manejo, aprendió a manejar por las calles llenas de baches, huecos,
inundaciones, pericotes, policías cutreros de La Victoria. Lo ayudé para que
saque su brevete, le presenté a los maestros automotrices; pintores, planchadores, mecánicos; de mi
barrio victoriano. De nuevo todo volvió a la normalidad, cada uno volvió con sus obligaciones terrenales.
Y
como la vida es un pañuelo en el Coloquio
sobre Pedagogía Teatral que se realizó en Bérgamo, Italia-1977, organizado por el Instituto
Internacional de Teatro (ITI), bajo la dirección de Eugenio Barba y auspiciado
por la Unesco me encontré con
los Cuatrotablas; Ricardo Santa Cruz, Lucho Ramírez, Malco Oliveros, Carlos
Cueva y Mario Delgado. Los acompañé por Europa por varios meses con la obra Encuentro como técnico
del grupo. Con Ricardo conversábamos de todo un poco. Su singular sentada de
momia de Paracas y su pitillo de cigarrillos era la imagen clásica de las
conversas. Hablamos de los cigarrillos, de la comida, del vino roso que saboreábamos,
y por supuesto discutíamos sobre la técnica de Jerzy Grotowski y de todas las posibilidades expresivas para liberar
el cuerpo de sus limitaciones. Dialogábamos sobre la ENAD; Eugenia
Ende, su disciplina; Bertolt Brecht y el Berliner Ensemble; Peter Brook y su espacio vacío;
Dario Fo y sus Misterios. Ricardo, el gran amigo, tenía bien definido su
proyección en el mundo escénico.
En
la Muestra de Teatro de Puquio, 1986, lo encontré como director del grupo
Raíces. En la puesta de escena de la obra Baño de Pueblo se notaba al ojo su mano, su experiencia, su técnica,
su sensibilidad, su forma de ver la vida y conceptuarla en el escenario. Al grupo
le tomé cientos de fotografías, en la actualidad no tengo ninguna foto y menos
los negativos. Es una lástima pero así sucede cuando pasa.
De
tiempo en tiempo nos cruzamos en varias oportunidades. Por sobrevivir en esta
Lima caótica, aculturada, acomplejada, nos faltó el preciado tiempo para seguir
conversando, tomarnos un vino y darnos un fuerte abrazo.
Ricardo
Santa Cruz, que la tierra te sea leve.
NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS
Lima, septiembre, 2021.