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EL PIJAMA de NICOLÁS LEÓN

EL PIJAMA de NICOLÁS LEÓN



EL PIJAMA

Dedicado a mi suegros, Nina y Hans Pauleit.

Después de treintaitantos años volví a Berlín para visitar la ciudad y turistear por sus centros históricos, por sus grandes avenidas y pasear por los barrios que en un tiempo pasado fueron Berlín Este (Mitte, Alexanderplatz, Friedrichshain, Unter den Linden en español: Bajo los Tilos) caminé por el Teatro de la Amistad, en la actualidad tiene otro nombre, donde estudié un Curso de Dirección Teatral.

Saliendo de la Estación del Metro de Alexanderplatz, vi al fondo La Torre de la Televisión y me acerqué al Reloj Mundial, el punto de encuentro con los amigos latinos. Recordando las caminatas por la gran Plaza ubiqué el edificio de lo que fue el Hotel Stadt Berlin donde nos hospedamos durante todo el tiempo que duró el curso.

Caminando por la Kantstraße con dirección a la Kurfürstendamm, conocida como Ku'damm, me acordé de una anécdota en el Stadt Berlin, de esas cosas que siempre nos pasa a los teatreros de teatro barato que paramos guardando todo por si las moscas, pensando que en algún día las vamos a necesitar. Me acordé de mi pijama, compañero de viaje de muchos años, me sonreí maliciosamente y comencé a recordar desde el principio toda la odisea.

Mi pijama de la buena suerte viajó conmigo como siempre lo había hecho desde muchos años atrás. ¿Cómo lo iba a dejar en Lima? Si me había acompañado en las buenas y en las malas, además que me traía suerte en los estrenos teatrales, era mi cábala, me ayudaba en la creación de un personaje, a aprenderme la letra del libreto. El pijama ya estaba viejito, desteñido y curtido, con huequitos en el frente y en retaguardia, necesitaba un retiro honroso y digno, pero como los viajes no paraban no había tiempo de buscar reemplazo. Con un pijama nuevo, las cosas serían diferentes, mientras que nos adaptábamos el uno con el otro, íbamos a perder tiempo en limar las molestias y asperezas y acostumbrarnos uno de las manías del otro.

Cuando llegó el momento de despedirme de Kantstraße de Berlin-Oeste e ingresar a Berlin-Este, llevaba conmigo mi maleta último modelo de los años sesenta y una mochila de segunda comprada en Tacora. Después de enseñar mi pasaporte varias veces con el sello de la Visa de Estudiante, recibiendo el Visto Bueno pasé el Control, me esperaba un auto que sin mayor trámite se dirigió al Hotel Stadt Berlin y dejándome en la puerta se retiró apresuradamente. Entré al Hotel mirando a todos lados hasta llegar a Recepción, esperé como cinco minutos para que me atendiera la señorita y en inglés me pidió que llenara todos mis datos mientras se disculpaba porque me iban a dar otro cuarto para salvar la situación. Tenía que esperar unos días mientras se desocupaban los cuartos que estaban asignados para los estudiantes latinos (mexicanos, colombianos, cubanos y un par de catalanes). En perfecto inglés aprendido en el Británico de la avenida Arequipa, contesté:

- ¡Ok!

Llevaron mi maleta y mi mochila al cuarto y me entregaron otra llave para cuando decida dirigirme a mi aposento. Hice tiempo tomando en el bar un café cubano y mirando las revistas, las guías de los lugares turísticos y la programación de los conciertos, ballets, museos y teatros. Sólo miraba las figuritas porque de alemán no sabía nadita.

Doce de la noche, hora de dormir, me dirigí a mi cuarto mirando el número del llavero apreté el botón del ascensor y comencé a viajar por el interior del Hotel, no encontraba mi cuarto y no había nadie para consultar o preguntar aunque sea por señas donde quedaba el bendito cuarto, subía, bajaba, estaba perdido, la equivocación se había suscitado porque en Alemania el primer piso empezaba en el segundo piso, hasta que por fin llegué al cuarto, en la puerta había varios cartelitos de colores y otros con dibujitos; abrí la puerta y me quedé inmovilizado, de sorpresa, el cuarto era un cuarto de lujo, una Suite Presidencial, todo para mi solito, en la puerta del dormitorio me estaban esperando mi maleta y mi mochila con caras de huérfanas perdidas en un museo de arte moderno, en ese ambiente daban pena las pobres. Mis humildes compañeras de viajes por pueblos jóvenes, cerros tugurizados, provincias del interior del país y barrios populares.

Preocupado por la hora, a las seis de la mañana me recogía la señorita traductora que iba hacer las veces de guía turística y vigilante. Al sacar de mis valijas mis enseres de higiene personal, mis libretas de apuntes con lápiz y borrador, del fondo de todo el equipaje logré sacar mi ropa de dormir, mi pijamita. Y nos fuimos a dormir rapidito. A las seis de la mañana en punto nos tocaron la puerta, el teléfono sonó y un timbre me sacudió los tímpanos, me esperaban en recepción, dejé mi pijama escondido debajo de la almohada bien camuflado para que no se den cuenta de él y pase desapercibido.

Cuando regresé como a las once de la noche, vi en la cabecera de mi cama doble plaza extra grande, bien dobladito, bien arregladito como esperándome, a mi pijama. Estaba lindo, al toque nos fuimos a dormir.

Todas las mañanas lo dejaba en diferentes lugares de la habitación, en la ducha, en la tina, en el comedor, en la sala de estar, en cualquier sitio; y en la noche cuando llegaba estaba en el mismo sitio y esmeradamente acomodado sobre el edredón de plumas de ganso, con sus huequitos que me recibían alegremente. Conforme avanzaba el tiempo, en la segunda semana lo guardaba en uno de los cajones del ropero, en un cajoncito de la biblioteca, debajo de los cojines de los muebles, igual, aparecía dobladito en su sitio. Toda la semana como arte de magia, aparecía en su sitio designado por la joven de limpieza.

Dos semanas tratando de esconder, de ocultar mi pijama y siempre aparecía en el mismo sitio, con el mismo fondo y forma. Nunca conocí a la señorita encargada de la limpieza, creo que fue lo mejor, me hubiera dado vergüenza no poder explicar el porqué de la compañía de mi adjunto noctámbulo.

Después de quince días de estar en los ajetreos de estudio y turismo, me dejaron una nota en el escritorio de mi recámara. Tenía que desocupar el departamento y trasladarme a mi cuarto, me dio pena la despedida, en compensación me dijeron que podían lavar mi ropa sin costo alguno. Acepté y sin pensar dejé mis “bluyines”, camisas, polos, una casaca “bluyin” y a mi reliquia, mi pijama.

En el nuevo cuarto compartía la habitación con otro alumno latinoamericano. Al día siguiente, al regresar tarde del Berliner Ensemble, veo un pijama nuevecito, de marca, de color rojo oscuro con ribetes dorados y adornitos de ositos berlineses; pregunté a mi socio de cuarto si era suyo, dijo no moviendo la cabeza. Al siguiente día, en la mañanita fui a informar a Informaciones, diciendo que había una equivocación por parte de lavandería, que me habían dejado un pijama que no es el mío, que el mío es casi del mismo color, parecido, un color granate pero más claro, tirando para rosado. Me enviaron a Recepción y la señorita con cara de culpable, se disculpó, disculpó al Hotel, al departamento de lavandería, me pidió disculpas con tono acongojado:

- Herr León! Endschuldigung! Tut mir leid! (Luego prosiguió en inglés) Disculpe nuestro error, su pijama fue lavado con una temperatura superior y se ha malogrado, por favor acepte nuestro presente.

Acepté con dos palabras que ya había aprendido en el Curso de teatro.

- Kein Problem!

Con un diccionario Español-Inglés, busqué la palabra que no había entendido y al leer el significado entendí todo. Decía:

- Desintegrado por agua caliente.

Toda la vida había lavado mi pijama con agüita fría. 60° grados de calor en el agua había hecho efecto mortal.

Al principio me pareció un crimen de lesa humanidad, mi pijamita desintegrado, bueno, pensé aceptando el pésame. Él había cumplido con honores patrióticos, sin duda ni murmuraciones su trabajo; compañero de mil batallas y tertulias, colega de inspiración e insomnios, de juergas y de malas noches, y de muy buenas noches también. En invierno me acompañaba en mi cuarto pero en los días templados, con sol de verano, salíamos a la playa y jironeábamos en balnearios populares. ¡Descansa en Paz! ¡Adjunto Primero!

Estrenar un nuevo pijama fue un gran suceso apoteósico histórico trascendental que me ocurrió en Ost-Berlin, para envidia de propios y extraños, también para los colegas. Me daba ganas de salir con pijama a la calle, a pasear por la Plaza, las prendas estaban tan nuevitas que relucían a varios kilómetros de distancia, parecía almidonado pero no, era la buena calidad de la tela, la camisa tenía solapas y dos bolsillos, el pantalón tenía dos bolsillos delanteros y uno atrás, con una línea impecable, parecía un terno para las Fiestas Patrias peruanas.

Faltó una buena foto para el álbum de los recuerdos, suerte que la historia la sabemos algunos cuantos y yo me la sé de memoria, de paporreta mejor dicho.

Con el correr del tiempo la suerte se impregnó en el nuevo pijama, me acompañó un año completito por las Europas, pero en esta oportunidad no fui sentimentalista, no quería tener remordimientos, no quería que envejeciera conmigo, llegando a Lima, en mi casita después de una buena lavada con agua fría como acostumbramos en mi barrio, regalé el pijama, esperando que pasara a mejor dueño y a mejor vida.

*Fotografía: Nicolás León, de fondo el Reloj Mundial y el Hotel Stadt Berlin. 

NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS

Berlín, 2009

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