En la Universidad, en el día “D” del examen, me vi a la distancia con mi familia, mis primos, y nos saludamos con un movimiento de brazo, ni les hablé. Terminado el examen no hice comentario me fuí a caminar al parque el Olivar, donde mataperreaba de niño comiendo mis ricas aceitunas .
Al día siguiente, en bicicleta, me fuí a ver los resultados, llegué como a medio día, no había mucha gente buscando sus nombres en los planillones pegados en la pared, empezé buscando al revés, de derecha a izquierda, no encontraba mi nombre, faltando como dos páginas agarré el timon de la bicicleta para tomar impulso y regresar. Escuché una graciosa voz femenina:
- ¡Tino!
Era mi vecinita de mi barrio, a la que cortejaba sutílmente, y por boca de otros no me hacía caso por mi comportamiento díscolo y se me distanciaba discretamente.
- ¡Hola! ¿Qué tal?, se acercó y me dió un beso en la mejilla, yo sorprendido, sonreí, no supe que decir, ni qué preguntar.
- ¡Felicitaciones!, me dijo despacito.
- ¿Qué? ¿Qué? ¿Qué?, tartamudié.
- ¿Qué sobrado eres, no le das importancia a tu ingreso?
Deteniendo la respiración me acerqué a la primera hoja buscando mi nombre, lo ví, leí mi nombre, lo leí varias veces, me quedé inmovil.
- “¡Estar entre los veinte primeros no está mal!” me susurró.
Para mí no estaba mal...ni bien...ni nada... Para mí no estaba... Mi amiguita me abrazo felicitándome, yo no sabía que decir, y empinándose me dió un beso.
- “Yo sabía que podías”, lo dijo con orgullo, mirándome a los ojos.
Ella también había ingresado, en el segundo puesto. Sonreí nerviosamente, agradecí su gentilesa, agaché la cabeza, agarré la bicla y regresé a casa meditabundo. Mis primitos muy temprano habían visto sus notas, el único cojudazo que había ingresado, era yo. En casa me esperaban, ya le habían dicho a papá la noticia. Cuando llegué todos los brillantes e inteligentes primitos, modestamente, me felicitaron, los ojos se me humedecieron, papá me estrecho la mano y me felicitó, no pensaba, no creía, no hablaba, se había quedado de una pieza. No pudiendo aguantar las lágrimas me metí a mi cuarto y lloré. Me preguntaba donde había fallado, por qué había caído en el juego de postular a algo que no me gustaba. ¿Qué iba hacer ahí? Lloré amargamente hundiéndome en el llanto.
Todas las mañanas me encontraba con mi vecinita en el paradero, nos ibamos y regresábamos juntos de la Universidad, hablando de las clases que habíamos recibido, ella era muy buena alumna, inteligente con buenas calificaciones, lúcida, me explicaba lo que yo no entendía, que era casi todo. Nos ayudabamos en las tareas, ella hacía los trabajos mientras yo preparaba el café, los sanguches o las galletitas con mantequilla, a la par que escuchaba los puntos tratados que me iba leyendo o explicando como una buena profesora.
En el segundo ciclo tuvimos la temeraria idea de ir al Este de Lima, como excursión y de paso estudiar, y revisar lo que teníamos que exponer el siguiente lunes. Cuando llegamos al lugar, buscamos un bonito sitio sobre una colina llena de abundante vegetación, al costado el río nos hablaba pausadamente al oído. Repasaba y repasaba una exposición que tenía que dar en la materia Lengua I, que dictaba una profesora super exigente. Que me tenía podrido. Escribía, tomaba apuntes en unos papelitos para que después me sirvieran como ayuda memoria. Cuando mi amiguita me tomó la lección, comenzé a recitarle toda la exposición correctamente, punto por punto, hasta que terminé. Me quedé quietito esperando su aprobación. Su nota. Sonrió diciéndome:
- ¡Muy bien! ¡20!
Y me premió con un beso lleno de ternura, yo le devolví el beso varias veces con más ternura. La abrazé con besos, nos besamos, los libros y cuadernos quedaron regados alrededor nuestro, el viento esparció las anotaciones que volaban junto con los pajaritos que alegremente nos espiaban, respiramos aire, libertad y amor. Cuando terminamos de estudiar bajamos de la mano como novios, y desde la colina mirabamos juntos nuestro futuro.
Gracias a mi amiga pude avanzar ciclo tras ciclo, ella estaba muy contenta, yo sufría, lo que amortiguaba mi estadía en la Universidad era mi participación en el elenco de teatro, curso con crédito y separatas y toda esa vaina, me relajaba de la presión que tenía que soportar fingiendo estar contento de ir y venir al Alma Mater. Después de dos años le dije la verdad:
- No puedo más, abandono el barco, ya no quiero mentirme, ni mentirte, ni mentir a mi mamita, yo me estoy mintiendo, quiero hacer otra cosa. Si sigo voy a ser un mediocre. Un frustrado con cartón.
La vecinita linda, la mujer que me había apoyado por dos años en este sacrificio, me miró intensamente a los ojos, se empinó y me dió un beso, como la primera vez. Girando rápidamente me dijo:
-“!Adios!”
Me dió la espalda, avanzó ligero y se perdió entre la multitud, entre los ambulantes, entre peatones, se perdió de mi vista, se perdió...
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