SOÑÉ CON PAPÁ NIKO
Soñé
con mi papá. Sí. Soñé con Don Niko.
Papá
murió cuando yo tenía el corazón
jironeado,
parchado, ennegrecido. Nunca
nos reconciliamos.
Lloré en los brazos del
arbolito
de aquella famosa esquina donde
empinaba
el codo en las noches oscuras,
lloré
sin licor, lloré en el tercer día de su
entierro.
Lloré, sí, no por su muerte,
lloré
porque nunca nos perdonamos
nuestros
caprichos y errores. Lloré por
nuestros
estúpidos resentimientos,
egoísmos
y vanos orgullos. Él quería lo
mejor
para mí. Me guiaba por su sendero
trabajado
en años de ajetreos y esfuerzo
pétreo.
Yo quería lo mejor para mí,
descubriendo
caminos inciertos. Bebiendo
sudor,
lamiendo el hambre. Mirando el sin
fin
de las carreteras, persiguiendo el
horizonte,
buscando el infinito, respirar en
el
ocaso. Reír en el remolino de mis traumas
y
tragedias. Caer, volver a andar como al
inicio
de mi vida terrenal, con mi seso vacío
de
desamores, solo lleno de amores, con
mis
visiones de colores, color nada, color
sed,
color hambre, de angustia y de sequía.
Hoy
estoy en sus zapatos, mirando,
aconsejando,
rumiando los oídos sordos,
tragando
saliva ante la adversidad. Riendo
ante
la muerte. Sin rencores. Amando con
silencios de ecos que
retumban mi soledad.
NICOLÁS DANIEL
LEÓN CADENILLAS
Lima, 2019