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Perdido en la Ciudad de Dios

Con cariño de Mí.
Para Yola, Meche, Luchi.
Para la Familia Morales León.

Como buenos peregrinos culturales realizábamos una gira teatral por los pueblitos de la sierra sur de los Andes peruanos; recorriendo los sacrosantos lugares teatrales y mundanos; plazas, rotondas, mercados, entradas de iglesias, capillas y las calles; para los libros de la historia del teatro peruano, también actuamos en un coso taurino. Aprovechando todo lo que se nos presentaba, las festividades y fiestas patronales, procesiones, ferias y desfiles y mercadillos. No nos podíamos quejar, la pesca estaba buena, en abundancia, pero el ambiente entre nosotros estaba tenso, caldeado por pleitos, asperezas y problemas amorosos. Cansados, aburridos y fatigados. Hasta que en un momento, dije:

- ¡Basta! ¡Renuncio, esto no va más! ¡Hablemos, por favor!

Nos pusimos de acuerdo y decidimos regresar por motivos de fuerza mayor y menor. Yo regresaba a lo Robinson Crusoe, hasta las caiguas; cansado y con medio sobre, muy distante a lo planeado. El viaje de retorno una desgracia, el bus interprovincial se malogró en plena carretera pasando el distrito de Puquio de la provincia de Lucanas cerca a las Pampas Galeras, no había nada en plena puna, sólo la triste compañía de una feroz lluvia y un frio terrible con fuertes vientos. Esperamos horas para hacer transbordo, apretados como sardinas, agarré mi alforja chupaquina, con parches, gastada y desteñida; nos pusimos de acuerdo con los choferes que los bultos que viajaban en la tolba llegaran a la agencia de Lima, ahí recogería mi vestuario, herramientas, utilería, cables y accesorios, y otras pertenencias que estaban en una mochila que a gritos pedía jubilación.

Entrando a Lima miré el horizonte urbano y no tuve mejor idea que bajarme en el paradero del Puente Atocongo, y dirigirme a la Ciudad del Señor Nuestro Salvador; a la Ciudad del Niño Jesús; al Edén del Distrito de San Juan de Miraflores, a la “Ciudad de Dios”. Caminé por la gran avenida Atocongo, ésta lucía otro formato, más grande, otro estilo y otro nombre; caminé hasta el Cine Susy, llegué al Mercado Cooperativo, al frente había una gran ciudad, había desaparecido el desierto, doblé a la izquierda y ... me perdí ... como había cambiado todo, era otra ciudad.

El arenal donde jugábamos de niños no existía, estaba transformado en un inmenso parque con caminitos adornados de piedras pintadas de blanco, asientos de concreto para que no se los lleven, un óvalo en el centro con una gran asta para izar la bandera, nada de árboles, el parque no tenía grass ni césped, pero era más o menos lo que habían tratado de hacer “Un Parque”, para que la familia se pasee y los chicos jueguen en los caminitos con sus triciclitos, patines 4online, bicicletitas, o en carritos de plástico. Pero nada de poner un arbolito, una plantita, era un Parque por el diseño pero sin vegetación. Alucinante, bacán y chévere, muy raro, al costadito del óvalo había un muro de concreto mal realizado, al guerrazo, con una plaquita de bronce, una lámina de bronce que señalaba que no hacía mucho tiempo lo habían inaugurado por el alcalde de turno; según los periódicos, el alcalde, de profesión profesor de secundaria, hasta ese momento sólo se había levantado media municipalidad por falta de tiempo y apoyo de sus compinches.

Como actor, desde los primeros preparativos y ensayos, me dejé crecer los bigotes, barba y los cabellos; para caracterizar al personaje, después con los meses de trabajo, giras por los pueblitos de la sierra sur parecía un espantapájaros de películas de terror; que terrible era verme en el espejito, pero en el escenario se me veía muy bonito, impresionante, cumpliendo a cabalidad las exigencias del señor director.

Caminando perdido en la “Ciudad”. Sólo tenía lo que llevaba puesto encima que estaba una desgracia con barro, arrugado y viejo, era mi ropa de viaje y de diario, además una alforja y un sombrero. En la gira me cambiaba de ropita desgraciadamente casi nunca atinaba una, siempre estaba con el pie cambiado, fuera de estación, si hacia frio tenía ropero de verano y si hacía calor estaba metido en una chompa para cruzar el polo norte. ¡Qué clima, Dios Mío!

Como siempre he sido cuatro ojos, llevaba puestos mis lentes Photogray en versión moderna photocromática con tratamiento antirreflejante/policarbonato con filtro UV incluido (no sé qué michi significaba todo ese palabreo pero suena bien).

A tientas encontré la antigua referencia, el punto de orientación al jirón y a la calle, todo cambiadísimo, me habían trastocado el plano; encontré la casa en plena luz de medio día, todo estaba tan diferente a como lo había visto la última vez; por donde miraba encontraba grandes y modernos cambios en la urbanización; las pistas asfaltadas, las modestas casas desaparecidas, todas tenían dos o tres pisos encima y una tienda de yapa. Sorprendente.

Me acerqué al chalet, con sus relucientes nuevas paredes, con pasos seguros y firmes. Con una amplia sonrisa de oreja a oreja, por fin una carita familiar me divisó alegremente, esperándome en la puerta meneando la cabeza, me acerqué a la fachada del inmueble, a una distancia aproximada de tres metros y antes que yo pudiera decir ésta boca es mia y saludar a la bella criatura de Dios, sacó la guaracha, quitó cuerpo, dejándome con la boca abierta sin poder decir ¡Hola!. Rapidito se metió a la casa y con las mismas salió con un pan, un plátano y una adorable sonrisa de samaritana, mirándome de pies a cabeza con una mirada de piedad y compasión, me dirigió unas palabras:

- “!Tenga, buen hombre!” “!Que Dios lo bendiga!” “!Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados!”.

Inmediatamente giró sobre sus tacones y se metió de nuevo a la casa cerrando la puerta, echando pestillo por precaución.

Con la facha que me manejaba no me reconocía ni mi madre. Sin afeitar, salpicado de barro hasta las coronillas, los botines gastados por donde se les mire, blue jean color indefinido, casaca negra con manchas oscuras y tormentosas.

Me reí porque un pequeño error lo puede tener cualquiera. Toqué la puerta con mi clásico estilo, tres golpecitos, el primero fuerte y los dos restantes suavecitos. Preguntaron primero, antes que yo contestara abrieron la ventanita tímidamente; contento, con una sonrisa de gozo; con pose de galán y gesto minuciosamente estudiado sostuve el brazo derecho de las gafas con los dedos, índice y pulgar, poniendo suspenso en el movimiento, lentamente, retiré los lentes de mi artística faz dejando sin protección mis brillantes ojitos pardos oscuros; como oveja descarriada de vuelta al redil cual hijo pródigo, pronuncié:

- ¡Gracias por el pan nuestro de cada día y el plátano de medio día. Saludos para mis tíos y para mis queridos primos. Aqui estoy porque he venido, porque he venido aqui estoy, si no le gusta mi canto, como he venido, me voy!.

Después de unos segundos de sorpresa y de reconocimiento al forastero, la bella dama pronunció una admiración.

- ¡Niky!
- ¡Hola! ¡Tardes buenas! ¡Querida familia!
- ¡Primo mayor! ¡Pasa, primito! ¿No me digas que te estás escondiendo de la policia?¡Con esa pinta que traes no te he reconocido! ¿De qué te has disfrazado ahora? ¡Mamá, mira quién a venido! ¡Niky!

Abrazos, besos, cariños, preguntas y respuestas. En todas las oportunidades que visité a mi familia del histórico y heroico Distrito de San Juan de Miraflores, siempre fue con mucho cariño; y extraordinariamente lindo visitar, sobre todo, la Ciudad de Dios.