Dedicado a Julio Marrou Miró. ¿Te acordás hermano? ¡Qué tiempos aquéllos! (Tango. Tiempos viejos)
PASEO POR HUANCAYO
En una larga Semana Santa con feriados y Domingo de Resurrección. Nos pusimos de acuerdo para irnos a pasear por la incontrastable y bella ciudad de Huancayo, eso sí con pareja, como mi costillita del barrio no podía ir ni le daban permiso fui con una amiga y colega de estudios. Los demás, cuatro amigos, dos de mi barrunto y dos de Surquillo, llevaban a sus lindas noviecitas y vecinas, unas lindas y tremendas joyitas en bruto, sin pulir se lucían vistosamente por su originalidad.
Éramos cinco pelucones con ropa de colorines, con pintas de vagos profesionales, buenos para nada, con blue jeanes apretados y descoloridos, botas gastadas y manchadas con aceite por las motos.
Nos comunicábamos con ademanes, gestos, gritos y toda clase de movimientos y morisquetas; hablábamos unos encima de otros, con una perfección extraordinaria de entendimiento.
El promedio de edad de la collera era aproximadamente veintidós años. Viajamos en el Tren Macho, el punto de reunión fue la Estación de Desamparados, doce horas de viaje, chacota, licor solapa y besitos a las gilas. En Huancayo paseamos por el Cerrito de la Libertad mirando toda la ciudad y el Valle del Mantaro; en uno de los restaurantes comimos unas ricas truchas traídas del criadero de Ingenio. Para bajar el opíparo almuerzo nos fuimos caminando hasta llegar a la Plaza de Huamanmarca que significa “Tierra del halcón”, para gran novedad del grupo.
Tres días llenos de caminatas, en las mañanas para recuperar fuerzas tomábamos de desayuno, en el Mercado más cercano al Hotelito, jugo de frutas con cerveza negra, huevos y algarrobina. De almuerzo nos metíamos unas Pachamancas o Lechones con papa y bastante ají con huacatay, a lo bestia, compartiendo el rancho con nuestras parejitas.
En el penúltimo día de hueveo, las chicas estaban súper cansadas de tanto turistear y sentían más frio en las noches y era verdad el frio estaba bien picante, las mandamos al Hotel para que se entretengan viendo televisión y nosotros nos fuimos a hacer tertulia como buenos contertulios. Escogimos un bar en el centro de la ciudad, con música y juegos de azar. Nos acomodamos en la mesa principal con vista a la puerta y veíamos la fachada del frente donde funcionaba una Academia de Artes Marciales con profesores de la Federación Peruana.
Pedimos seis cervezas heladas, cubilete con cinco dados y un mazo de naipes. Empezamos jugando “Cachito clásico: Callao cinco rayas”, cada uno tenía su estilo y sus palabras mágicas de la buena suerte, todos con su cábala para ganar y chupar gratis.
En plena bulla y piconería entraron al local unos señores de blanco y pelo cortadito, se sentaron a un extremo de la sala y nos pidieron que bajemos el volumen. Les contestamos que si pedían con un “por favor” bajábamos la bulla. A regañadientes pidieron “por favor”. Bajamos el volumen. Seguíamos tomando y jugando en orden, siempre con la alegría que dan los tragos. Después de una hora el grupo uniformado nos pidieron callar porque uno de ellos quería hacer un brindis por un año más de la Academia de Artes Marciales. Al momento que hicieron el brindis nosotros también brindamos con ellos. Fue el primer y gran error. Teníamos que estar distanciados de los karatecas y judokas porque comenzaron a mirarnos con malas caras.
Seguían las chelas en ambos grupos hasta que recibimos un par de besos volados y varios piropos:
—Para la de rojo —ese era yo.
—Para la China —ese era mi compadre Zambo.
—Para las dos reinas de la peluquería —seguía la joda.
—¡Maricones de mierda! ¿Por qué no se cortan el pelo y se visten como hombres? —más piropos.
Nosotros no “escuchábamos” las insinuaciones, seguíamos jugando pera la hiel se nos revolvía por el hígado y por toda nuestra humanidad. Nos miramos haciéndonos señas con los ojos, con la lengua, con los dedos pero nada de hablar, sólo gritos de alegría por el juego. Contamos hasta diez, diez profesores de artes marciales y nosotros cinco pelotudos metiéndonos en problemas, siempre lo mismo... concha su madre.
Por los poros la adrenalina hasta el tope y el corazón en la boca, uno de nosotros respondió mentándoles la madre, la tía, la madrina y la abuelita. Los karatecas habían esperado ese momento, se levantaron de sus sitios sonriendo, mirándose con confianza de saberse ganadores, se acercaban lentamente como en las películas del viejo oeste, nosotros los veíamos venir pero no hacíamos ningún gesto, ni de miedo ni de valor, estábamos concentrado en lo que teníamos que hacer. Los seguíamos con la mirada. Respirábamos lo necesario. Al primer ataque de los karatecas me tocó a mí hacerles frente, contraatacando con el banquito en el que estaba sentado y dando los golpes certeros terminé mi actuación arrojando la banquita al centro del grupo agresor, abriéndome y dejando libre el paso para que dos de nosotros levantaran la mesa con botellas, platos, ceniceros y se las zamparan al grueso del grupo contrario. Zambo ya estaba preparado con su correa en la mano y después de dar varios hebillazos se acomodó en la puerta y el último como despedida les levantó la banca por los aires. Inmediatamente después de la demostración sincronizada como defenderse ante peligrosos adversarios, emprendimos la de Villadiego, cada uno por su lado y en diferentes direcciones, no nos conocíamos y en fuga mucho menos. En la madrugada del día siguiente uno por uno llegamos a la Estación del Tren, con diferentes prendas de vestir, nos sentamos a la distancia acurrucados de nuestras lindas parejitas y cuando el tren emprendió la marcha rezábamos y no veíamos la hora de estar en casita con nuestras preocupadas mamitas.
En Lima, haciendo nuestras tareas cotidianas y en la noche reunidos en la tienda de la tía Alicia, por teléfono nos leyeron un artículo que había salido en el periódico huanca:
—“Delincuentes de Lima masacran a profesores de artes marciales de las especialidades Karate-do, sipalki, aikido, judo, kung-fu, tae-kwon do, artes de combate, defensa personal, deportes de contacto y lucha libre. Los delincuentes, facinerosos muy peligrosos para nuestra sociedad con amplios prontuarios delictivos se encuentran fugados. Los diez profesores de la Academia de Artes Marciales de la ciudad se encontraban reunidos en una pollería celebrando un año más de vida institucional cuando fueron atacados por los delincuentes, todos ellos se encuentran en cuidados súper intensivos en el Hospital El Carmen. La policía peina toda la zona para dar con los maleantes”.
Nunca se habló más del tema. Y ahora en ésta oportunidad lo escuché de nuevo en mi corazón.
NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS
Karlsruhe, 2008