En recuerdo de Carlos Manuel Donayre Torres.
Memorias -versión libre- de Niky León.
Christophorus Condori Pumasupa, más conocido por su sobrenombre artístico Kempes Matute Block, fue el gran amigo que cualquier barrio que se respeta desea tener.
El popular Kempes, de pausado caminar, rostro adolescente, trato decente, conducta cortés, estampa atlética, de rara fuerza interior y dominio de bárbaro jugador callejero de la calle, que en su momento más álgido tintineó como la estrella más representativa de la cofradía del barrio. Era indudablemente el antagónico de la cuadra, el muchacho bueno del buen hablar, buscaba la palabra exacta para explicar a sus allegados y amigos amados el significado de convivir en paz en el paraiso terrenal.
Generalmente llegaba al barrunto trayendo su enigmática aureola de misterio después de hacer su siesta obligatoria de dos horas reloj. Su modesto almuerzo -frejoles a lo pobre- lo amodorraba olímpicamente. Cuatro o cinco de la tarde bien limpiecito marcaba tarjeta en el umbral de la puerta de la casa de su bien sabrosa, guapachosa, amada amante y se cuadraba como un pétreo ángel guardián con espada a la espera de su bien amada. Su chica bonita siempre llegaba puntual, en taxi amarillo, después de cumplir sus exigentes horas de trabajo laboral.
Pétreo ángel guardián con espada |
Christophorus Condori Pumasupa, el jovencito de los ojitos tristes, hundidos un poquito, ojos de color verde palta madura; nariz larga, tez trigueña, cejas negras; de mirada sincera, noble y honesta. Joven fuerte de elevada estatura, desgarbado, espigado de piernas larguísimas; 1.84 metros de altura.
En el círculo central de la cancha dominaba el panorama como una férrea estatua, luciendo orgulloso su cuidada larga melena levemente ondulada color negro carbón que caía en grandes bucles sobre sus hombros. Manejaba una envidiable zurda potente, tenía una eximia destreza y gran facilidad para definir; reflejos, velocidad y coraje; su capacidad de reacción era super increible que lo hacía un delantero impecable. También era poseedor de un cabezazo letal.
La única razón por la cual no se podía contar con él, era simplemente una pequeñez, nuestro querido Kempes cargaba una pesada aureola cuarteada que ensombrecía todas sus aptitudes de hombre matador. ¡Kempes, no jugaba fútbol! Ni fulbito, ni pichangas. Su deporte favorito consistía en rendir pleitesías -como gran sacerdotiso- al dios de los sueños, Morfeo. En sus brazos, él era el fiel escudero, lo acompañaba en las andanzas de las incalculables e inimaginables aventuras con escudos y lanzas. Mañana, tarde y noche calentaba las blancas sábanas; los muebles, colchones y petatitos; rodeado de sus amiguitos: musas, ovejitas, duendes y musarañas.
En su esquina desentrañaba lo sagrado del mundo que a través de los sueños filosofaba de sus vivencias adquiridas en la hamaca del jardín interior con vista al Cinema Drive-In Super Hall.
Siempre se tenía presente su profunda mirada que respiraba sabiduría, paciencia y bondad. El gran Kempes, filósofo de esquina y de cantina. Traductor de títulares prensa chicha. En una de sus acostumbradas clases de callejón explicó a sus alumnos que, la noche se ha hecho para dormir y el día para descansar, contemplar a la madre naturaleza y gozar de los pláceres que nos brinda gratuitamente el Todopoderoso en el paraíso mundano. Concluyó la lección del día y seguidamente se fugó para refugiarse en su engreída cómplice perezosa colchoneta regalo de su vecina "la señora Ruperta".
Christophorus "Kempes", no era trafero como "el Zorro Carlos". No ponía un real pero tampoco pedía. No era traicionero como "el Pelao Gallina" de la esquina. No era tacaño como "Memo", el artesano de espejuelos. Dadivoso como Yurito un poquito. No era celeste aguachento como "el Marqués Le'Pera" ni como su corte celestosa de media mampara, empezando por "el Cholo Manolo", "el Chato Rena", "Jessy Iscariote", "Joan Mané", "Thiago Armando" y otros desteñidos más. Kempes era un muchacho decente a carta cabal con sublime pasión y sentimiento íntimo "Blanquiazul hasta la muerte". Como los héroes históricos del Alejandro Villanueva de La Victoria: "El Nene", "El Julius", "El Cholo", "El Mago", "El Perico", "El Bombardero", "El Señor Actor", "El Depredador", "El Maestro"; et cetĕra.
Y como fin de fiesta repetía el lema del "Comando Sur-Orlando" gritando a todo pulmón como "Frank Rey Kings" para que escuchen los soplones de las gallinas reculetas:
- "¡El día en que me muera, yo quiero mi cajón pintado de azul y blanco como mi victoriano corazón blanquiazul blanco!"
Por mi parte nunca me enteré de la edad exacta de Kempes, yo creía que era contemporáneo con el "Gordo Oso" o más o menos con el "Ciego Carlos"; "el Ciego Aldo" dijo en una oportunidad que jugó bolitas y voló cometas con Kempes y con Ricardo "El Bat Ray Chard". Dijeron también que jugó canga con el "Chueco Gino" y que fue su amigo, pura mentira, amigo no fueron. De quinceañero caminaba por los Campos Vizcardinos con el hercúleo trio "los Trillizos", conformado por los catadores de racumín y vinagrillo, los candorosos "Vitín, Nandín y Calín". De adultos parecían una temible cuadrilla, se licoreaban timbeando en el Bar de don Lucho "Si Don Luis".
Conforme pasó el tiempo, Kempes se estancó cronológicamente, no envejecía mismo "Retrato de Dorian Gray", bien macerado en pipas de pisco acholado pisqueño. Los almanaques pasaban pero a él se le veía igual o mejor, siempre gallardo, con una figura de fina estampa caballero. Caballero de fina estampa. Un lucero que sonriera bajo un sombrero, no sonriera más hermoso ni más luciera, caballero.
En el crudo invierno -Christophorus- se cobijaba del frío y probaba el agradable chicharrón -chicha de jora con ron- que brindaba a los sedientos el Samaritano Chef Al Berto. En noches que Al Bért tenía tiempo adoctrinaba a los asiduos concurrentes como buen anfitrión pastor, portando en la diestra mensajes subliminales y en la mano siniestra cargaba el Pequeño Libro "Le Petit Livre Rouge" de Máh Chée Tóng. Como paganos e infieles leían libros excomulgados por la pérfida Inquisición del ratón Kenya Fuchi Nipón. Lecturas prohibidas como el best-seller "Cóctel mólotov: Racumín, yonque y chicharón" de Niccolò Leone"; "El Planeta de los Misios" de Henry Zuazo; "Tácticas y Estrategías de Maradona, la Mano de Dios". Al final de cada clase Al Bért repartía separatas de un veloz cursillo acelerado de mnemotecnia para una rápida paporreteada a las citas y versículos de la KGB, Stasi y todo lo concerniente a los temas sobresalientes de los ingeniosos líderes del eje del Telón del Averno.
Kempes en un encuentro amical aprovechando el asueto en el día de una huelga general, tomando el néctar de los dioses andinos -chicha de jora- picando camote frito con pan tostado. Sorprendió a la afición, habló de los santos, ángeles, curas y demonios. Preguntóle al inocente:
- ¿Señor Escribidor, usté que se la dá de sabihondo, cree usté que ese Huerto del Edén realmente existió?
- Existió y existe. Una biblioteca es un Paraíso. No lo digo yo, lo dijo Jorge Luis Borge: "Siempre imaginé que el Paraíso sería como una especie de Biblioteca".
No aceptó la explicación, se paró en medio de la pista, abrió los brazos, miró al cielo y con un áspero grito aguardentoso retó al Creador.
- ¡Diooósss, ser supremo omnipotente, sí tú existes, manda un rayo de tu lumbre, fulmíname! ¡Haber, pues, aquí estoy quiero ver el rayo!
Sus pupilos se miraron atónitos sin decir palabra alguna. Sorpresivamente Che Carlitos con sus cuatrocientos kilos de peso saltó como un tigre de bengala y al vuelo le propinó un seco cachetadón peor que un rayo, el imponente azote de Dios lo fulminó, lo incrustó y pulverizó en la pista previo arrastrón. El irreverente Kempes escupiendo tierra, completamente grogui se levantó como pollo empapado. Che Carlitos enarbolando la santa ira de Dios Padre fue a su encuentro para propinarle su justificada repetición. Kempes por inercia corrió al mejor estilo de "Forrest Gump" con muletas. Hasta el momento que desapareció.
Al día siguiente el aguerrido jugador matador no regresó a su córner; uno, dos, tres días, nada; semanas, meses. Se le extrañaba.
Luego de una larga ausencia apareció por el barrio justo en una de las acostumbradas tardes roneras. Todos se alegraron, lo saludaron con cariño. Él sonrió, señaló las nubes con sus tres largos dedos; anular, medio e índice; miró al grupo y utilizando citas del Verbo, atacó frontalmente el desparpajo de la miseria moral.
- ¡Agóra sóyotro, em nome de mi Senor, muitas graciaz Senior por amarme tanto!
En el palabreo se le notó un incipiente fraseo portoñol. Vestía zapatos de charol negro brillante, camisa blanca almidonada, corbata negra y pantalón de vestir azul marino.
- ¿Qué te pasa loco? ¿Tá brava el moño de Matute? ¿Dónde es el tono?
- Nada de tonos. Me voy al Templo hoyess mi día... pra tener una buona noite con los pastores. Escuchar la santera palabriña. Basta de pecados, hermanos ¡Deus te espera! ¡Avénnida Iquitos cuatra cuatro. ¡Sana y Salva! ¡Brasil, Brasil o mayor do mundo! ¡Aleluyá, aleluyá, llama yá, ahura Dios te espera! ¡Paga por adelantadiño tu resurrección! ¡Para beber veneno racumín abres la mano! ¡Brinda el dinero para tu Salú Espiritualiño! ¡Gracias a Joan, a Kaká, soyótro! ¡Ya no me junto con el Satán Ray Chard! ¡Fuera tentazaón del coco! ¡Fora diablo petrocheli! ¡Ese Ray Chardiño esél Satán sinestro trabayador del fuego cerebral y déla fragua pra bajarla!
- Ya pé Kempes no te pases, nada de indirectas, no te metas con el maestro Murciélago, él no hace nada, cuando no está volando, está colgáo, nada más.
- Emtonces támos hablamdu del mismo cerrajero de las puertas del São Paulo.
Y así como llegó se marchó... a pasos muy acelerados.
De tanto rezo profano hincha pelotas de un momento a otro, la chica bonita le dijo adiós. No le abrió la puerta, no lo esperó, le negó el acostumbrado lonchecito, sin explicaciones lo despedió.
- Jugador, se corre la bolada por ahí que andas en malas migas con la morocha ¿qué tan cierto es, ah?
- Jijijjiji ¡Chismositos de miércoles!... tú sabes... en una relación no falta la vía crisis, altibajos... eso es todo, latán haciendo grande...
- Jajaja... ah ya, que güeno, me alegra saber eso. Támos un poco preocupadinchis...
Poco tiempo después nos enteramos de la verdad, la morena de sus amores lo choteó. Kempes se deprimió, se aburrió se dar vueltas en los mismos jardines de su barrunto Matute Block. Y para colmo las malas lenguas chicharreras cantaban la misma canción sin contemplación cada vez que lo veían aireándose en calzoncillos en el balconcillo.
"Dicen que por las noches no más se le iba en puro llorar; dicen que no comía, no más se le iba en puro tomar. Juran que el mismo cielo se estremecía al oír su llanto, cómo sufrió por ella, y hasta en su muerte la fue llamando: cucurrucucu... paloma, cucurrucucu...no llores, las piedras jamas... paloma, que van a saber... de amores".
De tanta joda, decidió hacerse el harakiri victoriano, lo pensó bien y mejor se hizo algo más práctico y simple, una deportación voluntaria a la chacrita de sus abuelos. Viajó con el pretexto de vacacionar -eso dijo- y se fue a descansar de la terrible soledad que lo aquejaba.
En la chacrita encontró un disco 45 r.p.m. que describe las ansias y el cariño de un corazón enamorado. Un valsecito criollo del compositor Luis Dean Echevarria. Lo repitió hasta el cansancio, que terminó rayando el antiguo sencillo. Pero ahí no terminó el concierto, continuó cantando, se había aprendido la letra de cabo a rabo, verso por verso, siguió cantando hasta el hartazgo.
- "Ay Zenobia yo te quiero y no te puedo olvidar, quiero tenerte entre mis brazos para poderte acariciar, porque eres tan bonita y tan buena para mí, Ay Zenobia te quiero solo a tí. Si te olvidaras mujer querida mujer del alma de este corazon que te ama tanto. Te mataría con el puñal de mi desprecio y tu alegría se comvirtiera en llanto".
Un día equis llegó una sombría noticia, nos quedamos fríos, incrédulos. Fue el cuchicheo mayor del barrio. Su compadre el Hombre Murciélago fue el traedor del tremendo notición. Nos dio la triste noticia que al gran jugador callejero lo mandaron a un chambón.
- Piña mi compadrito. Su tío se prestó a la güevadita y lo contrató a destajo y le dio trabajo.
Veinticuatro horas más tarde todo el mundo seguía compungido por el doloroso castigo que le habían dado como martirio al atlético bello durmiente, al joven príncipe de los bonitos ojitos y felices sueños.
En la madrugada, en la televisión algunos lechuceros vieron el noticiero que narraban un fatal accidente en la carretera del Callejón de Huaylas. Coalisión y muertes, ningún sobreviviente. Dieron nombres y sólo su carnal, su Batibroder, reconoció los nombres del querido Kempes.
Después de un sofocante día laboral regresaban a casa sin pensar que en las penumbras, sombras y recovecos de la sierra nor-central los esperaba la despediada y sorprendente dama de la muerte. Nuestro gran goleador partió a la eternidad.
Buscaron culpables, ya era demasiado tarde.
- ¿Quién lo mandó a trabajar? –No preguntes mejor- zuzurró con lágrimas en los ojos Don Canuto Menestrón- hay gente mala, hay gente buena; gente inocente y maliciosa. Tenemos en la viña del señor, incrédulos anticristos y de los otros. "Ganarás el pan con el sudor de tu frente", "No por mucho madrugar encontrarás pan caliente más temprano", "el trabajo es una bendición", "el trabajo lo hizo dios como castigo" y para terminar os digo "Si el trabajo da salud, que trabajen los enfermos"- concluyó el vate Don Canuto.
- ¿Si naces con el oráculo a tu favor por qué tienes que cambiar tu designio divino de la profecía de tu destino?-. Repitió un discípulo de Kempes, se persignó, miró a su grupo, se abrazó al más antiguo y lloró a moco tendido contagiando a los demás sufridos peregrinos.
- Se nos adelantó por muchos cuerpos de ventaja. Era joven, dribliador y gran güeveador. Como todos nosotros, como los otros, como vosotros. ¿Por qué él? ¡Porque Dios lo dispuso así! ¡Riquiescat in Pace! May he rest with God!-. Rezó el hermano Pablo, hermano de los hermanos Villa Monte de Ventanilla: Ronald, Alaín, Ricardo y María.
¡Kempes, Riquiescat in Pace! |
En nuestro memoria -a manera de epitafio- rezamos por nuestro querido Kempes los últimos versos de Veinte Años de María Teresa Vera.
"Con qué tristeza miramos, un amor que se nos va, es un pedazo del alma, que se arranca sin piedad".
Nicolás D. León Cadenillas.
Bühl (Baden), 2013.
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