Proceso
al Cajacho. NDLeón.
Dedicado
al salomónico Dr. Edward Mercado Serra y al polietileno Sec. Manuel Mejía
Espinoza, gracias por vuestro apoyo mis queridos y respetados mecenas de La Esquina de La Oficina. Nk.
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Edward Mercado Serra y Manuel Mejía Espinoza |
“Si los que hablan mal de mí supieran exactamente lo que yo pienso de ellos, hablarían peor.”
Sacha Guitry (1885-1957) Actor, director, dramaturgo francés.
-Este
individo dice que yo lo he golpeao, es totalmente falso, señó Gobernadó. ¡Es
mentira! Claro que ganas no me faltan de golpearlo, patearlo, masacrarlo, por
mentiroso y hocicón.
-¿Señor,
Mercato della Sierra, usted está consciente de lo que está manifestando?-
preguntó, Pilato Buriván, el señor Gobernador.
- Cien
por ciento conciente, señó- recalcó el denunciante Mercato della Sierra.
Juan de
Dios Palosanto de Spinoza, se encontraba sumergido en el sillón de los
acusados, vilmente denunciado en la Gobernación Palermitana del Palermo Bar.
Sudaba frío. Miró, empapado de miedo, con el rabillo del ojo izquierdo al
denunciante, al maniático leguleyo archiduque de BalconCity, don Edoardo Mercato
della Sierra. Recordó que este sujeto malo ya lo había amenazado en la cola de
la repartición de los panes y los peces, y él como digno hijo bueno de Dios se
quedó callado. Nunca en sus cuarenta años de ciudadano ejemplar había vivido
una experiencia tan desgarradora.
-¡Pruebas!-
Solicitó la joven abogada de Juan de Dios Palosanto.
El
despiadado denunciante escrutó con malicia y odio a la joven letrada. Fijó la
mirada al Gobernador, se dio cómplices miradas con su bella endemoniada mujer.
Inflexiblemente atacó de palabra. Explicó cualquier tema menos lo solicitado.
-Este
señó que se hace el santurrón por unas meras monedas escribe cochinadas-
vociferó el arbitrario denunciante- yo no soy ladrón, ni estafador, ni
corrupto, ni sinvergüenza y tampoco ingenuo, señó Gobernadó. Seguramente he
cometío errores, errores normales. Eso es lo normal. Pero, este señó que funge
de escritor no es trigo limpio, tiene negro el corazón.
Entre sus
dudas, Juan de Dios, se preguntó -¿Por qué me tiene que suceder esto a mí?
¿Dios Mío, qué he hecho, dónde está la madre del cordero?- Mientras cavilaba,
deslizó su mano derecha al bolsillo de su negra y percudida casaca, sacó una
libretita, escribió: -El idiota grita, el inteligente opina y el sabio calla- y
sonrió.
-Escribe
tontería- continuó vociferando Don Edoardo Mercato -maldades, mentiras, a
escribido en feisbú sobre mí persona dañando mi imagen de mí reputación, yo no
he estafaó a nadies, dice mentira que no son verdá sobre mí, a rajao de mi
familia y se mete con mi honrao y piadoso compadrito espiritual. ¡Eso no lo
puedo soportál!
-¿En
facebook dice usted?- preguntó el imparcial Gobernador.
-¡Sí,
señó Gobernadó! Toda esa basura escrito está en feisbú.
Juan de
Dios, sorprendido de la viperina verborrea del denunciante archiduque, bajaba
la mirada para no incomodarse y pensar en la única pregunta que se le cruzaba
por la mente. Por su crianza y educación no estaba acostumbrado a escuchar
gritos, ni dar a traición golpes ni puñaladas.
-¡Perdón…
el señor denunciante tiene que demostrar con pruebas tal afirmación!- se
pronunció la señorita abogada.
-¿Tiene
usted una copia del texto?- preguntó el Gobernador.
-Mire, yo
sé que este señó a escribido esas tontería porque mis amigos y amigas me han
llamao y me dijieron que habían leído en feisbú que estaban hablando mal de mí
¡Y eso no lo puedo permitir señor juez!
-Cálmese,
yo no soy Juez, soy el Gobernador.
-¿Puede
demostrar con pruebas el daño que supuestamente mi defendido le ha ocasionado?-
solicitó la señorita abogada.
-¡Claro
que puedo! Voi a pedir a una de mis amigas que saque una copia de lo que ha
leido y me entregue la copia porque ahora ya no está publicao porque el señó
este lo ha borrao.
-¿O sea
usted no tiene pruebas?- retrucó la jurista.
El
demandado, Juan de Dios Palosanto de Spinoza, tenía la vista clavada en la
nada. Pensaba que decir pero no decía nada. Su defensa pidió la palabra.
Palabra denegada. La letrada insistió y preguntó a su defendido.
-¿Señor
Juan de Dios, usted en los últimos tres meses ha borrado algo de su facebook,
algún escrito, una carta, a un amigo?
-Yo no he
borrado nada, usía. En mi Muro todo sigue igual.
-¿Don
Juan de Dios Palosanto, usted qué escribe?
-Yo
escribo… cartas y sonetos de amor… versos y poemas líricos, ensayos, sociales…
fútbol, cultura y algunos cuentos de barrio de mi barrunto.
-¿Todo
está en su Muro?
-¡No! En
mi Muro pego el link para que visiten mi página blog. En mi haber tengo más de
doscientos cincuenta cuentos dedicados al Círculo Bulevar Palermitano… y nunca
he tenido problemas, señor Gobernador.
-¡Mentira,
es mentira!- gruño el hostil denunciante gruñón, Don Edoardo Mercato della
Sierra.
- Si es
algo mío yo no lo borro pero si no es mío, lo borro- acotó Don Juan de Dios -hay
gente que me manda textos, cuentos, cartas y yo hago el trabajo de corrector de
estilo, corrijo faltas de ortografía y lo que han querido decir, por el
cachuelo cobro o me dan mi sencillo. Al principio tenía problemas con el Verbo,
y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Y el verbo se hizo libro sin
faltas de ortografía. Yo a mis lectores les decía: ‘Las faltas de ortografía es
adrede para que se entretengan corrigiendo y no se aburran mientras leen’.
-¡Ajá,
ahí está pes! ¿Dices que no borras? ¡Has borrao, pé!
-¿Borrado,
qué?
-Lo que
has escribido sobre el marqués… y la…
-¿Marqués?
Ah, era eso… don Edoardo Mercato, con todo el respeto que usted se merece,
usted está equivocado, le han contado mal el cuento… no es “marqués” es
“Cajamarquez, cajacho shilico” como mis abuelos, como mis ancestros. ¿Esa
palabra es su problema? ¿Usted es paisano mío, es cajamarquino?
-No, a
Dios gracias, no. ¿Ahora no te acuerdas de lo que has escribido?
-Ese
texto no es mío es de otro, tiene dueño y ese dueño no soy yo. Yo no me puedo
apropiar de nada ajeno, ni de sus escritos, ni de sus riquezas ni de su dinero.
Palabra de Dios.
La
abogada, pidió nuevamente la palabra. Preguntó al vil archiduque.
-¿Señor
Don Edoardo Mercato della Sierra, tiene usted pruebas, sí o no?
-¡Tenemos
las pruebas pero no las hemos traído!- respondió por su marido la bella mujer
endemoniada desde su amplio sillón decorado en paja gris oscuro ratón.
Tímidamente,
Juan de Dios, pidió la palabra.
-Señor...
con el perdón de la audiencia… Don Mercato, usted menciona una equivocación…
los personajes del escrito no tienen nombres, ni apellidos, ni sobrenombres, ni
alias, ni chaplines... ¿cómo es qué usted se da por aludido? ¿Cómo sus
amistades dicen que es usted uno de los personajes creado por mi humilde
imaginación?
Don
Edoardo Mercato della Sierra rumió cólera y bilis. Tiño sus ojos celestes en
color rojo sangre bandera chillón. La abogada insistió.
-La
pregunta es para el denunciante. ¿Señor Mercato della Sierra tiene usted
pruebas, sí o no? Conteste usted por favor.
-Mire, señó
Gobernadó, a mí me llamaron varios amigos y amigas y me dijieron que habían
leido algo contra mí y mi familia, otra amiga me llamó y me dijio ¿quién es ese
desgraciao que habla mal de ti? ¡Páralo de cabeza!
-¿Tiene
usted la prueba?- insistió la letrada.
-Ahora
no… pero la voy a conseguir… lo que pasa señó Gobernadó… es que yo no tengo
feisbú, no tengo interné, por eso no lo he leido los insultos ni los agravios pero
mis amigo respetable todos ello; ellos, sí lo han leido y me dijieron que este
individo está hablando mal de mí, manchando mi honorabilidá y el honor de mi
blasón familiar y la honra de mi adorada…
-¡Usted
no tiene pruebas, ni ha leído nada! ¿Es verdad, sí o no?
-¡Pero mi
amada esposa sí lo ha leido!
-¡Usted
es el denunciante! Por ley, su esposa no puede ser testigo. Una acusación sin
pruebas es un ultraje. ¡Secretario, tome nota!
-¡Venga
la sentencia!- respondió el secretario respetuosamente al señor Gobernador.
- ¡En
vista de lo que hemos escuchado, y de lo que usted ha declarado, me imagino que
usted estará incomodado pero yo lo estoy mucho más, y como en estos chismes y
diretes y cotilleos de comadres no tiene usted la razón o usted le pide perdón
al señor Juan de Dios Palosanto o va un año a una prisión del Dios de Jacob!
Nicolás
D. León Cadenillas.
Lima,
2014.