Los puentes de BalconCity
Dedicado a mi hermanito Pablo Jaime, mecánico de profesión.
Reseña comentario: Chismoseando de esta joya del chisme de barrio popular, para mi gusto, el mejor chisme de una larga lista de cuchicheos del escribidor. Los puentes de BalconCity es una historia irresistible de inicio a fin. Es difícil expresar en pocas líneas lo que se siente en la primera leída. Nunca había leído una sacada de vuelta tan pendeja y desvergonzada, tan baja y retorcida, que sin embargo y gracias a Niky León, funciona a la perfección. Porque no hay nada más triste que un amor pendejerete. Adalbertho y la Juana, dos jugadorazos con ases bajo las mangas, dos facinerosos farsantes mentirosos con pecadillos, dos hipócritas que juegan a los inocentillos; arriesgan cruzando los puentes incómodos de la vida, y muchas veces la felicidad es evasiva en la otra orilla. "Caballo viejo tiene el tiempo contao y no puede perder la flor que le dan porque después de esta vida no hay otra oportunidad". Caballo Loco (a) AGP.
Necesitaba un socio técnico mecánico automotriz para recuperar unas carrandangas que estaban hasta la última lona, me dieron el dato que el mago de los fierros, el que yo necesitaba, se encontraba en la esquina de Moyobamba y Tarapoto. Caminé cruzando las callecitas peligrosas de mi barrunto, cortando camino llegué al huarique y con voz vocinglera llamé a Don Adalbertho. Después de unos minutitos de espera el dueño del nombre desde una recondita esquina del galpón contestó amigablemente.
- ¡Hey, calla la bulla!
Y de la oscuridad emergió el hombre que compartiría su sabiduría con este inocente servidor. Conforme se acercaba yo lo retrataba; rostro aguileño, cabello castaño, ojos alegres y nariz corva; bigotes finitos y delineados; parecía arequipeño porque no era ni grande, ni pequeño; tez morena; ancho de espaldas, y suelto de lengua.
- Hola compadre, me pasaron el vivo y he venido a ofrecerte un negocito.
- Mira, si es legal atraco, si no pierdes tu tiempo ya estoy viejo para vacacionar en Cánada.
- Tengo unos rocas para recuperar, de dos o de tres podemos sacar uno, lo vendemos y ganancias de pescadores.
- Necesito un ayudante.
- Yo mismo soy. Tenemos un mes de plazo, estamos contra el reloj.
- Atraco. ¡Adalbertho Doménico Chihuán para servirte!
- Encantado, no te vas arrepentir, socio.
Así fue como entró a nuestro barrunto este amigo íntimo de nuestra andanzas de mercachifle, cuyo recuerdo perdura aún en nuestra esquina como un ángel de los cuatro ases. Al día siguiente a las siete de la mañana como lo acordado los dos nos encontramos en la puerta del taller, abrí el portón, al fondo se veía una flota de VolksWagen escarabajos-taxis, en total veintisiete autos chancados, maltratados, jironeados. De baja por una orden municipal, prohibidos de cachuelear. Como experimentado viejo zorro revisó algunos, chequeó varios motores y dio su visto bueno.
- A medio día vengo con mis herramientas y empezamos. A estos dos ponlos acá para desarmarlos al toque y ese de atrás de emergencia.
- Okey, socio, vamos a tomar un desayuno mientras hablamos.
Nos fuímos a la carretilla del frente de la cholita más buenamoza del callejón, la Juana Sacsay Huaman. Pedímos nuestros cafés y panes con camote. Yo me la pasé hablando solo porque mi socio Adalbertho se había prendado de la belleza de nuestra anfitriona. Estaba sordo e idiotizado. Terminamos el desayuno, nos levantamos y con apretón de manos nos despedimos.
- Una pregunta, ¿La Juanita, tiene marido?
- Compadre, mejor no te metas socio. Donde uno come no ensucia. Debe de tener marido. Un chisme para tu libro. Como toda chica del barrio tiene sus fallas pero eso es normal; también tiene su gracia, es bien chambeadora ... además es jugadora, interesada, aprovechadora, trafera. Tiene un hijito, un gringuito, el blanquiñoso que tenía la abandonó y aunque digan que no es buena tiene corazón.
- Voy y vengo al toque. Te prometo que en tres días está funcionando el primero, necesitamos movilidad.
Dicho y hecho, el primer auto salió funcionando al tercer día como resucitado.
- Mientras tú pones los avisos para venderlo yo los voy probando.
Con auto el señor mecánico comenzó a merodear a la dama joven del corral ajeno; él como gallo viejo tenía experiencia y paciencia; ella joven e impulsiva lo mandaba mudar. Hasta que en una oportunidad a las seis de la mañana los vi llegar muy contentos del Mercado Mayorista, La Parada, San Pablo; con el carro repleto de papas, ajíes, yuquitas, fideos y gallinas peladitas. Habían confraternizado e iniciado una secreta sociedad de venta de caldo de gallina para los mediodías como menú almuerzo.
Llegó el primer mes, arreglamos cuentas, quedaban quince autos para descuartizarlos y resucitarlos. Nos pusímos de acuerdo y seguimos trabajando full time. A la semana me trajo una sorpresiva noticia.
- ¡Compadre te invito a mi pedida de mano!
- ¿Y cuando es el matrimonio?
- ¡Todo a su tiempo! No hay que apresurarse.
- Ahí estaré.
- Llevaté una botella de pisco.
Después de la pedida de mano, la parejita no perdieron tiempo y se fueron de luna de miel un fin de semana. El lunes llegaron al callejón los pedidos para armar el nidito de amor. Refrigeradora, cocina, lavadora, horno y microonda. Adalbertho de un cocacho se convirtió en mi vecino. Era un ejemplo de señor hogareño y reposado; no tomaba, no fumaba, únicamente practicaba luna de miel y buenas lecturas para rehabilitarse. Su vida era de rutina; seis de la mañana llegaba de La Parada, de ocho a seis en el taller después clavado en su casita, y así sucesivamente todos los días de las semanas.
Dos días antes que se acabe el mes, a mediodía me entregó las llaves del auto que había usado, me dio un apretón de manos, se sonrió, me abrazó y repentinamente se despidió.
- Me voy compadre. Hasta acá llegó nuestra sociedad. Me voy. Desaparezco. Regreso a la casa de mis hijos, ellos me necesitan, mis nietos me extrañan.
- No entiendo.
- Cuando tengas mi edad, entenderás. Voy a salir como quien compra repuestos.
- Déjame tu dirección por si acaso.
- No tengo dirección, ni casa, ni paradero. No existo. Soy nada. No me has visto nunca pero te estoy muy agradecido, mi querido socio. Si preguntan por mí no me has visto.
- Chao, Adalbertho, suerte.
- Un consejo compadre: 'Dedicate a otra cosa como mecánico te vas a morir de hambre'.
- Jajajajajaj sin un socio como tú tengo que cambiar de giro y de profesión.
Sonrió, silbó la melodía de "Caballo viejo" de Simón Díaz y atravesó el umbral del portón, y como por arte de magia desapareció.
Pasó una semana, las tiendas recuperaron sus artefactos electrodomésticos por falta de pago. Todo volvió a la normalidad y los artesanos y técnicos del barrio seguimos tomando café y caldito de gallina en la carretilla de la Juana.
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