Con cariño y nostalgia para mi hermano Pedro Alberto.
Unión Balconcillo Fútbol Club tenía los nervios de punta, no era para menos, a las cuatro de la tarde del cuarto domingo de marzo jugaba el último clásico victoriano de las vacaciones escolares. No era cualquier clásico. En esta oportunidad se definía el Campeonato Inter Clubes del Distrito de La Victoria. Su clásico rival, los organizadores del campeonato, Estudiantes de U.V.Matute, club de los antiguos fundadores de la Unidad Vecinal. Para mi y para varios de nosotros se nos había acabado las vacaciones, habíamos terminado secundaria el año pasado.
U.B. tenía una gran baja, en banca por expulsión con tarjeta roja se encontraba el caudillo, el mejor centroforward del campeonato, el ídolo de la afición; el talentoso, potente y macho jugador. Modestamente, yo. ¿Qué pasó? Lo que siempre pasa, faltando escasos minutos para que termine el partido un troglodita me faulió y mandó saludos a mamita; le respondí con un cabezazo en el pecho, lo estrellé contra el banderín del córner. El juez de línea luqueó y le pasó el talán al árbitro, mientras que el público me aplaudió, el referí no me perdonó, me mostró la cartulina roja y el camino a los camarines, y con el brazo en alto me expulsó. La ensarté, tenía que haberme controlado pero se me salió el indio y perjudiqué a mi equipo. En el barrio me llamaron la atención pero la falta estaba hecha. A llorar a la playa.
Llegó el esperado domingo, el clásico terminaba con un marcado tinte de final. Como nunca la gentita de Matute pidió protección a los altos mandos de la Guardia Civil, el Comanche de la Jefatura Distrital envió a más de cien policías para que resguardaran el partido. Mientras que los Matutinos con su técnico 'Chato Marimba', apostaban por la experiencia de sus jugadores; nosotros confiabamos en nuestro juego de equipo que nos había enseñado nuestro querido DT Don Eduardo. Pero al momento de jugar un clásico, las pizarras quedan de lado. Y por otro lado la cancha reglamentaria de la Unidad Vecinal tenía cualquier cantidad de piedritas y en algunas zonas tierra a granel, esto dificultaba el accionar del juego, pero esa dejadez era a propósito, pues, los dueños de la cancha la conocían como la palma de su mano.
Llegamos corriendo al encuentro, los jugadores y la hinchada trotamos las pocas cuadras a manera de calentamiento físico-mental, faltaban quince minutos para que termine el partido donde definían el tercer puesto. Acabó el encuentro y el equipo saltó a la cancha. Los suplentes y el entrenador se acomodaron en la primera fila de la tribuna y yo me fuí con la barra a la parte alta de la tribuna occidente para gritar y dar ánimo a los muchachos. Era un encuentro entre compadres, todos nos conocíamos, los contrarios eran nuestros amigos de fiestas y parrandas; también habían parejas de enamorados, uno era de UB y el otro de UV; pero fútbol es fútbol y en el momento que empezó el partido nos olvidamos de las amistades. Yo gritaba y tenía seco al marcador de nuestro brillante, hábil e inteligente puntero izquierdo neto, que dicho sea de paso era mi broder de padre y madre; la pisaba super bien; a la redonda la jalaba, la peinaba, la dormía, la trataba con cariño y tenía loco a su marcador, y este tronco duro apunte patadas quería arrebatarle la bola. El referí se hacía el bobo por no decir una lisura; no quería problemas con los dueños de casa ni alterar los ánimos de sus quinientos hinchas. Nosotros éramos once jugadores, cinco suplentes, el DT y diez fans de calidad.
El primer tiempo fue bastante aburrido, las barras fueron lo mejor del espectáculo. Desde los balcones de los blocks los dueños de casa recibían apoyo moral y hurras; pero mi voz era más fuerte, la más sonora y más bochinchera. Gritaba a todo pulmón jodiendo la paciencia a todo el vecindario de la unidad vecinal.
Segundo tiempo empezó con más fuerza y convicción, los dos equipos querían definir y punto. Después, por planteamiento táctico y estratégico, cuidar el gol a como de lugar. Pero las patatas y el juego brusco por ambas partes malograba el encuentro. Faltando dos minutos para terminar el partido por poquito nos crucifican, la bola se estrelló en el travesaño y rebotó con fuerza, nuestro volante ofensivo contuvo magistralmente la redonda con el pecho, al mismo tiempo rotó, miró a los extremos, lanzó el pase preciso al jugador mejor ubicado, a mi broderzinho, que viendo la jugada se desmarcó dejando en ficha a su guardian por la línea media, paró la bola con el muslo derecho y giró para su área, la línea izquierda; de paso le quebró la cintura a su marcador, picó la bola suavemente; sacó a otro del camino, enganchó para la coja, para la pata derecha; un matarife se fue en caldo; mi broder volvió a acomodar la bola con la zurda; corrió unos diez metros pegadito a la línea blanca; dos cancerberos lo esperaban en posta; enganchó la de cuero y la cambió de rumbo; cruzó la cancha y se metió al centro del campo contrario; internándose en el área grande; se paró en seco y de taquito retrocedió la bola, dos jugadores de UV desesperados se patearon entre ellos; el zurdiño hace la finta que va a patear con la izquierda, los defensas alocadamente formaron una barrera, tapando al arquero que gritó furioso y nerviosón no sabía como achicar el arco; el As no patea; hace la finta que va a patear con la derecha, pero nada; se da un pequeño autopase y avanza un pasito acomodando la pelota para su pie zurdo y chutea como los maestros. La bola sale como un poema, linda, y risueña, cruza los aires dejando una estela y se enrumba majestuosamente al ángulo superior de arriba. El portero con cara de tragedia e impotente, con los brazos caídos, vio como ingresaba la pelota ... Gol. ¡Gol! ¡Goooool! Gritamos con todo el alma.
El defensa marcador de mi broder se acercó a mi tribuna, señalandome con su dedo índice, estirando su brazo derecho e hizo puño y me desafió, me amenazó, me llenó de lisuras, groserías, improperios, escupiendo unas palabrotas me volvió a amenazar:
- ¡Termina el partido y te saco la mugre!
Ni bien se calló la boca en ese mismísimo instante el hombre de negro dio por terminado el partido, entonces el depredador aprovechó para abrirse paso ante la multitud y se me vino encima avinagradamente, yo de dos trancazos alcanzé la cancha y evité que me abolle en la tribuna. El jugador me hizo finta y me zampó un patadón, esquivé el zapatazo como torero y con todas mis fuerzas le metí un puñetazo en pleno rostro rabioso, el durísimo recto de derecha dejó sin reacción al valentón, pero el golpe me hizo ver a Judas calato por el dolor que me ocasionó, y antes que diga ay, como un resorte voltié y corrí en dirección a la única entrada y salida de la cancha; corrí veloz y desesperado con dirección a casita. Tres cuadras me siguieron como cuarenta matatirus. Llegué a casa recontra transpirado, sudando a gotones, qué miedo y qué librada. Pensándolo bien, esa corrida me sirvió para despojarme de mis demonios, en recapacitar sobre lo bueno y lo malo, en pensar en mi dignidad, en mi Yo.
Fue el último gol de mi broder que presencié, y fue la última vez que visité la famosa cancha del estadio de la U.V. de Matute.