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Por favor ¿Me fías hasta que me paguen?

Para mi colega Nerit Olaya.
Recordó el pasaje traspapelado
en el tiempo.


Mis dos hijitos comían por cuatro, el hambre apretaba en casa, todo era poco, siempre repetían. ¡Cómo comían! El desarrollo, los ejercicios, los juegos, todo movimiento les abría el apetito y el apeto. Hasta las manzanas verdes para preparar el Quaker, desaparecían. Panes duros, plátanos mosqueados todo se esfumaba. No quedaba sobras ni para el perrito.

Con el bolsillo y el sencillo estábamos con las rejustas, comíamos pero no había para un pan más, mis cachuelos no rendían suficiente fruto para mejorar la olla y presentar los alimentos necesarios para las criaturas.

- ¡Sólo tenemos tres panes! ¿Cómo hacemos para dividirlo en cuatro?

Mi hijita, la menor, matemática por excelencia, respondió:

- ¡Un pan para mí, un pan para mi hermanito y el otro pan para ustedes!

Siempre con las justas, pidiendo ayuda a mi mamita, a mis hermanos, a mis amigos cercanos que de paso eran muy pocos. En mi barrio tenía una sequía de amigos.

De un momento a otro se presentó una llamada telefónica, una llamada de un Canal de televisión, querían que me presente inmediatamente para una grabación. Como estaba con todo el tiempo disponible me fuí caminando hasta el Canal, llegué, hablé con el encargado y me dijo que eran dos días de grabación en un paraje en Puente Piedra; haciéndome el difícil, acepté. Pregunté como era el pago, lo que ofrecieron era aceptable. El problema de siempre con el Canal es el cobro. Cobrar es más trabajoso que el trabajo mismo. Acepté de todos modos. Grabamos los dos días, a la semana el programa salió al aire y yo no me había enterado.

Llegó el sábado, el sol estaba directamente sobre mi cabeza, no había sombras, marcaba el medio día, yo estaba dando vueltas y mi cabeza también.

- ¿Cómo hacía para preparar el almuerzo para mis cachorros?

Metí la mano al bolsillo y sólo tenía un sencillo que me alcanzaba para medio kilo de arroz, un par de plátanos y cuatro huevos. Me dirigí al mercadito de siempre, donde la casera mayor, la más antigua era amiga de mi mamá, y sus hijas mis contemporáneas, los demás puestos eran de conocidos de antaño. De mí no se podían quejar, yo era buen pagador. Me demoraba pero pagaba.

Llegué al mercadito, cuando estaba entrando por el portón izquierdo, por el costado de la imagen del moreno aliancista San Martín; antes que salude y me ponga a palabrear para que me den un alguito más. Las nietas de la casera de mi mamá, gritaron:

- ¡Ahí está! ¡Ahí está! ¡Abuelita llegó! ¡Llegó! ¿Habrá traído plata?

Todo el mundo, amigos, conocídos y extraños, me sonríeron, me felicitaron. Yo respondía cortésmente. Y les pregunté a las mocosas,
como si fuera todo normal.

- ¿Qué pasó? ¿Por qué tanta bulla?
- ¡Hay, no se haga el qué no sabe!

Solté una carcajada, me imaginaba de lo que se trataba, me dí cuenta al toque, pero segui como incrédulo.

- ¿No? ¿Qué?
- ¡Sí! ¡Usted es! ¿No se haga? ¿Diga la verdad?
- Tú dime primero y yo te contesto.
- ¡Usted es el de la televisión! ¿No?
- ¿Yo? ¿Qué estaba haciendo? ¿Cómo estaba?
- Salió como abogado que estaba botando a unos jovenes de su propiedad pero todo era mentira, usted mentía.
- ¡Si! ¡Yo soy! ¿Cómo se dieron cuenta?
- ¡Pero si usted sale igualito!
- ¿Cuánto le pagaron?
- Eso no se dice.

Sin querer queriendo había llegado la pregunta que tanta falta me hacia para pedir un fiado hasta el próximo sábado, exagerando la cantidad y con tono grave como actor de radionovelas, sólo voz, dije:

- Cada vez que salgo me pagan 200 dólares y ahora he grabado dos días ¿Saquen la cuenta?
- ¿Entonces llevarás algo?, preguntó la más anciana.
- Me pagan en 15 días con cheque, yo no cargo efectivo. Sólo tarjeta.
- Pero, lleva nomás, cuando te paguen, pagas. Yo te conozco desde chiquito, conozco a tu mamá, es mi amiga, no creo que me engañes.
- ¡No! ¡Qué tal ocurrencia, señora! ¡Por favor! Bueno, si me fías hasta que me paguen, dame alguito
- ¡Pide, que quieres ...
- Dos pollos enteros y cortados, 5 kilos de papa, camote igual, cebolla varios kilos, verduras, tomate, kion, una botella de chicha de jora, eso es todo, gracias.
- ¡Lleva nomás, confío en tí!
- Bueno, dame otro pollo, para mi suegra, mañana voy almorzar con la familia de mi esposa. Ahí juegan a la comidita y no quiero fastidiar. Mejor llevo otro pollito. ¿Está bien, no?
- Claro hijo. Ahora uno tiene que visitar con lonchera.

La vecina del puesto del frente, en Do Mayor, cantó:

- ¿Y a mi no me vas a comprar nada?
- No estoy comprando, me está fiando.
- ¡Ya pues! ¡Yo también te fio!.

Y gracias a Diosito, todo el mercado me fió, llegué a casa con carne de res, pollos, chancho, pescado entero, fileteado y cortadito; con arroz, azucar, galletas, aceite, detergentes, jabones, dulces y frutas a granel; gracias a la fiadera, que después se me hizo un hábito; comí, di de comer por buenos y largos meses, como cincuenta meses hasta que más o menos mejoró la situación.

Con paciencia y buen humor fuí cancelando mi deuda. Cada vez que salia en la Caja Boba, me representaba por buenos meses comida asegurada.

La chamba fuerte y arduo trabajo fue cobrar a los del Canal, esos sí que eran unos desgraciados, no les importaba que el actor tenga hijos, ni tenga que comer, no les interesaba, ni les interesa que uno no tenga ni para comprar un pan.

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