Oe, no me la peles. NDLeón.
Diálogo irreverente entre dos artistas
de la pichanga urbana. Juntos pero no revueltos, cara a cara, Judas, el marquezazo, frente a Manuelito, el sullanero.
Después de la visita de la señora muerte por el barrio, pasaron
lentamente cinco semanas. La comarca seguía acongojada, el velo gris del cielo
cubría el doloroso dolor, la triste tristeza y las lágrimas húmedas y secas.
El finado, David Salomón, sorprendió con su muerte y con el entierro
se generó un ambiente de duda y desconfianza por la herencia y repartición.
Como siempre nadie decía nada a viva voz en la villa del señor pero el
cuchicheo cada día era mayor.
El llanto era latente entre los aldeanos. El maleteo era el pan de
cada día entre los caballeros, nobles y cortesanos. Con recibos y facturas
fraguadas se realizó la misa del mes con invitaciones a dedo selectivo. Hubo
explicaciones al aire. Que, el difunto no tenía donde caerse muerto pero se
murió. Que, gracias a Dios enterrado y sacramentado está. Que, solo había
monedas guardadas en latitas de lata oxidada.
La codicia, la pendejada y la angurria de los protagonistas invitó
a malos entendidos, a pleitos y estos se degeneraron en inverosímiles
discusiones entre los rancios señorones del conventillo de la plaza mayor.
- Oye, Manuelito.
- Mande, Marqués.
- Manuelito te acuerdas de las monedas que yo tenía que entregar a
la huerfanita Petipan. Primero me acompañaste a sacar una merca de la
Empresa Cannabis-Bus de Cajamarca que mi chef Zúñape me mandaba en encomienda
de bajada…
- ¿De bajada? A mí no me cuentes nada, esa es tu habilidá…
- Escucha pe, cuando estábamos viniendo para entregarle su parte a
la Petipan me dijiste –Me están llamaaando de Spooorting Cristaaal, me voooy-
te bajaste del coche. Entonces yo solito, caballero nomas, fui’onde la Petipan, puse mi mejor cara de luto que pude. -Hola hijita, mira estas son
las alcancillas de tu señor padre, lástima que ya no está acá ¿no? Así es la
vida pe, uno nace, se crece y se muere y nos vamos con las manos vacías. Es una
lástima, no. Toma, es lo que quedó de la herencia de tu padre, 400 monedas…-
¡Carajo! La Petipan me miró con desconfianza, se le desencajó la máscara, en
vez de agradecerme, me cuadró –¿Tío,
sabes qué? Me han dicho que las monedas de las arcas de mi difunto padre
alcanzaba un total de 1200 monedas de plata y tú me estás dando la cuarta
parte, las latas están vacías-. Manuelito, no quiero que pienses mal pero sobre
el pucho llamé a tu mujer.
- ¿Aló?... Hola, soy el Marqués… Hola, Sissi… mira, por
tu culpa tengo problemas… te has ido de boca… qué tienes tú que decir que había
1200 monedas… la Petipan me ha dicho que le han dicho que tú has dicho
lo que yo te he dicho… aló… ¿Aló?…- Manuelito tu mujer me dejó con el fono
colgado, la pausa me pareció más larga que pedo de culebra. Hasta que por fin
respondió tu mujercita.
– ¿Qué? Por mi patroncita la Virgencita Nuestra Señora de las
Mercedes yo no he dicho nada de nada. No me pongas palabras en mi boca. No sé
de qué hablas- respondió la Sissí.
- ¿Entonces quien ha ido con el cuento? Tú eres la única persona
que estaba ahí cuando nosotros contábamos las monedas.
- ¿Yo? Yo estaba cocinando mi cachemita encebollada para mis
nietitos. ¿Tu esposa no se habrá embolsicado un tantito? Con tremenda cartera
que siempre lleva encima. Pregúntale a ella y no me jorobes la pita.
- Ella, mi esposa, es correcta, decente y honrada.
- Ja ja ja, no me hagas reír que se me cae la braga.
Manuelito, más conocido como El Sullanero, antes de decir palabra alguna, pensó, “el que cierra sus labios es
un hombre de entendimiento”. Pero al instante pateó el tablero de la decencia y
mandó al tacho su santa paciencia. No aguantó pulgas, respondió en prima.
- ¡Oe, Marquezazo, tú eres cojú o te han cachao de chiquito¡ ¡Áyala
mierda, usté'tá que me ofiende, usté no tiene porqué llamar a mi mujer! Si son treinta monedas o más
ese tu problema, resuelve tu problema tú solo y no jodas a los demás. Tú y tu mujer están refataaaal.
- ¿Pero… la Petipan, cómo sabe de la cantidad exacta de las
monedas?
- Porque las paredes tienen ojo y oídos. Porque la amante y
confidente del difunto que está muerto vio a tu ñora con su inseparable
carterota. La señora Sarah Sarita Bernhardt los vio a ustedes dos por la
ventanita silenciosa, triste y desolada que llora por el compañero que se fue dintro del cajón y
llena de fe espera la resucitada del cuerpo y alma del que fue Don David Salomón.
- Pero nosotros no hemos tocado nada. No hemos robado nada. Nada
nos hemos levantado.
- Eso es lo que ustedes dicen pero la señora Sarita dice todo lo
contrario. Por mi parte yo no sé ni me interesa. Eeese es tu problema.
- ¿Y de dónde sabe la Petipan que ha fin de mes le tocaba el
pandero a su papá?- preguntó la terrorífica Dama de Olluco, la esposa del Marquezazo.
- Todo el mundo sabe que el último número del pandero le tocaba a
David Salomón, todos esperaban el invite de los rones con querosén y
aspiraciones.
- Pero Manuelito, nadie sabe como es mi pandero, ni a quien le toca,
ni cuando voy a pagar. Todo está anotado en mi cuaderno. ¿No sé porqué le han
dicho eso a la Petipan?- la muy ingenua mujer fatal, la Olluco, volvió a preguntar.
- ¿Pero era o no era el último número?
- Sí, claro, pero no se lo iba a dar porque yo sabía que se lo iba
a gastar con esa chusma.
- ¡Olluco, a mi me interesa un comino lo que ustedes hagan,
hayan hecho o lo que van hacer! Yo estoy libre de pecado ¡Puedo tirar la
primera piedra, ahorita! ¡No me interesa náa! ¡Chiii, no me la repeles por
favor!
- Con las habladurías de tu señora, de la señora Sarita y tú
silencio cómplice. Si, cómplice porque no defiendes a mi consorte, todos joden
al Marqués, dicen que es un estafador, un embaucador.
- ¿Quién ha dicho eso? Tú lo estás diciendo, nadie ha hablado mal
del marqués.
- Yo solo te estoy advirtiendo. Porque están hablando que yo me he
levantado fajos de billetes, talegas de sencillo, de dólares, un reloj pulsera de oro, una libra de
plata, los dados de la buena suerte, las bolitas lecherongas, un juego de
monopolio, un ciento de CDs de video porno sadomasoquista. ¿Cómo quedo yo y mi
marido?
- No me interesa… no me interesa… pa'adefesiero yo nooo.
- ¿Otra cosa, tú sabes que yo siempre viajo?- aclaró el cabezudo
marquezazo.
- ¡Carajo! ¡Anda que te cache un burro! No me interesa si viajas o
no. Por milésima vez te repito, no me interesa. ¿Marqués, qué te paaaasa? ¿No
entieeeendes? ¡No me intereeeesa un comino lo que digas o lo que hablan!
- ¡Pero escucha pe, yo viajo con mi plata!
- Y a mí que mierda que viajes con tu plata o con la del vecino.
Yo no viajo.
- Es que están chorreando un chisme que yo me he estado tirando la
plata del muerto. El muerto no ha tenido plata menos plata guardada en mi casa.
¿Tú sabes bien eso no?
- Para mi novedáaaa, yo no sé naaaada… yo solo sé que nuestro
muertito, mi pata David Salomón que en paz descanse y de Dios goce, antes de morir me
dijo que tú le tenías una arrugaaasa, un guardaooo y varias arruguiiiitas, y
que lo habías mecido a tu regalada gana, su última voluntad fue que le
entregues el billete del pandero y de la junta, las joyas, la lavadora que
compró al cash; todo le entregues a su heredera… sonrió… me miró, respiró
profundo y estiró la pata… saqué una sábana limpia, lo tapé y nada más. Eso es
todo. Más no sé.
- Pero esa lavadora la compró con mi plata, yo le presté el
dinero- interrumpió la Olluco.
- No me interesa. Mira de
tu panza has un tambor y de tu culo un silbador. Yo vivo de mi trabajo.
- A mí también me deben -gritó aclarando a su conveniencia el Marquezazo- yo he pagado todo; el féretro, la capilla
ardiente, el nicho, la carroza, los arreglos florales, el velatorio, las
flores, el sepelio, el traslado, la movilidá. No pedí un real. La fámily del occiso solo
me han mandao doscientos dólares de Manjátan.
- ¿Chiii, cuánto te ha costao el difuuunto?
- ¡Siete Mil Setecientos Setenta y Siete con 00/100 Monedas de
Plata!
- ¿Guaaa, pucta’tá carisisísimo?
- Fue un entierro de primera, pe -se vanaglorió el rancio marqués.
- ¡Erda ereees bien mentirozasooooo!
Después de tantos líos, dimes y diretes, chismes de comadres; golpes bajos, golpes a mansalva, golpes a traición. Alguien tenía que pagar pato. En la comarca nada volvió a ser igual. El susodicho que agarró la mejor tajada de león en la repartición siguió mintiendo a discreción. En cada rincón y en la esquina de La Oficina aprovechaba cada conversación para dar explicación y acomodar los hechos a su cuestionada razón de la sinrazón.
Nicolás D. León
Cadenillas.
Lima, 2015