CAHUIDE EN EL PARQUE ZONAL CAHUIDE de NDLeón
«Un hombre de carácter podrá ser derrotado, pero jamás destruido»
Ernest Hemingway
Cómodamente instalados, en una banca, en el pequeño parque de la Roten Zone de Karlsruhe, vimos en pantalla gigante el primer partido de Alemania contra Portugal —UEFA EURO 2012. El partido fue parejo hasta que por fin en el minuto 72' el delantero del Bayern Múnich, Mario Gómez, de un espléndido cabezazo derrotó el loable esfuerzo portugués, un hermoso gol, en una sufrida victoria. Los lusos liderados por Cristiano Ronaldo realizaron una notable exhibición pero no aprovecharon las oportunidades que se le presentaron. Se cumplió la regla «goles que no haces, goles que te hacen».
Hablando de fútbol, táctica, técnica, resistencia, fuerza, empuje, desplazamiento, control y rotación de la pelota; de los faul, fintas, güevaditas y artimañas. Usando ejemplos para hacer más amena la charla de café, hablé de mi época en que vestí de corto en mi efímero cuarto de hora de crack por las canchas de los Parques Zonales de Lima Metropolitana.
El primer ejemplo. En el Parque Zonal Cahuide, en su mejor cancha de grass. Los vecinos de los cerros de Ate-Vitarte, El Agustino y La Victoria, realizaron un Torneo Relámpago Amistad Pro-Salud. Nuestro experimentado Director Técnico Asociado, Manuel Mejía Máspoli, armó el equipo y me ordenó reemplazar a nuestro crack y goleador indiscutible, al mejor centroforward de todos los clubes de nuestro barrio, al maestro mecánico Pablo Jaime, el bisturí de Juan Pablo Street.
Convertirme en centro delantero de la noche a la mañana era cosa de locos. Centroforward nunca fue mi puesto pero no hubo otro que lo reemplace. Respeté la decisión del profesor. Acepté a regañadientes.
—Está bien profe, me sacrificaré por los colores de nuestro heroico barrunto, y estoy seguro que este sacrificio será un ejemplo para las futuras generaciones que vienen detrás de nosotros y para *«que siempre hagan flamear el pendón, hoy de nuevo al llegar cansado de la lid, a los nuevos bohemios les entrego mi pendón, para que lo conserven y siempre hagan flamear, celoso de su barrio y de su tradición».
—¡Carajo! Si asi como hablas, jugaras. Campeonamos en prima.
—Profe, una preguntita. ¿Por qué yo? ¡Qué vaya Daniel Maguiña o René Papay!
—Daniel Maguiña y René Papay van a la volante, ellos son creación, y tú eres corazón.
Por otro lado, nosotros, los socios, vecinos y jugadores, siempre nos sentímos sumamente identificados con nuestro hogareño club, el disciplinadísimo «SACOSS» «Atlético Sacolargos Unidos, jamás serán vencidos».
Llegamos a la cancha, nos cambiamos, trotamos, y calentamos músculos y motores. Era un día sombrío, con neblina y humedad. Por sorteo nos tocó jugar contra los organizadores del campeonato, los vecinos de los cerros del famoso Faraón Papá Chacalón. Gente macha, provinciana, atrevida, faite y achorada. Casi nada.
En el centro de la cancha, el árbitro, los jueces de línea y ambos capitanes. Intercambianos saludos con apretones de mano. Empezó el partido. Retrocedí la bola, avanzamos sin apresuramientos, llegamos al área rival, me pasan la redonda y zásss, una guadaña talla 47 me sacudió toda mi humanidad. 'Voltié' y vi una estatua de bronce. Lo miré como victoriano de Balcon City, me levanté.
—Juega bonito, compadre. No jodas —lo recriminé.
—¡Yo no soy tu compadre, trata de pasar si puedes... acá te espero... sal, ají, chicha y vinagre!
—¡Chúchi, malo eres! ¡Jajajaja güevón! ¡Grandazo por las güevínchis!
Seguimos dominando, yo entraba al área super mosca. Un pase en volea para gol, la paro de pechito, y sentí un infame zapatazo que me paró el bobo. Respiré. De nuevo el mercenario back.
—¡No te piques hijo de la güayaba cuando recibas el vuelto! —le dije recontra azabache.
Y así continuó el partido hasta que el árbitro pitó para la pausa. Miré de lejos a mi marcador. Era un cholazo de acero inoxidable, mucho más grandote que yo, recontra bravo, conocido en Pamplona Alta como «Sargento Cahuide». Descenciente directo de Cahuide el firme. Batallaba aniquiladoramente todas las bolas, y para joda, ganó casi en todas. En cada encontrón yo llevé mi chiquita y cuando yo repartía me llamaron la atención y recibí cartulina amarilla. —Para el segundo tiempo será la venganza —me dije con bastante valor y rabia.
—¡Oiga, usted no afloje! —me recomendó el DT.
Comenzó segundo tiempo, los primeros veinte minutos fueron normales. Minuto veintiuno me cruzaron una bola como con la mano, sentí un gran pisotón al mejor estilo de chancando camote con los pies. El árbitro parecía comprado o amenazado o ciego para un lado. Cinco minutos más tarde, yo estaba completamente descuajeringado. Me cambié a la punta derecha por un ratito, centraba, quería sorprender y nada. Regresé a mi puesto. René Papay, el volante de creación, me lanzó un pelotazo al centro del área, corrí con decisión, pensé en hacer yaya, salíó Cahuide a mi encuentro, a la mala le metí un chuñazo para bajarlo, este petreo defensor hijo del Sol no se dio por enterado; salí despedido, reboté herido. Me quedé más golpeado y desorientado.
Me centraron una bola con dirección al área chica, corrí como bueno, tomé puntería, calculé al guerrero imperial, salté y con todas mis fuerzas le metí un codazo criminal de la gran siete por la orejota y el parietal; el hijo del Imperio del Sol siguió jugando como si nada y yo sentí el codo y el brazo, quebrado.
En una de las últimas jugadas peleamos una bola, quise sacarlo de juego con un hombrazo, fue como tratar de mover las moles del Sacsayhuaman. Me sentí molido, mis deditos y rodillas, los meniscos y tobillos, músculos, tendones y ligamentos estaban hechos papillas. Yo, «Corazón valiente» y Cahuide «Granítico Supercholo».
—¡Carajo! Si asi como hablas, jugaras. Campeonamos en prima.
—Profe, una preguntita. ¿Por qué yo? ¡Qué vaya Daniel Maguiña o René Papay!
—Daniel Maguiña y René Papay van a la volante, ellos son creación, y tú eres corazón.
Por otro lado, nosotros, los socios, vecinos y jugadores, siempre nos sentímos sumamente identificados con nuestro hogareño club, el disciplinadísimo «SACOSS» «Atlético Sacolargos Unidos, jamás serán vencidos».
Llegamos a la cancha, nos cambiamos, trotamos, y calentamos músculos y motores. Era un día sombrío, con neblina y humedad. Por sorteo nos tocó jugar contra los organizadores del campeonato, los vecinos de los cerros del famoso Faraón Papá Chacalón. Gente macha, provinciana, atrevida, faite y achorada. Casi nada.
En el centro de la cancha, el árbitro, los jueces de línea y ambos capitanes. Intercambianos saludos con apretones de mano. Empezó el partido. Retrocedí la bola, avanzamos sin apresuramientos, llegamos al área rival, me pasan la redonda y zásss, una guadaña talla 47 me sacudió toda mi humanidad. 'Voltié' y vi una estatua de bronce. Lo miré como victoriano de Balcon City, me levanté.
—Juega bonito, compadre. No jodas —lo recriminé.
—¡Yo no soy tu compadre, trata de pasar si puedes... acá te espero... sal, ají, chicha y vinagre!
—¡Chúchi, malo eres! ¡Jajajaja güevón! ¡Grandazo por las güevínchis!
Seguimos dominando, yo entraba al área super mosca. Un pase en volea para gol, la paro de pechito, y sentí un infame zapatazo que me paró el bobo. Respiré. De nuevo el mercenario back.
—¡No te piques hijo de la güayaba cuando recibas el vuelto! —le dije recontra azabache.
Y así continuó el partido hasta que el árbitro pitó para la pausa. Miré de lejos a mi marcador. Era un cholazo de acero inoxidable, mucho más grandote que yo, recontra bravo, conocido en Pamplona Alta como «Sargento Cahuide». Descenciente directo de Cahuide el firme. Batallaba aniquiladoramente todas las bolas, y para joda, ganó casi en todas. En cada encontrón yo llevé mi chiquita y cuando yo repartía me llamaron la atención y recibí cartulina amarilla. —Para el segundo tiempo será la venganza —me dije con bastante valor y rabia.
—¡Oiga, usted no afloje! —me recomendó el DT.
Comenzó segundo tiempo, los primeros veinte minutos fueron normales. Minuto veintiuno me cruzaron una bola como con la mano, sentí un gran pisotón al mejor estilo de chancando camote con los pies. El árbitro parecía comprado o amenazado o ciego para un lado. Cinco minutos más tarde, yo estaba completamente descuajeringado. Me cambié a la punta derecha por un ratito, centraba, quería sorprender y nada. Regresé a mi puesto. René Papay, el volante de creación, me lanzó un pelotazo al centro del área, corrí con decisión, pensé en hacer yaya, salíó Cahuide a mi encuentro, a la mala le metí un chuñazo para bajarlo, este petreo defensor hijo del Sol no se dio por enterado; salí despedido, reboté herido. Me quedé más golpeado y desorientado.
Me centraron una bola con dirección al área chica, corrí como bueno, tomé puntería, calculé al guerrero imperial, salté y con todas mis fuerzas le metí un codazo criminal de la gran siete por la orejota y el parietal; el hijo del Imperio del Sol siguió jugando como si nada y yo sentí el codo y el brazo, quebrado.
En una de las últimas jugadas peleamos una bola, quise sacarlo de juego con un hombrazo, fue como tratar de mover las moles del Sacsayhuaman. Me sentí molido, mis deditos y rodillas, los meniscos y tobillos, músculos, tendones y ligamentos estaban hechos papillas. Yo, «Corazón valiente» y Cahuide «Granítico Supercholo».
Dibujo de Carlos Christian Castellanos Casanova. (El Supercholo / Juan Pumasonco. Personaje creado en el suplemento El Dominical del diario El Comercio del Perú por Francisco Miro Quesada Cantuarias, con el seudónimo de Diodoros Kronos en los años '50). |
Seguímos dame que te doy todo lo que restaba del partido, sonó el silbato, fin de la batalla y casi muerto el combatiente. Nos ganaron los de casa, uno, cero.
En el camarín, todos me miraron con caras de pocos amigos. Con las miradas me dijeron que yo era el culpable, pero yo me sentí el chivo expiatorio. El DT me llamó a un lado.
—¡Oiga usted, mala leche! Usted arrugó, tuvo miedo ir al cuerpo, cuerpo... me ha decepcionado ... sólo tenía que patear al arco. ¿Se le achicó el arco?
—¿Profe, usted no vio la muralla que tuve al frente, usted no lo vio? Ese Cahuide guerreó todas las pelotas con alma, vida y corazón como un león; por aire, tierra y mar me malogró todas las jugadas, mandó en su área, fue el patrón y yo un humilde kamikaze suicida y güevón.
—¡Por tu culpa hemos perdido! —dijeron todos en coro.
—¡Pero estoy vivo! —respondí, segundos antes que me dieran la extremaunción.
En el camarín, todos me miraron con caras de pocos amigos. Con las miradas me dijeron que yo era el culpable, pero yo me sentí el chivo expiatorio. El DT me llamó a un lado.
—¡Oiga usted, mala leche! Usted arrugó, tuvo miedo ir al cuerpo, cuerpo... me ha decepcionado ... sólo tenía que patear al arco. ¿Se le achicó el arco?
—¿Profe, usted no vio la muralla que tuve al frente, usted no lo vio? Ese Cahuide guerreó todas las pelotas con alma, vida y corazón como un león; por aire, tierra y mar me malogró todas las jugadas, mandó en su área, fue el patrón y yo un humilde kamikaze suicida y güevón.
—¡Por tu culpa hemos perdido! —dijeron todos en coro.
—¡Pero estoy vivo! —respondí, segundos antes que me dieran la extremaunción.
*De vuelta al barrio. Vals autoría: Felipe Pinglo Alva.
NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS
NICOLÁS DANIEL LEÓN CADENILLAS
Karlsruhe, Juni. 2012.