CHAMBA ES CHAMBA
Para los trabajadores, obreros, artesanos y artistas.
Había llegado la hora cero, conseguir un trabajo estable. Con ayuda de San Judas Tadeo —"San Judas Tadeo, intercesor en todo problema difícil, complicado o imposible, consígueme una "chambita" cualquier chambita, chamba es chamba, para que me realice como ser humano viviente y pagar mis deudas a mis deudores, Amén —pasé la entrevista raspando, me dieron una fecha para que demuestre mis experimentados conocimientos en la planta de embalaje de la gran compañía de cosméticos, accesorios de belleza, pinturas al óleo, y no sé que más. El pago, seis euros la hora (6€ Uhr).Llegó el día —Martes 13 / 07:00 AM. —a pesar que la nieve me llegaba sobre las rodillas, llegué a la hora exacta, mismo alemán, entré al complejo, en recepción el encargado me esperaba, me señaló el camino que debía tomar.
—Pasadizo izquierda hasta la pared roja. Subir al quinto piso por el ascensor Cé del centro de la izquierda. Derecha de frente hasta la reja, seguir de frente, pasar el control automático, seguir el camino amarillo con flechas amarillas en el piso, no detenerse, seguir las flechas y los cartelitos... etc. ¡Suerte!
El edificio era interminable. Camine que te camine, no había cuando llegar hasta que por fin llegué al final del caminito. —"Caminito cubierto de cardos, la mano del tiempo tu huella borró. Yo a tu lado quisiera caer y que el tiempo nos mate a los dos" —. Me detuve frente a una gran puerta azul de metal. Toqué el timbre. Encima del timbre había un cartel; lo leí y lo traduje después de haber tocado el timbre, decía: ¡Tocar Timbre! No escuché nada. Luego de un par de minutos automáticamente se abrió el portón, pasé, y el portón se cerró al instante. El caminito seguía y terminaba en la puerta de una oficina, eran los últimos cien metros, caminando seriamente repasaba en la más completa concentración todas las palabras y oraciones que podía acordarme de las novecientas horas de aprendizaje del curso de idioma alemán; caminé entre máquinas, enormes cajas de cartón, grúas y autoelevadores, andamios repletos de mercadería, enormes bobinas de plástico, rollos de papel; llegué a la puerta de la oficina, busqué a alguien con los ojos bien abiertos y antes que pronunciara mi saludo un empleado me preguntó:
—¿Herr Leon?
Moví la cabeza afirmativamente. Se puso de pie, salió de la oficina, me hizo un ademán que lo siguiera, y me llevó al lugar de los hechos en silencio, cruzó dos palabras con una señora de modales asargentados; indiscutiblemente ella era la jefa; con una seña me ubicó en el extremo de una de las largas mesas, en cada mesa trabajaban diez personas completamente zambullidos en el más completo silencio. Leí mentalmente las dos únicas palabras grabadas en un gran póster que tenía la imagen de una enfermera con el dedito índice de la mano izquierda en el centro de sus labios de rubi de rojo carmesi.
—¡Prohibido hablar!
La jefa en cuestión se dirigió a mí utilizando una sola palabra, después me explicó todo con gestos y mimo:
—¡Míre!
Y así empezó mi chamba contra el tiempo. Consistía en alimentar a los demás como si fuera una banda sin fin. De una gran cajototota que contenía tres cajas grandotas, y estas a su vez contenían cajas del tamaño de cajas de zapatos; la jefa y su asistente me alcanzaron las primeras diez cajas; cinco color marrón oscuro y cinco marrón claro. Mi chamba consistía en abrir las cajas, sacar unas cajas pequeñas y de ahí otras cajitas más pequeñitas; abrirlas con mucho cuidado y sacar el contenido: un lápiz de cejas y por otro lado un colorete. Todas las cajas abiertas tirarlas a una caja grandota de basura de metro ochenta de alto ubicada en mi espalda; los lápices acomodarlos en una caja colocada a mi izquierda y los coloretes en otra caja de color a mi derecha. Las demás personas unían con una finita cinta transparente Scotch, un lápiz y un colorete, y los introducían en otras cajitas de colores con el nombre de la empresa y después a otras cajas más grandes y hacían el montón en una parihuela de un metro cuadrado aproximadamente. Todo esto en el más completo silencio. Recontra mudos. Conforme pasaba la primera hora estuvimos rodeados de cajas, se cumplió la primera hora exacta, y como arte de magia aparecio un mastodonte con un autoelevador/patito, y en menos de lo que canta un gallo se llevó todo el material desapareciendo detrás de unas rejas automáticas. Pasó otra hora, igualita la jarana. Para pedir el material que faltaba, levantaba el brazo derecho o el izquierdo, según el producto. No hablaba. La asistente miraba las cajitas de recepción y me traía nuevamente cinco cajas de lo que faltaba. Se cumplió las cuatro horas del turno. Acabó todo, cerramos todo. Un paso al costado, la jefa nos chequeó con la mirada, contó los productos al ojo; en una tarjetita rosada puso mi apellido y un Visto Bueno: "Gut", en cristiano significa: "Bueno". Me entregó una tarjetita y me mandó a la oficina del segundo piso donde la Frau Tochter Des Teufels. Me hice presente, recibieron la tarjeta. —"El lunes lo llamamos" —me dijeron.
—¡Míre!
Y así empezó mi chamba contra el tiempo. Consistía en alimentar a los demás como si fuera una banda sin fin. De una gran cajototota que contenía tres cajas grandotas, y estas a su vez contenían cajas del tamaño de cajas de zapatos; la jefa y su asistente me alcanzaron las primeras diez cajas; cinco color marrón oscuro y cinco marrón claro. Mi chamba consistía en abrir las cajas, sacar unas cajas pequeñas y de ahí otras cajitas más pequeñitas; abrirlas con mucho cuidado y sacar el contenido: un lápiz de cejas y por otro lado un colorete. Todas las cajas abiertas tirarlas a una caja grandota de basura de metro ochenta de alto ubicada en mi espalda; los lápices acomodarlos en una caja colocada a mi izquierda y los coloretes en otra caja de color a mi derecha. Las demás personas unían con una finita cinta transparente Scotch, un lápiz y un colorete, y los introducían en otras cajitas de colores con el nombre de la empresa y después a otras cajas más grandes y hacían el montón en una parihuela de un metro cuadrado aproximadamente. Todo esto en el más completo silencio. Recontra mudos. Conforme pasaba la primera hora estuvimos rodeados de cajas, se cumplió la primera hora exacta, y como arte de magia aparecio un mastodonte con un autoelevador/patito, y en menos de lo que canta un gallo se llevó todo el material desapareciendo detrás de unas rejas automáticas. Pasó otra hora, igualita la jarana. Para pedir el material que faltaba, levantaba el brazo derecho o el izquierdo, según el producto. No hablaba. La asistente miraba las cajitas de recepción y me traía nuevamente cinco cajas de lo que faltaba. Se cumplió las cuatro horas del turno. Acabó todo, cerramos todo. Un paso al costado, la jefa nos chequeó con la mirada, contó los productos al ojo; en una tarjetita rosada puso mi apellido y un Visto Bueno: "Gut", en cristiano significa: "Bueno". Me entregó una tarjetita y me mandó a la oficina del segundo piso donde la Frau Tochter Des Teufels. Me hice presente, recibieron la tarjeta. —"El lunes lo llamamos" —me dijeron.
Esperé la llamada todo el día lunes, el martes, el miércoles, todos los días del resto de la semana; llegó otro lunes. Tomé la iniciativa. Llamé a la oficina de la señora Tochter Des Teufels. Volví a llamar. Y volví a llamar. En la quinta llamada me contestaron.
—Tenga la amabilidad de volver a llamar a las cuatro de la tarde para que hable directamente con la Gerente de Recursos Humanos y Personal, la señora Tochter Des Teufels. Adí.
A las cuatro de la tarde o'clock llamé, sonó el timbre un montón de veces, una voz grabada me decía cualquier cosa ininteligible y de sopetón escuché la voz campanuda de la gerente de personal.
—Herr Leon, debido a su poco conocimiento del idioma alemán no podemos contratarlo. Gracias.
—¿Y las cuatro horas de trabajo? ¿Cómo hacemos?
—Será para otra oportunidad. Clic.
Me metieron la yuca, nunca más me contestaron una llamada. Vetaron mi nombre.
Comprando un clavel rojo, me acordé del Secretario de Prensa y Propaganda del Buró Textil del Comité Central, señor Don Nikko León, mi padre. Que por los años sesenta del siglo pasado, repetía y les machacaba la lección a los jóvenes obreros de las Fábricas, Confecciones Inca Cotton y Tejidos La Bellota.
— "La Plusvalía es el trabajo realizado no pagado... es el trabajo que la patronal no te paga... métete eso en la cabeza, recibe un digno pan, no migajas".
NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS
—Tenga la amabilidad de volver a llamar a las cuatro de la tarde para que hable directamente con la Gerente de Recursos Humanos y Personal, la señora Tochter Des Teufels. Adí.
A las cuatro de la tarde o'clock llamé, sonó el timbre un montón de veces, una voz grabada me decía cualquier cosa ininteligible y de sopetón escuché la voz campanuda de la gerente de personal.
—Herr Leon, debido a su poco conocimiento del idioma alemán no podemos contratarlo. Gracias.
—¿Y las cuatro horas de trabajo? ¿Cómo hacemos?
—Será para otra oportunidad. Clic.
Me metieron la yuca, nunca más me contestaron una llamada. Vetaron mi nombre.
Comprando un clavel rojo, me acordé del Secretario de Prensa y Propaganda del Buró Textil del Comité Central, señor Don Nikko León, mi padre. Que por los años sesenta del siglo pasado, repetía y les machacaba la lección a los jóvenes obreros de las Fábricas, Confecciones Inca Cotton y Tejidos La Bellota.
— "La Plusvalía es el trabajo realizado no pagado... es el trabajo que la patronal no te paga... métete eso en la cabeza, recibe un digno pan, no migajas".
NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS
Karlsruhe, 2010.
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